El trabajo capitalista resulta ser, desde su propia matriz, el agente provisor de subsistencia proletaria, proceso en que el verdugo es el resorte del que se depende
Tamer Sarkis Fernández
1. Ideologías de clase: invariantemente en la médula del cambio entre órdenes sociales de materialidad
En la tarea de identificar Constantes de cambio histórico, observamos enseguida la evidencia de un rasgo común a las clases revolucionarias del pasado, o que fueron al menos portadoras de nuevos Modos de Producción:
Todas esas clases se representaron su revolución respectiva o las nuevas relaciones productivas, nucleando su ideología entorno a convicciones, a “magnos pasos”, a una obra de “elevación social”. El ejercicio se pronuncia era tras era, sin que pueda decirse que el mismo haya sido, en lo fundamental, un acto maquiavélico de auto-propaganda. Hallamos una y otra vez, por el contrario, una sincera auto-idealización de clase.
Pensando en el Modo de Producción asiático o hidráulico (China, Sumeria, Valle del Indo, Egipto, etc.), observamos que el Teócrata, el Rey, el sacerdote-guerrero o el Emperador, dependiendo del caso, se presenta como “el portador del agua”, o “el Maestro” de los fenómenos atmosféricos, climáticos y estacionales. Aquí “Maestro” se comprende en la acepción de “gran conocedor” inextricablemente fundida con la acepción de “dominador práctico” respecto de un sistema armónico de sacralidad conformada por lluvia, sol, sombra, viento, tempestad, torrentes, etc., cuya Substancia (de ningún modo metafísica[1]) comparte el monarca.
Así por ejemplo, el Emperador fue en China “el hijo del cielo” (Tien, significando este término sintéticamente “cielo físico”, “cielo” como coordenada de lo Divino y “La Divinidad” misma), mientras que en algunas ciudades-Estado mesopotámicas la escritura pictográfica cuneiforme hallada atribuye al Rey ser poco más o menos que el “domeñador”, “regulador” o “conductor” del agua. Él es la encarnación terrenal de Dios (El, En, Il, Elah, Al-Ilah…), es decir, de la Unidad dialéctica que contiene en sí al Hadad (la vida, el germen, el principio de creación y de productividad) y lo ordena a éste, transformando en agencia de fertilidad aquella fuerza que, en salvajismo, no haría más que desbordarse como turbulencia y devastación. Toda esta deslumbrante Superestructura ideológica -en sus variopintas modalidades formales- salta a la vista como correlato del desarrollo productivo agrario, posibilitado técnicamente desde una ciudad intramuros de la especialización, la planificación, la fiscalidad y la condensación y dirección de Fuerza de Trabajo; dispositivos indispensables a las vastas obras de canalización acuífera y de conexión viaria para un intercambio mercantil campo-ciudad en complejización.
Ahorraré al lector leer esta descripción para cada uno de los saltos cualitativos históricos, pero piénsese que cada nueva clase transformadora ha irrumpido en escena con una Pompa de similar calibre:
El Modo de Producción esclavista incorpora en su seno ideológico todo un bagaje remoto, inherente a la fragmentariedad de comunidades primitivas y a la puesta de las mismas en relación de mutua oposición a medida que iban desarrollándose las necesidades materiales y, con ellas, las incursiones de saqueo a la alteridad tanto como la captura de seres humanos. Quienes no comparten, con el grupo, comunidad de producto, de medios de vida ni de medios productivos, no comparten tampoco Humanidad, al quedar fuera de la relación genérica (de la com-unidad humana). Ese es el hecho material subyacente a una forma de nombrar típica comunista primitiva (tanto en la banda como en la gens) que se auto-identifica de modo exclusivista con lo Genérico (ejemplo en !Kun: “los hombres”, “los humanos”).
A determinado nivel de agudización de las contradicciones inter-comunitarias, ese Otro “extra-genérico” dominado por la violencia, y a quien se ha perdonado la vida, deviene esclavo. A éste le tildarán los romanos, milenios después, de “instrumentum vocale” (herramientas hablantes), ya que, en el esclavismo, el esclavo es por sí Medio de Producción. Y, centenios antes, nada menos que Aristóteles había ideologizado el esclavismo exponiendo cómo, con vistas a la producción social del más alto desarrollo y la culminación de las cumbres de cultura, de pensamiento, de arte, de economía…, las sociedades civilizadas se habían determinado a dividir a sus miembros entre libres y esclavos; y siendo la esclavitud condición permisiva de dar a luz “lo mejor” (lo aristocrático; lo producido y donado a la sociedad de la mano de “los mejores”, o Aristoi). Esta filosofía no deja de ser el eco mecánico de unas condiciones de época que ella misma justifica y naturaliza, si bien fue una captación verdadera de aquella división del trabajo quehistóricamente correspondía con un estadio de las fuerzas productivas materiales[2]. Así mismo, la base ideológica clerical y señorial de la feudalidad afirmará su Modo de Producción negando la posibilidad de esclavitud, y ello a través de la Doctrina de “la igualdad de las almas ante Dios”, con necesaria contrapartida en la desigualdad de Destino mundano (temporal) de los cuerpos.
