Los venezolanos que irán a votar el 6D darán un paso más en la vía de deshuesar la dictadura
Manuel Malaver
Parece una campaña presidencial, o más bien militar, de aquellas que en el siglo antepasado enfrentaron ejércitos para decidir si España o la independencia, si la república conservadora o la liberal.
Agonía, más que instantes, en que el mejor liderazgo del país, y su mejor pueblo, lograron acumular ganancias y pérdidas para que hoy, en la segunda década del siglo XXI, estemos preparándonos para un choque cívico que, con perdón del pasado, no desmerite ni a los fundadores ni a sus herederos.
Lo cierto es que, no pasa hora, minuto, segundo en las calles, casas, plazas, universidades y lugares de culto y trabajo en que no se hable de las elecciones parlamentarias del próximo 6 de diciembre, y de que, las esperan con la impaciencia de quien, ya resolvió, que el presente no conduce sino al hundimiento y el futuro a la esperanza.
Hay rabia entre los hombres y mujeres que pasan fugaces a nuestro lado, o de los que se detienen a saludarnos, a preguntarnos, a comentarnos, con ánimos y puños apretados, rechinando, con mezcla del dolor de quienes se sienten burlados y, a la vez, sorprendidos de que ejemplares de la especie puedan ser tan ruines, pero iluminados por el pálpito de que el final pudiera estar cerca, muy cerca.
Lo cual, tampoco es una apuesta de que Maduro, y su camarilla, vayan a dejar el poder por votos más, votos menos, pero si a que quedarían deslegitimados a extremo de que los próximos empellones serían más fáciles.
Lenguaje difícil de comprender por candidatos a diputados angustiados porque los índices de abstención perjudiquen sus opciones y propensos a deslizar entre los electores la idea de que la madre de todas las batallas electorales, es la batalla final.
Pero aún queda noche por recorrer, y batallas por librar, si bien una contundente victoria el 6 de diciembre permitiría respirar entre los primeros rayos de la mañana.
Frescor imposible para los que están enceguecidos por el odio, el rencor y el resentimiento, y como aquel personaje de Gallegos, solo ven los cielos cubiertos de sangre, sangre, sangre.
Se quedarán con las ganas, porque la decisión de las mayorías civilizadas preocupadas por la reconstrucción del país, es dejarlos ir como llegaron, torvos y ayunos de cualquier amago de cultura, moral y piedad.
Una muestra latinoamericana de los desgarramientos que actualmente deshacen al Medio Oriente, de los enfermos de intolerancia, fanatismo y univocidad, pero condenados a la peor derrota que pueden imaginar: la de la paz y la civilidad.
Aunque, queda mucha rabia por desandar, contra un gobierno facineroso y forajido que comete tropelía tras tropelía para darse ánimos y decirle a los suyos, que no teme la peor embestida, que es la que viene por el lado de la muerte política y moral.
Es, para decirle en breve, la reacción a una provocación, a la provocación y la arrogancia de la pandilla que, por obra y gracia de casualidades, azares y barajos llegó a alzarse con el poder para ejercerlo como una apología al delito, la vileza y la mediocridad.
Son, incluso, un insulto a la fuerza que, al fin y al cabo es una debilidad humana, porque, hacerse el fuerte, echando manos al expediente de arrebatarle el derecho a la libertad expresión a los ciudadanos, ahogando económicamente a los medios independientes para después comprarlos por intermedio de testaferros genuflexos, y, por último, perseguir a 22 de sus editores porque no se los quiere ver libres, eso, como diría un republicano español de la “Generación del 98”, no es solo una ruindad: es una felonía.
Aves, y de rapiña, de las que se ufanan en devorar sus presas y usarlas como emblema de lo que le puede ocurrir a quienes se niegan a coexistir con modos de gobernar tan oscuros, torcidos, espasmódicos, urticantes, infecciosos, contaminantes, bacteriales y homicidas.
