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Silencio, mucho silencio

En el país ha resurgido de nuevo el histórico conflicto que aquí se ha dado entre el autoritarismo dictatorial de factura militar y la democracia política


Oscar Battaglini

Esta frase extraída de un escrito de uno de los dirigentes regionales de origen militar, del chavismo oficial, se adapta con mucha idoneidad para caracterizar la situación general que él quisiera para Venezuela, y que en gran medida se ha venido imponiendo en el ámbito de nuestra realidad social y política. Las crecientes restricciones a la libertad de expresión, la persecución en contra de los comunicadores y los medios de prensa no gubernamentales; la intensificación de la coacción, la represión contra la opinión crítica del país y la disensión en general, incluyendo la de sus propios adláteres, son algunas de las manifestaciones más resaltantes de esa situación.

Todo indica que en el país ha resurgido de nuevo el histórico conflicto que aquí se ha dado entre el autoritarismo dictatorial de factura militar y la democracia política. La primera vez que esto se planteó, fue a raíz de la muerte de Gómez, cuando los factores de poder en crisis por la muerte del dictador y por el agotamiento de la dictadura militar como modelo político, trataron mediante la violencia, no sólo de dar continuidad a ese oprobioso régimen, sino impedir el ascenso político de los sectores populares (obreros, campesinos, clase media, etcétera) en lucha por la democracia que había estado represada durante siglos.

Aunque no fueron muchas las reivindicaciones efectivas alcanzadas en ese momento, se logró sin embargo, que la conquista de la democracia se convirtiera en la aspiración básica que ha guiado las luchas políticas que los sectores populares han librado desde entonces.

La segunda, es la que se da durante el gobierno modernizador y nacionalista de Isaías Medina Angarita. La legalización de los partidos políticos (AD, comunista, etcétera); el reconocimiento de las organizaciones sindicales y de sus derechos correspondientes; la idea de realizar una Reforma Agraria, así como el propósito de liquidar el rentismo y el parasitismo petrolero, para organizar en su lugar una economía productiva que abriera las posibilidades de desarrollar el país y de mejorar las condiciones de vida de la población en general; la liquidación de la injerencia militarista en la determinación de los asuntos públicos, etcétera, son entre otras las realizaciones democráticas que ese gobierno adelanta, pero que finalmente serían bloqueados por el golpe de Estado ejecutado por Pérez Jiménez y Rómulo Betancourt, con el apoyo del Departamento de Estado de los Estados Unidos.

La tercera se produce inmediatamente después de la caída de la dictadura perejimenista. Un hecho de gran importancia a considerar en la revisión histórica de este nuevo enfrentamiento entre el autoritarismo dictatorial y la democracia política en nuestro país, en que el bloque burgués representado por Fedecámaras, la FAN, la Iglesia Católica, los grupos dominantes dentro de los partidos políticos, AD, Copei, URD, etcétera. Se ve, inicialmente, colocado en una situación de relativa debilidad política frente a las fuerzas populares movilizadas alrededor de la lucha por la democracia. Se explica esto, en primer lugar por el salto cualitativo que se había operado en el desarrollo de la conciencia política y en la capacidad de movilización y de lucha alcanzada por los sectores populares en el curso de las acciones de calle que precipitan la caída de la dictadura militar. En segundo lugar, por la pérdida de legitimidad de la mayoría de los integrantes del bloque burgués, como consecuencia del apoyo que desde un principio, y hasta el final, le había dado a la dictadura militar. Y en tercer lugar, porque en el interior de la FAN y de los partidos políticos del orden, integrados en el Pacto de Punto Fijo, existían fuerzas políticas importantes que ya aparecían ubicadas al lado de los sectores populares en el desarrollo de la lucha planteada.

Ante esa situación, el bloque de la burguesía se traza una táctica política en la que aparece como abanderado de la unidad, o del llamado “espíritu del 23 de enero”, que obviamente tenía como objetivo principal, contener la movilización popular que había sido el factor decisivo en la caída de la dictadura, y que en esos momentos amenazaba con trastocar el nuevo orden político que se estaba tratando de implantar. Conseguido ese objetivo, -entre otras razones por la incapacidad de los partidos de izquierda de darle una dirección adecuada a las luchas populares en desarrollo- y estabilizado el nuevo orden sobre la base del pacto de Punto Fijo, se impondría de hecho en el país una dinámica en la que cualquier acción política o concepción sobre la democracia, que no estuviera encuadrada dentro de los cánones contemplados en ese pacto, serían considerados ilegales, repudiables y hasta objeto de represión por parte del Estado.

Es así como la democracia, que nace de dicho pacto y de las elecciones de 1958, al tiempo que se establece sobre la base de un verdadero secuestro de la acción política autónoma de las mayorías populares y de sus organizaciones representativas (partidos, sindicatos, etcétera), se dota del elemento jurídico para prohibir, proscribir y perseguir el disenso y el derecho de los venezolanos a optar libremente por otra forma de organización político-democrática de la sociedad distinta del modelo puntofijista.

En la imposición de ese modelo, de claro contenido autoritario, radica, sin duda, la razón básica de la violencia política que se desarrolla en Venezuela a todo lo largo de la década de los años sesenta y parte de los setenta; la cual sería aprovechada por los gobiernos de Betancourt (II), Leoni y Caldera (I), para poner en ejecución una acción represiva -sistemática e ilímitada-, dirigida a liquidar toda forma de oposición política que tuviera como fin la transformación o superación del régimen establecido.

La cuarta manifestación del conflicto en referencia, tiene lugar, como sabemos, en la Venezuela actual. A esto se debe la enorme tensión existente entre un gobierno que pretende implantar en nuestro país, o bien una dictadura militar como la que se viviera bajo el perezjimenismo (proyecto Diosdado Cabello); o lo que fuera y es la experiencia de la Rusia stalinista, sus satélites, China, Cuba, etcétera (proyecto Maduro), y la mayoría de una sociedad que a pesar de todas las trabas y limitaciones autoritarias que ya pesan sobre ella, se resiste a aceptar o a permitir la realización de tales despropósitos. En este punto cabe recordar que, en los casos anteriores, los factores de poder se vieron forzados por la resistencia popular a recurrir a la represión física para imponerse. Así procedieron López Contreras, Betancourt, Pérez Jiménez, Leoni, Caldera, etcétera. En el presente, como también lo sabemos, este elemento no ha estado ausente, pero, eventualmente, pudiera ser contrarrestado por la capacidad que la movilización del conjunto de las fuerzas democráticas del país esté en condiciones de desarrollar. De todas maneras, la historia dirá.