Es grave que los medios de comunicación estén al servicio del poder, arrodillados ante amos sin rostro
Son muchas las cosas que han quedado en evidencia tras el affaire de los sobrinos Flores. Como sociedad hemos perdido si una serie de antivalores predomina en las nuevas generaciones. Ya con los viejos no hay nada que hacer. Pero queda un pobre futuro para nuestra nación si los hombres y mujeres del mañana entienden que el dinero fácil es el único camino. El esfuerzo, el sacrificio, el trabajo honrado son dejados a un lado cuando lo que vale es hacer mucha plata, no importa qué. Vales por lo que tienes, por lo que luces, por lo que ostentas. La cultura del narcotráfico está permeando en nuestra juventud y por eso abunda lo estrambótico, lo superficial, el plástico y el brillo atorrante. Enormes camionetas, yates, mansiones, dólares y aviones, tráfico, lavado de dinero, testaferros y demás en manos de jóvenes que han tomado atajos, porque eso es lo que el sistema fomenta, porque el acceso a un Estado corrompido te invita a la trampa antes que a la probidad. Este prototipo de hombre nuevo se parece mucho más al peor de los capitalistas, sediento y ciego, que a un ser humano solidario y desprendido.
Pero la autocensura es otro de los daños colaterales de este bochornoso episodio. Muchos han decidido mirar a otro lado, otros han optado por contar medias verdades. Es grave, gravísimo, que los medios de comunicación estén al servicio del poder, arrodillados ante amos sin rostro, de espaldas a la gente, a la realidad. El día que nos toque enfrentar una calamidad natural, serán muchos los daños que harán esos medios que, antes de informar y dar herramientas para evitar desgracias, esperarán a que la torpe burocracia oficial se ponga de acuerdo para saber qué se puede publicar o emitir y qué no. A pesar del silencio, los hechos son los hechos y en Nueva York hay un par de jóvenes venezolanos acusados de conspirar para llevar cocaína a los Estados Unidos. Esos jóvenes son familia directa de la pareja presidencial. Ni más, ni menos. La gente tiene derecho a saber, porque la información, al fin y al cabo, nos permite tomar decisiones a conciencia, conocer, tener posturas ante la vida, ser libres. Algo tan esencial, tan básico, tan humano. Es normal sentir vergüenza, pero ordenar silencio es el más estridente de los gritos. EDE