De las que le entran a saco a libertades, derechos, vidas, haciendas, y apiladas por el instinto animal de que dispersas, fuera de la tribu o manada, son incapaces de transpirar el miedo.
Conducidas por las naderías de un vozarrón, de habla copiosa e ininteligible, para el cual, las propias opiniones son órdenes risibles, porque atropellar, abusar, golpear, matar son instintos primarios que se decretan con puros gestos.
Son las reinas del país de los crímenes, donde hoy, en El Guarataro, aparecieron tres cadáveres en un basurero, y ayer otros tres en unos depósitos de Mercal en San Martín, y durante toda la semana, y la otra y la otra en choques no se sabe muy bien si entre policías y ladrones, o policías y policías, o ladrones y ladrones.
Muertos para las estadísticas y las morgues, sin dolientes, porque nadie los reclama, y sorprendidos en cualquiera de los juegos violentos que la revolución les enseñó como indispensables para sobrevivir.
Así como esta ciencia, o arte de las colas, en que los venezolanos llevan dos años zanqueando de puerta en puerta, de esquina en esquina, y de frente en frente, para conseguir un paquete de harina pan, un kilo de arroz, otro de pasta, carne, azúcar, azúcar y, el pasado a mejor vida, papel toalet.
“Es el socialismo” grita Maduro “la sociedad más justa, próspera e igualitaria del mundo y donde todos son pobres en honor a la obediencia al caudillo. La sociedad de los hermanos cubanos y de los hermanos de Corea del Norte. Saludos camarada, Raúl, saludos camarada, Kim Jong-un, o, ¿cómo se llama? ¿cómo camarada Delcy? Si, es el camarada, Kim Jong-il”.
El socialismo… el modelo económico, político y social inventado por unos burócratas alemanes del siglo XIX, y ensayado por otros de Rusia, China y Europa del Este durante el siglo XX y mantenido en el siglo XXI en estado de momificación y congelamiento en Cuba y Corea del Norte, la de los camaradas Raúl y Kim Jong-il o Kim Jong un.
El sistema donde no se trabaja para vivir, ni se vive para trabajar, sino para pedir, mendigar, a estos dictadores todopoderosos que no se sienten seguros sino cuando, además de las armas, el silencio y las cárceles, someten a los esclavos por hambre.
Lo viven los venezolanos que irán a votar el 6 de diciembre, con unas ganas enormes, es verdad, de dar un paso más en la vía de deshuesar la dictadura, pero también de gritarle al mundo que la abominan, que la rechazan, la condenan y que, si hay que ir a la guerra de los votos, así será.
Es la gran responsabilidad del liderazgo opositor, del representado en la MUD, la Salida, los independientes, de Chúo Torrealba, Henry Ramos, Julio Borges, Capriles, Rosales, Leopoldo López, María Corina, Ledezma, Medina, Mujica, citados, no en orden de preeminencia, sino de recurrencia y responsables de que las llamas de la ira no se apaguen, sino que se agiganten en diciembre hasta arrasar con los caudillos y los caudillitos.
Plaga que tiene también una secuencia regional, como que de aquí se extendió a Nicaragua, Ecuador y Bolivia –y en distinto grado- a Brasil y Argentina y podría ser la causa eficiente de que el subcontinente latinoamericano pierda también otro siglo y pase a sustituir a África como zona más pobre del planeta.
Pero, a menos que, los venezolanos no lleven a las urnas la rabia que les sacude el alma, los argentinos vapuleen a los Krichner, los bolivianos voten en el referendo contra las aspiraciones de Evo Morales de convertirse en dictador vitalicio, los ecuatorianos hagan otro tanto con Correa y los tribunales brasileños metan en la cárcel a Dilma Rousseff “y sus 40 ladrones”.
Unas ciertas trompetas sobre el fin comienzan a anunciarse en todo el continente y parece que la primera clarinada será la del 6 de diciembre en Venezuela.
a lo dijo Víctor Hugo: “No hay nada más poderoso que una idea a la cual le ha llegado la hora”.