Todo me lleva a predecir los largos y revueltos tiempos de borrascas que nos esperan para volver a ser un país vertebrado y sólido, con voz respetada dentro y fuera de sus límites, cualquiera sea el resultado de estas elecciones
Rubén Osorio Canales
Desde hace poco y ya en la antesala de unas parlamentarias que, según algunos, parecen un plebiscito, y según otros, el fin de eso que hemos dado en llamar el chavismo, y según algunos —entre los cuales me encuentro— que pensamos que ellas son un paso importante para el comienzo de una transición hacia la democracia, me pregunto con insistencia si el chantaje y el soborno continuado que desde hace tres lustros aplica un régimen cada día más irracional, seguirá surtiendo efecto en esa masa contagiada con el virus de la dependencia que afecta trágicamente nuestra autoestima como pueblo.
Me pregunto si a esta alturas y estando en el tremedal de una crisis creada por el modelo que el régimen escogió para conducir el país, ese mismo pueblo a pesar de sus desengaños, seguirá prefiriendo las migajas que recibe, o si ese visible descontento que hoy muestra ante tanta penuria, lo llevará a castigar a sus verdugos.
Y estas preguntas me las hago sin pasar por alto las deplorables, como obscenas condiciones de desigualdad en la contienda electoral de este domingo, el servilismo del poder electoral, el lenguaje soez de quienes detentan el poder, las profundas deformaciones y el daño que ha hecho y seguirán haciendo el populismo, la represión como método, y las nuevas formas de terrorismo de estado que con el mayor descaro han aplicado.
No dejo de pensar en si la conciencia nacional está en sintonía verdadera con lo que nos espera a partir de este momento en el que la pretendida revolución, gracias al quiebre moral del país a todos los niveles, quedó grotescamente desnuda por inservible, y todo me lleva a predecir los largos y revueltos tiempos de borrascas que nos esperan para volver a ser un país vertebrado y sólido, con voz respetada dentro y fuera de sus límites, cualquiera sea el resultado de estas elecciones.
Y cuando hablo de resultados no estoy poniendo en duda el triunfo de la oposición, sino las reacciones de uno y otro bando ante esos resultados.
Personalmente tomo muy en serio la incivil intención de no reconocer un resultado adverso tal y como de manera reiterada lo han expresado los mayores dolientes de una eventual derrota, como también le temo a cualquier exacerbada interpretación de la victoria opositora.
Me gustaría pensar que esa verborrea amenazante salida de los labios de quienes tienen mucho, o todo que perder, fuesen solamente trapos rojos intimidantes de un régimen acobardado por la sospecha de sufrir una derrota electoral severa, y no la señal que anuncie un nuevo calvario.
No hay que olvidar que se trata de un régimen que exhibe un radicalismo sin fondo, y que ante las preguntas de la razón, responde siempre con la irracionalidad de la mentira y del insulto.
Y me gustaría pensar que en el triunfo opositor privará la sindéresis en la dirigencia, la cual, sin caer en la tentación de hablarle continuamente a la galería, está obligada a entender que el más primordial de todos los asuntos una vez lograda una victoria como la que se vislumbra, es la reconciliación del país, terreno en el que por ejemplo deben privilegiarse los puntos de encuentro, la sanción a la impunidad con todo el peso de una verdadera justicia, la búsqueda de un equilibrio que lleve la nave a buen término, materias todas en las que la venganza no tiene cabida.
Para que una verdadera transición que marque el regreso a la democracia se haga efectiva, no importa si con berrinches, pero pacífica, lo deseable es que la gran mayoría de ese 86% que se manifiesta en las encuestas, como partidario de un cambio urgente, esté dispuesta a convertir su voto en una pacífica, pero muy firme, rebelión democrática, capaz de hacerle entender a los más radicales del régimen, que en política así como existen las victorias, también existen las derrotas y que éstas sirven para rectificar y reinventarse.
El día llegó para con los votos derrotar la retórica del engaño permanente, la impunidad sin límites, el discurso del resentimiento, la mentira como estandarte de un régimen perverso, un pueblo cada vez con menos derechos y una libertad cercenada sin que en ocasiones lo advierta y tantos otros males, todos graves, pero ese día también llegó para poner a prueba el temple de una población que aprendió a burlar el chantaje oficial con el secreto del voto y la voluntad política para el entendimiento en el liderazgo nacional.