La extrema vulnerabilidad de Venezuela por su excesiva dependencia de la explotación de petróleo y otros combustibles fósiles debe motivar un efectivo y urgente esfuerzo nacional por diversificar la economía. De lo contrario quedará atrapada como una víctima de inevitables tendencias mundiales fuera de su control
Julio César Centeno
El G7 emitió un pronunciamiento esta semana en el que reconoce las transformaciones económicas y estratégicas necesarias para encarar la amenaza del calentamiento global.
Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá reconocieron colectivamente la necesidad de evitar que el calentamiento promedio en la superficie del planeta supere los 2°C para finales de siglo, desacoplar la economía mundial del consumo de combustibles fósiles, reducir las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero entre un 40% y un 70% para el 2050, transformar el sector energético para mediados de siglo y movilizar 100.000 millones de dólares anuales en financiamiento destinado a los países en desarrollo para el 2020. Estos planteamientos coinciden con las recomendaciones de la comunidad científica internacional en los informes más recientes del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambios Climáticos (IPCC).
El G7 incluye a 7 de las 10 principales economías según su producto interno bruto en dólares corrientes (PIB) y a 7 de las 15 principales economías en términos del poder adquisitivo del producto interno bruto (PIB-PPA). La primera economía en términos del PIB-PPA es China, la tercera India, la sexta Rusia, la séptima Brasil y la octava Indonesia. Ninguno de estos países forma parte del G7.
Entre los medios señalados por el G7 para alcanzar estos objetivos se mencionan específicamente instrumentos regulatorios y el mercado del carbono, un reconocimiento a la necesidad de asignarle un precio a las emisiones, lo que se reflejaría ya sea en forma de impuestos o en el comercio de derechos de emisiones. Se refieren también a la necesidad de eliminar los subsidios a los combustibles fósiles; según la Agencia Internacional de Energía superaban los 550.000 millones de dólares en el 2013. Estos planteamientos coinciden con las propuestas que han venido adelantando conjuntamente el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD) en los últimos años. Todos instrumentos para la defensa de los intereses de los países industrializados.
Independizar la economía mundial del consumo de combustibles fósiles es una condición necesaria para evitar que el aumento de la temperatura promedio para finales de siglo supere los 2°C sobre el promedio de la época pre-industrial. Al menos dos tercios de las reservas probadas de hidrocarburos deberán permanecer bajo tierra. Los combustibles fósiles (petróleo, carbón mineral y gas natural) suplen en la actualidad el 87% de toda la energía que se consume en el mundo y que motoriza la economía mundial. Una de sus externalidades es la emisión de 35.000 millones de toneladas anuales de CO2 sólo en el 2014. Mantener las tendencias actuales conduce irremediablemente a un aumento en la temperatura superficial promedio entre 3°C y 5°C para finales de siglo.
Un aumento de 4°C sobre el promedio de la época preindustrial no se ha registrado desde inicios del Plioceno hace 5 millones de años, cuando el nivel del mar se encontraba entre 20 y 24 metros sobre el que conocemos debido principalmente a la desestabilización de las masas de hielo en el Ártico, en la Antártida y en los glaciares en montañas alrededor del mundo.
Provocaría también la destrucción de buena parte de la biodiversidad que conocemos, se desatarían guerra por el acceso a cada vez más restringidas fuentes de agua y alimentos, se acentuaría la intensidad de sequías, inundaciones, huracanes y tormentas y se propagarían enfermedades tropicales a latitudes donde hoy son desconocidas. Mantener esta tendencia sería un crimen intergeneracional de magnitud gigantesca, pues le estaríamos dejando a nuestros descendientes un planeta hostil desconocido por la especie humana.
Desacoplar la economía mundial del consumo de combustibles fósiles no será una meta fácil de alcanzar. Requiere aumentar significativamente la eficiencia energética de nuestras economías, especialmente en los países en desarrollo. Será también necesario aumentar exponencialmente la generación de electricidad a partir de energía solar, eólica, nuclear, hídrica y geotérmica. Tendremos que independizar los sistemas de transporte del consumo de gasolina, gasoil y otros derivados del petróleo para sustituirlos por electricidad, hidrógeno o biocombustibles.
Lo que en la actualidad luce imposible tendrá que hacerse realidad para evitar las abominables consecuencias de las tendencias actuales del calentamiento global sobre la vida en el planeta y la seguridad de la especie humana. Para que la iniciativa del G7 sea efectiva tendrá que contar con la cooperación de las otras grandes economías, especialmente China, India, Rusia, Brasil, Indonesia y México. Las posiciones que adopten el grupo BRICS y la CELAC en este sentido son cruciales.
Los países en desarrollo en su conjunto deben coordinar posiciones para defender los intereses del 80% de la población mundial que representan pues, sin las medidas compensatorias necesarias, estas tendencias pueden convertirse en una firme condena al subdesarrollo, la dependencia y la explotación. La superación de la pobreza que somete en la actualidad a más de mil millones de personas en los países en desarrollo no se puede negociar. Tampoco se debe sacrificar el derecho a la educación, la salud, la alimentación, la vivienda y el trabajo, o la superación de la dependencia tecnológica. Lo que se debe destacar es la desproporcionada responsabilidad que recae sobre menos del 20% de la población mundial, localizada en los países industrializados, que ha generado más del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero que se han acumulado en la atmósfera y que hoy amenazan a toda la humanidad.
La referencia del G7 a la transferencia de 100.000 millones de dólares anuales a los países en desarrollo no es ni su iniciativa ni una dádiva. Es un reclamo de los países en desarrollo por cooperación no reembolsable para actividades de mitigación y adaptación al cambio climático.
Forma parte del reconocimiento de la desproporcionada responsabilidad de los países industrializados en la gestación de la amenaza climática que hoy enfrenta la humanidad. Sin embargo, los países del G7 han venido tratando de evadir esta responsabilidad en las negociaciones internacionales, de tal manera que la transferencia de recursos se realice en un mayor parte a través de la banca privada, tal y como se señala en el pronunciamiento. Se provocaría así una vorágine adicional de dependencia y endeudamiento externo que agobiaría las inestables economías del sur.
La extrema vulnerabilidad de Venezuela por su excesiva dependencia de la explotación de petróleo debe motivar un efectivo y urgente esfuerzo nacional por diversificar la economía y superar la dependencia parasitaria de la minería del petróleo. De lo contrario quedará atrapada como una víctima de inevitables tendencias mundiales fuera de su control.
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