Está aquí, en Caracas, resistiendo, entre Fuerte Tiuna, la Asamblea Nacional y los tribunales, dando órdenes, a horas del desencadenamientos de acontecimientos decisivos
Manuel Malaver
Hace tiempo que Diosdado Cabello no se mira al espejo, temeroso, como está, de que en lugar del rostro del regordete teniente o capitán aparezca un anciano lívido, giboso, marcado de arrugas, peso más allá de lo tolerable y canas, canas, muchas canas.
El mismo con el que soñó hace meses, con un traje a rayas, bonete, y tratando de acomodarse en una estrecha celda en la que apenas cabían él y un camastro.
Sentado o recostado en el colchón, dando pasos por los escasos metros, pero, sobre todo, mirando desesperadamente hacia una ventana o mirilla -casi adosada al techo- por la que, a veces, se filtraba un minúsculo rayo de sol.
¿Alcatraz, Sing Sing, Guantánamo, Florida? No estaba claro en el sueño, aunque seguro que a un prisionero como él le aplicaron todo el rigor que sufren, o sufrieron, el general Manuel Antonio Noriega o al ingeniero, Carlos Lehder.
Eso sí, se sentía despierto, muy despierto y azotado por angustias y preguntas recurrentes: ¿Cómo había llegado hasta ahí, quiénes y por qué lo traicionaron, cuál fue la causa de que le extendieran un salvoconducto qué después no se respetó y, antes que nada, cómo fue que en Venezuela, ni en el extranjero, nadie publicó, aunque fuera un comunicado, para protestar por tan grave violación de “sus” derechos humanos?
Pero, ¿estaba dormido o despierto, soñando o recordando, vivo o muerto? Y seguía caminando, pensando, farfullando, mirando desesperadamente el techo y en espera del minúsculo rayo de sol.
La visión era aterradora, dado que, no entendía por qué llegaba a disolverse, fracturarse, difuminarse en un ruido de cadenas, de las que, según el “Comandante Eterno”, Chávez, colgaban de la humanidad de prisioneros famosos, literarios y simbólicos como un tal Segismundo o Edmundo Dantés.
Era, de todas maneras -y fuese sueño o realidad-, lo menos que podía imaginarse: preso, condenado a cadena perpetua, en el Imperio, rodeado de guardias y vigilantes gringos de origen cubano, cuyo spanglish le recordaba que una vez habló español y para insultar, amenazar, perseguir y tratar de callar a quienes, sin querer, el auguraron aquel destino.
Como también lo hacía, desde el más allá, el “Comandante Eterno”, Chávez, siempre apareciéndole en sueños y diciéndole: “Cuídate Ojitos Verdes, el autobusero es un traidor a toda vela, y de Raúl Castro ni se diga, resultaron la equivocación de mi vida, el fracaso de la revolución, porque ahora, no será la herencia que le dejé a un gigante como Fidel, sino a ese mequetrefe que cambió a los soviéticos por los gringos, a Marx por el Papa y a mí por un Platanote torpe para moverse, pensar y hablar. ¡Cuídate!”
Buenos consejos, sin duda, como todos los de su padre político y protector, pero que, enviados desde el más allá y en las circunstancias que le tocó vivir, tenían la misma eficacia de las mentiras que, según Maduro, le enviaba a través de un pajarito.
Por eso, en cuanto se enteró de que el Capitán de Corbeta, Leasmy Salazar y el teniente, Rafael Isea, se habían acogido al programa de protección de testigos de la DEA, y lo estaban acusando de ser el jefe del “Cartel de los Soles”, decidió tomar el toro por los cachos y ser el autor de su salvación o hundimiento.
Adoptó una estrategia trifásica: 1) Impedir con el poderío del Ejército (o lo poco que quedaba de él) ser objeto de una negociación, y en caso de que resultara imposible evitarla, dar un golpe de Estado. 2) Presionar y convencer a Maduro, y a su claque, -a través de la Asamblea Nacional, los tribunales y la Fiscalía- de que hablaba en serio. Y: 3) Pedirle una reunión en Washington al Secretario de Estado, Kerry o al propio Obama, para aclarar su situación y dejar claro que era el primero o segundo hombre del país y, cualquier acción en su contra, generaría un caos, un tsunami, en Venezuela y América Latina.
Las dos primeras se estaban cumpliendo y ya Maduro teme, por un lado, irse exilado a su patria de origen y, del otro, por todas partes lo rodean señales de que la política venezolana tiene otra acción, otra opinión e ignorarla es exponerse al ridículo de la declaración de “persona no grata” de Felipe González o la decisión de la juez del “11 de Juicio”, María Eugenia Núñez, contra los 22 editores y accionistas de los medios opositores.
Quiere decir que, la brega a pulso, tensa y pendular por su futuro, que es el de Venezuela, tiene un primer escenario estelar en el país; y otro, no menos protagónico, en las negociaciones entre Washington y Caracas, y, muy en especial, en las dos reuniones que se han llevado a cabo en Miraflores entre Maduro y el Consejero del Departamento de Estado, Thomas Shannon.
