, ,

Venezuela, ¿al comienzo o al final de la crisis?

La tragedia venezolana es que irrumpe después de un proceso político relativamente pacífico en medio de un mar de “inconstitucionalidad” e “ilegalidad” subrepticias


Manuel Malaver

La destrucción de Venezuela se acerca tan aceleradamente a la hora cero, que ya a los analistas políticos nos acuesta apartarnos a un tema particular, ante el espectáculo de una catástrofe terminal que nos acosa por los cuatro costados.

En efecto, ¿qué son los ataques que desde hace una semana llevan a cabo delincuentes con granadas contra puestos policiales, o el recrudecimiento del desabastecimiento, o la falta de medicinas e insumos médicos, o la depreciación del bolívar hasta mil bolívares por dólar, o el apagón del “Complejo Refinador de Paraguaná” comparados con la sensación de que Venezuela se desliza a una parálisis en que, de repente, la vida toda dejará de ser, de existir?

Sé, sin embargo, que no escribo sobre acontecimientos inéditos y que, cada uno a su manera, se cuentan de a miles los países que, por minutos, horas, días, semanas, meses o años vivieron ese tiempo que resultó final y que, o los hicieron desaparecer, o los integraron a otros, o los cambiaron raigalmente o les permitieron seguir siendo como eran.

Pero, generalmente, fueron conmociones que advinieron después de guerras internacionales o civiles, o catástrofes naturales o pestes producto de endemias inevitables y fatales.

Lo particular de la tragedia venezolana es que, irrumpe después de un proceso político relativamente pacífico, en medio de un mar de “inconstitucionalidad” e “ilegalidad” subrepticias y en mucho sentidos auspiciado por clases y sectores sociales que construyeron las cárceles, llaves y cerrojos con que hoy los carceleros amenazan con arrebatarles libertad, democracia y vida y hacienda para siempre.

Tampoco fue una tragedia que tuviera signada por grandes hechos de guerra, o gestas civiles, o la creación de epopeyas, o narrativas o épicas de las cuales los autores o sus víctimas tengan algo que archivar, recordar o celebrar.

Y mucho menos, hay aquí héroes o profetas, esos seres míticos que con su espada o palabra fundan escuelas, doctrinas, filosofías o religiones y dejan una huella por la que, quienes los siguieron o sus descendientes, estarán siempre contando que “estuvieron ahí”, lo vivieron, participaron u observaron.

Hasta de los narcotraficantes mexicanos, de gente como el Chapo Guzmán, o los Arellano Félix, hay corridos, el intento de asociarlos a una suerte de “robinhoodismo” postmoderno, pero de Chávez, y mucho menos, Maduro, pruebas de que impactaron, o anclaron en la vena popular no se rastrean ni dentro, ni fuera de Venezuela.

Quiere decir que, parte y no poca, de la tragedia venezolana consiste en que, quienes la promueven y ejecutan son una horda de individuos mediocres, balurdos, semianalfabetas, ásperos y oscuros y sin calificación de ningún orden y, por tanto, decididos a cobrarle a sus víctimas su escasa escolaridad, o nula iletralidad.

Es cierto que, algunos ostentan títulos universitarios, pero logrados en las circunstancias de la crisis que ya había deteriorado a la educación y es que como si no los hubieran logrado, o los adquirieron para su peor uso: oprimir a sus connacionales.

Y no se venga con el cuento de que, porque procedían de las clases y sectores mas excluidos por el ancien régimen no tuvieron acceso a los bienes de la educación, porque, fue lo contrario, en Venezuela, los militares y los políticos fueron siempre privilegiados que venían de la clase media baja, o media, que les garantizaban regulares condiciones de vida y, en particular, de salud y educación.

Un buen ejemplo fue el difunto presidente, Chávez, hijo de una pareja de maestros de escuela que, por tales, le proporcionó buena casa, educación y salud a su prole.

No tuvo porque ser distinto el caso de Maduro, si bien, lo poco que se sabe sobre su origen no autoriza a asignarle clase social, educación, profesión y nacionalidad.

Por tanto, pienso más bien que el lamentable coeficiente intelectual y la pésima educación de la casta revolucionaria venezolana, deviene de su origen golpista, primero, y después, de la forma atropellada y apresurada como en menos de ocho años se hicieron con el poder.

Pero accidentes que, en ningún caso, tendrían porque explicar la tragedia que se ha desarrollado en la vida política y económica venezolana de los últimos 16 años, y que podría graficarse con el descenso a escalas cada vez más profundas del colapso y la desintegración, pero sin que Maduro y los hombres que lo rodean se den por aludidos, ni obligados a aplicar correctivos en una agonía que, no solamente amenaza con triturar al país, sino también a ellos mismos.

