El Congreso es, por tradición, usual en las democracias: es una conquista política republicana
Gustavo Luis Carrera
El Congreso Nacional fue una institución del mayor nivel en este país. Cuando se decía que algo estaba en discusión en el Congreso Nacional, era como señalar que había llegado al máximo tratamiento analítico y con la más alta perspectiva de resultados concretos. Era una verdadera autoridad nacional. En consecuencia, la pregunta pertinente (o impertinente): ¿para qué cambiarle el nombre al de Asamblea? ¿Para mejorarlo o para dar la impresión de hacerlo?
CONGRESO. El proceso evolutivo del sistema de gobierno colectivo, o con representación directa, va del Ágora de la antigua Grecia, pasando por el Senado de la antigua Roma, hasta llegar al Congreso, tal como se le conceptúa en la actualidad. La lista de las variantes y modalidades específicas a las regiones y propósitos es larga: Parlamento (con la presencia de un Primer Ministro o Jefe de Gobierno), Sanedrín (Consejo de sabios de cada ciudad judía), Cónclave (Reunión, a puertas cerradas, de los cardenales para elegir al Papa), Duma (Asamblea Federal Rusa), Dieta (Órgano máximo de gobierno en Japón). De hecho, el parlamento es más propio de sistemas de gobierno distinto del presidencial. Así, se habla de Monarquía Parlamentaria. El Parlamento fue la forma primitiva de consulta de los reyes a sus súbditos principales. Su primera manifestación se sitúa en el siglo XII en España.
El Congreso es, por tradición, usual en las democracias: es una conquista política republicana. Su uso y concepto predominan en Latinoamérica. La tradición venezolana era la de Congreso. Ahora se rompió, siendo sustituido por Asamblea; seguramente respondiendo a la tendencia del actual prolongado gobierno de imitar fórmulas “revolucionarias”, como ésta, proveniente de la Revolución Francesa, y con más de dos siglos de antigüedad.
ASAMBLEA. En Venezuela hubo un Congreso Nacional desde 1811 hasta 1999, cuando la nueva Constitución, Bolivariana y Revolucionaria, impuso el cambio denominativo a Asamblea Nacional. Pero, este nominalismo, o cambio caprichoso de nombres, no significa otra cosa que el empeño de sustituir nombres para hacer ver que se cambian estructuras y esencias. Es un procedimiento habitual en los regímenes “revolucionarios”, a partir del modelo extremo, de excesos ridículos, impuesto por la Revolución Francesa.
CONGRAMBLEA. Este cruce reduccionista -especie de íncubo ambivalente-, termina, como tantos híbridos artificiales, no siendo ni una cosa ni la otra. De la legitimidad del Congreso, tendría la mitad, como ostenta su nombre. Y de la turbulencia demagógica de la Asamblea, tendría el resto. El sector congresista lucha por recuperar el decoro representativo. La sección asambleísta domina, imponiendo su tropel y su caudillismo. Es lo que tenemos. ¿A cuándo un verdadero y respetable Congreso?
VÁLVULA: “En el caso venezolano, sea Congreso o sea Asamblea, su nombre es superfluo; lo decisivo es su función, que de ser autónoma pasó a ser automática en su dependencia del Ejecutivo, ante la cabeza gacha y la mirada cómplice del Judicial Y en todo caso, con respecto a la enfermedad del nominalismo demagógico, impone su validez, como siempre, la sabiduría del refrán popular: La mona, aunque se vista de seda, mona se queda”.