Las dos no se han hecho a sus espaldas, ni en ninguna ha dejado de ser el tema “number one” de las conversaciones, pues, de lo que se trata, es de si los gringos lo presentan ante un “Gran Jurado” en Nueva York para ser objeto de un indictment y condenado por narcotráfico, o si el gobierno venezolano hace valer su título de “hombre fuerte” del país y se los impone a Obama, aún exponiéndose a una agresión como la que Reagan implementó contra Noriega en Panamá.
En otras palabras: que “su” guerra, “su” batalla, “su” lucha no puede ser más compleja, riesgosa y comprometida, pues, de un lado, debe enfrentar al gobierno de la más grande potencia del mundo; y de otro, a los usurpadores, a los falsos herederos del “Presidente Eterno”, Chávez, si intentan complacer al Imperio.
No se le escapa que su situación puede ser numantina o igual a la de aquellos 2000 zelotes israelitas que se suicidaron antes de entregar una plaza a los romanos, pero no será otro Noriega, ni otro Fujimori, que se rajaron sin pelear y hoy ruedan de cárcel en cárcel, de humillación en humillación.
“Se le está cerrando el círculo a Diosdado”, escriben por ahí, pero no será el primero que lo rompe y termina asfixiado a sus perseguidores.
En este orden, no queda otro camino que echar el resto, ser el ultrarradical, el malo, el arrecho, el que no cede en nada, y ya lo hizo con la convocatoria personal al desfile militar del 12 de febrero pasado, la represión que siguió a la conspiración del “Tucano”, la declaratoria de “persona no grata” de Felipe González y la decisión de la juez contra los 22 editores.
A este efecto, nada más importante que la semana que comienza mañana, y en la que, dicen que Felipe González va presentarse a entrometerse en los asuntos internos del país, pero para quienes saben escuchar su mensaje cifrado, dice una y otra vez en su programa de televisión en el canal 8: “No señor González, no señor Maduro, no señor Obama, los presos seguirán presos, porque esos son mis presos, los presos de mi Ejército y solo saldrán si se resuelve mi situación, si el tema del “Cártel de los Soles” queda fuera de las negociaciones con Washington y se acepta, formalmente, que en Venezuela hay dos gobiernos: uno militar y otro civil, uno ‘democrático’ y otro dictatorial, uno constitucional y otro inconstitucional”.
¿Les parece extraña la figura? Pero, ¿qué tal si se fijan que en Siria gobiernan en este momento una facción del dictador Assad y otra del Estado Islámico? Y en la misma Cuba, ¿no es concluyente que el gobierno de Raúl va por un lado, y el de Fidel por otro? Y en Colombia, ¿no está Santos cediendo la mitad del territorio neogranadino a las FARC, para compartirlo con la otra mitad que sería la del gobierno central?
Fue lo que le dijo el “Comandante Eterno”, Chávez, en su lecho de enfermo o muerte en La Habana, un 15 de diciembre del 2012, cuando fue a reclamarle que había traicionado el Ejército, a los hombres a quienes debía el poder, para dejarlo en manos de Raúl Castro, Maduro y Obama:
“Ojitos Verdes” susurró: “Acércate, escucha y calla, porque si no, puedes salir muerto de esta ‘Isla del Diablo o de los Diablos’: Fui engañado, burlado, objeto de la más grande traición que han conocido los hombres y los siglos. Contaminado con una enfermedad que nunca se supo con exactitud qué era, y, como dijo el Padre de la Patria: ‘Conducido a las puertas del sepulcro’. Fue una traición a mí y a Fidel y la dirigió Raúl en persona, secundado por Maduro, Ramírez, Arreaza, mi hermano, Adán, todos los Rodríguez y canallas de todo linaje y apellido y cuyo objetivo central fue separarme del poder para dejarlo en manos de Obama y sus agentes Raúl Castro y Maduro.
Para ello, fue fundamental sedarme y obligarme a dejar de sucesor al autobusero. Así como aceptar sacarte del poder a ti y al resto de mis hombres del Ejército. Pero no te rindas, ‘Ojitos Verdes’, lucha hasta el final y crea otro poder, uno paralelo y mantente preparado para dar el zarpazo en cuanto quieran entregarte a los gringos y regresar a Cuba y a Venezuela al regazo del imperialimo yanqui.
Y lloraba, lloraba, lloraba copiosamente, mientras unos agentes del G-2, disfrazados de enfermeros, nos separaban de mala manera, se llevaban al ‘Comandante Eterno’ y a mi me decían que me apurara porque en Rancho Boyeros o el José Martí me esperaba un Jet, rumbo a Caracas, con los motores encendidos.
Una despedida final y a lo lejos unas risotadas de gente que celebraba y brindaba y entre las cuales no pude evitar adivinar las de Raúl Castro y Maduro”.
Ahora está aquí, en Caracas, resistiendo, entre Fuerte Tiuna, la Asamblea Nacional y los tribunales, dando órdenes, a horas del desencadenamientos de acontecimientos decisivos y… ¡no lo duden!… dispuesto a vender caro el pellejo.
¡Patria, Cabellismo o Muerte!