Pruebas al canto: al comenzar su período hace poco menos que tres años, el dólar paralelo se cotizaba a 200 bolívares y hoy se acerca a 1000, también era evidente que el cambio múltiple se hacia insostenible por la caída de los precios del crudo y se mantuvo, igualmente, que la quiebra del aparato productivo, más la escases de divisas, llevaría al país a un desabastecimiento cercano a la hambruna: ¿qué indujo, entonces, a Maduro a sostener la misma política y a ver, impasible, como Venezuela se desarticularía sin hacer nada, absolutamente nada?

Mas todavía: armar civiles con el pretexto que fuera, significaba el comienzo del fin del estado nacional y a convertirlo en una máquina en proceso de desintegrarse en manos de pandillas que, obligarían al gobierno a pactar con ellos o enfrentar una guerra civil, que es lo que está ocurriendo ¿por qué, entonces, no se corrigió este rumbo cuando era corregibles y hoy el estado ni siquiera puede proteger las escoltas del excomisionado policial presidencial, Freddy Bernal?

Por último: ¿sabía Maduro que mientras se alojaba en un hotel “5 estrellas” de Nueva York con un séquito de 50 personas para asistir a la Asamblea General de la ONU, los médicos de un hospital de Maturín asistían a los pacientes en el suelo porque no había camas, o que la docena de huevos amaneció ayer a 500 bolívares (la más cara del mundo) o que vecinos de Petare reportan que no más salen de colas de hasta seis horas en las esquinas los esperan malandros para robarles lo poco que compraron o que muchas escuelas están eliminando los almuerzos escolares por la imposibilidad de recibir alimentos, o comprarlos?

Seguramente que no, porque es un presidente que pasa poco tiempo en el país, o si lo sabe igual no va a darse por aludido en esta apuesta porque Venezuela se vaya desintegrando sin dolientes, mientras él y sus séquitos de burócratas y militares, se crean un mundo propio (“raro” diría una canción mexicana), extra o infra venezolano, donde todo se va en comer, viajar, discursear, lucir trajes de marca, zapatos, relojes, dijes, e ignorar noticias o imágenes de los alrededores, de donde puedan llegar cifras, colas, protestas, gritos de los ciudadanos asesinados, o de los que mueren de hambre o no encuentran una cama en un hospital de Maturín para operarse.

¡Pero cuidado!… que el señor o presidente Maduro da un discurso, habla en cadena de radio y televisión y es para anunciar que pronto comenzará otra guerra, que no es la anterior, la medianamente resuelta con Guyana, o la que estuvo a punto de estallar con Colombia, pero ¿con quién? ¿con Trinidad y Tobago? ¿Con el reino de Holanda por la posesión de Aruba?… No sabemos, porque se fue la luz antes de que terminara el discurso.

No importa, ya nos llamarán a conscripción. Los payasos se divierten, ríen y aplauden a rabiar. Cabello, Padrino López, los Rodríguez, Arreaza, los Chávez, “Comando”, Carreño, Ameliach, Darío Vivas, los Tarek, los embajadores todos, los de Washington y la ONU, los de Osetia del Sur y Burkina-Fasso.

No habrá guerra pero si el anuncio de una nueva compra masiva de aviones Sukhoi, tanques, helicópteros, radares, buques, lanchas patrulleras, por 2000, 3000 millones de dólares para que Putin siga aumentando su maquinaria de guerra y suministre equipos al carnicero Bachar al Assad y siga destruyendo a Siria.

Maduro no quiere a los sirios, ni a los libios, ni a los tunecinos, ni a los egipcios, ni a nadie que se alce contra una dictadura y a nombre de una democracia.

En cuanto a sus odios continentales, se la tiene jurada a los colombianos que no terminan de entregarle el país a las FARC, a Timochenko y a su comadre, Piedad Córdoba y eso que no puede negar que el bolsa de Santo a andado rápido, “duro y curvero”, como decía el “presidente eterno”, y le tiene tanto miedo a Uribe que prefiere entregarle Colombia a Timochenko.

“Si no, ahí le tengo tomadas las fronteras” dice Maduro “y en cuando arrugue, les deporto cientos de miles, millones de colombianos para que vayan a hacerle compañía, de igual manera que Bachar y Putin mandaron a los sirios a Europa.

De todas maneras, que se apure Santos, que aquí ardemos de ganas por llegar a Bogotá aunque sea en carretas y resucitar la “Gran Colombia” presidida por mi.

¿Y los venezolanos? Tranquilos, no los molestemos, no los interrumpamos. Dejémoslos en sus colas y en sus hospitales sin camas. Esto es el socialismo: millones de personas sin comida, salud, educación, ni transporte para que la gloria de sus líderes se extienda por los siglos y de los siglos, amen.

¡Viva Chávez!, ¡Viva Fidel!, ¡Viva Raúl!. ¡Viva Timochenko!”-