El socialfascismo bolivariano es un confuso batiburrillo ideológico, inviable que políticamente persigue la vigorización extrema de un Estado autoritario
José Rafael López Padrino
La llegada al poder de la logia militar milico-civilista ha replanteado la discusión del surgimiento de regímenes neofascistas en el continente. Sin embargo, no son escasas las opiniones que se niegan a admitir la prosapia fascista del proyecto que “desgobierna nuestro país”. Parte de esta diatriba radica en la dificultad para desnudar la naturaleza real del proyecto bolivariano que con una retórica revolucionaria-guevarista, implementa un proyecto que se nutre del nazi-fascismo (Giovani Gentile Alfredo Rocco, Carl Schmitt, Heinrich Himmler) y profundiza la explotación capitalista con el apoyo decidido del capital transnacional.
Históricamente se ha demostrado una estrecha relación entre el capitalismo y el fascismo como expresiones del proyecto de dominación hegemónico. Es importante señalar que el elemento genético fundamental del fascismo es la crisis hegemónica del status quo, y no la crisis económica del capitalismo como ha sido señalado por algunos estudiosos del tema. La crisis hegemónica se vincula, esencialmente, al crecimiento de las fuerzas «anti-capitalistas», de los proyectos emancipatorios que adquieren una fuerza tal, que coyunturalmente pueden poner en jaque al Estado capitalista-liberal.
El Estado capitalista-liberal debilitado y agotado por la corrupción adeco-copeyana le abrió las puertas al surgimiento de una alianza estratégica entre una logia militar proto-fascista y sectores vinculados al capital nacional-transnacional a fin de garantizar la continuidad del proyecto de dominación. Fue la respuesta ideal, el mecanismo de supervivencia adecuado ante el peligro de que la crisis se profundizara y pudiese comprometer la continuidad del proyecto de dominación. Recordemos que el fallecido tte coronel contó con un importante apoyo financiero de grupos económicos nacionales e internacionales durante la campaña electoral presidencial que lo condujo al Palacio de Misia Jacinta. Lo que ocurrió en el año 1998 fue un «asalto al poder» (en el marco electoral) de una logia milico-fascista en respuesta a la crisis política, económica y social que padecía el país. Obviamente, la conquista del poder por parte de la satrapía bolivariana representó un retroceso en términos de libertades democráticas, ya que con ella se establecía la militarización de la sociedad, una dominación abierta y violenta de la sociedad, de represión desnuda, de rechazo al pensar distinto al proyecto oficial, de ideologización de la educación, todo ello sustentado en los caprichos y odios sociales de un iletrado tte coronel tropero con ínfulas de «hombre providencial» y delirios de poseer «poderes divinos». Al margen de representar un retroceso en cuanto a las libertades democrático-burguesas, el analfabeta uniformado y su logia militar proto-fascista garantizaban mediante el control militar de las bayonetas la estabilidad económica, la gobernabilidad política y la paz social en el país. No olvidemos que la estabilidad económica garantiza el funcionamiento ordenado de la explotación capitalista y la paz social y es el sostén de la gobernabilidad del sistema de dominación. La acumulación de errores del pasado, la caída abrupta de los precios petroleros y los desaciertos del conductor del Metrobús han resquebrajado la gobernabilidad política, roto la estabilidad económica y puesto en picota la tan cacareada paz social del proyecto militar proto-fascista.
Ante el rotundo fracaso económico y social y la inminente factibilidad de perder el poder, la nomenclatura proto-fascista bolivariana en combinación con una izquierda tarifada han apelado al viejo libreto de los enemigos internos y externos a quienes responsabilizan de todos los males y penurias que sufren los venezolanos. Un gran enemigo externo representado por el imperio del norte – principal aliado y sostén económico de la “robolución”-, el cual se sataniza públicamente y con quien no se puede dialogar, ni negociar, pero si se puede conversar en privado, tras bambalinas. Prueba de ello es que el régimen de Maduro ha invitado a Mr. Thomas Shannon Consejero del Departamento de Estado del gobierno de EEUU en dos ocasiones en menos de dos meses para continuar las conversaciones bilaterales con el representante de la Casa Blanca. Son unos grandes farsantes.
Además, fantasean sobre la existencia de un enemigo interno (disidencia política) a la cual califican de apátrida, de violentos y desadaptados sociales para justificar la represión y deslegitimar y condenar socialmente las luchas que libran pues atentan contra la gobernabilidad y la paz social del país; por ello merecen ser reprimidos, encarcelados, exterminados o convertidos en polvo cósmico como lo sugería en vida el farsante eterno de Sabaneta. Enemigos que son los “responsables de todos los problemas” que afectan al ciudadano común, desde la escasez de alimentos y medicinas hasta de la crisis eléctrica que ha obligado al régimen a reducir el horario laborable en los establecimientos comerciales y dependencias del Estado. Aplican magistralmente el principio Goebbeliano de la transposición de responsabilidad: Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos. La mitificación y demonización de los enemigos externos-internos- ha sido siempre y sigue siendo una de las más claras señas de identidad del nazi-fascismo.
El socialfascismo bolivariano es un confuso batiburrillo ideológico, inviable que políticamente persigue la vigorización extrema de un Estado autoritario y militarizado. Esta fundamentada en la sustitución de la voluntad popular por las expresiones tumultuarias orquestadas por el mismo régimen con el apoyo (abierto o solapado) de la Fuerza Armada Nacional, la cual se ha convertido en una especie de guardia pretoriana al servicio de la cúpula que dirige la logia milico-civilista. Todo ello blindado por un férreo entramado jurídico que criminaliza a toda disidencia política y que económicamente impulsa un capitalismo de Estado salvaje, disfrazado de socialismo que depreda las conquistas de los trabajadores.
Estamos ante la presencia de un neofascismo dogmático y reaccionario que se oculta detrás de la divisa bolivariana que aspira mediante un brutal control militar-corporativo intervenir no sólo en las funciones del Estado, sino en la totalidad de los aspectos de la vida del individuo. Una falaz revolución que le tiene miedo a la diversidad, que destruye hombres y aniquila principios.