Ni que decir de los ditirambos en cuyos regalos al oído la burguesía se reconocerá, y que trasmutan parte del bagaje judeo-cristiano tanto pre-capitalista como capitalista mercantil: el Dogma del “libre albedrío” trabajado y desarrollado por el protestantismo hasta llegar a su propia Aufheben conceptual como “la Libertad” en términos de discrecionalidad para cada clase en sus movimientos y en sus inversiones y usos con su “propiedad” y “patrimonio” particulares, que en el caso proletario se reducen a la Fuerza de Trabajo. Por lo demás, las alforjas llegan cargadas con genuinas ideas-fuerza como la “Virtud del préstamo con interés a emulación de los hebreos antiguo-testamentarios, o Pueblo de Dios” (Calvino); la perfectibilidad infinita del Ser Humano (Montesquieu); la Asamblea Nacional pudiéndose auto-transformar en el Poder político “de todos los ciudadanos por igual” al fin imbuido dela Voluntad General objetiva en cada deliberación y ejecutor de la misma en cada decisión (Rousseau); la Mano Invisible armonizante del nexo entre necesidades y universo de intercambios mercantiles (Economía Clásica); las Luces (Ilustrados); el “Vicios privados, beneficios públicos” (Mandeville); la Razón y su al fin implementado Reino; la Liberté, Egalité, Fraternité; la divisa “Orden y Progreso” que iba a regir en el esperado Estadio social positivo (Auguste Comte), donde la mejora social no tendría techo siempre que fuera sin salirse de la Jauja social burguesa; etc.
2. Espejismos de inmanencia
Y, siendo esto así, ¿qué pasa con el proletariado?. Esta clase no rescata por sí, de la historia pretérita derrotada, de la historia perdida…, los Principios resecos de su ideología, presto a fortalecerlos, a desarrollarlos deduciendo de ellos sus implicaciones a la orden del día y anticipando también deductivamente sus frutos de futuro. En efecto, la paradoja en esta cuestión es clara:
Tal y como he repasado, el movimiento distintivo de cada clase pasada pujante -cada proceso histórico de transformación cualitativa- ha ido sucediéndose siempre presidido por la Convicción mistificada de estar elevando a una humanidad “indistinta”, mientras que el proletariado no es capaz (en tanto que entidad “externa”, “autonomizada”, dejada “a su libre albedrío”) de empuñar esa antorcha ideológica hoy calcinada y prenderla de nuevo. Y esa incapacidad se apoltrona aun siendo el proletariado –y es ésta la gran paradoja- la primera y última clase cuya praxis consiste, en el fondo, en darconsigo la salida histórica a esa humanidad que, bajo el imperialismo, ha devenido presa de un callejón tapiado que la pudrirá y pudrirá sobre sus huesos (“Comunismo o barbarie”).
A través de este ensayo intento mostrar por qué el proletariado como ente de clase socio-económico está determinado a no poder desarrollar su ideología desde sí. Indesligablemente de dicha crítica, trato de explicar por qué tampoco le lleva a desarrollarla, sino a todo lo contrario, el artificio de introducir, azuzar, catalizar o dirigir una presumida -y quimérica, aristotélicamente exenta de potencialidad- irradiación de luchas laboralistas, desde uno u otro corpúsculo o fuerza de “vanguardia” economista.
Tampoco, por último, sirve el laboralismo para inspirar en el proletariado un movimiento revolucionario “ciego”, a-ideológico, fulminantemente destructivo del viejo aparato político y de la vieja organización social productiva. Planteamiento, este último, que en rigor no pasa de ser un mal-entendido respecto de la tarea revolucionaria. Pues la revolución, o es la práctica de la consciencia, o no es nada. La revolución como un acto en dos tiempos netos -como gesto a priori negativo, destructivo, y después “veremos” (“Destruir para poder construir”, decía Bakunin)- existe solamente en el imaginario del insurreccionalista, quien no comprende la unidad de contrarios entre viejo objeto de relaciones materiales a revolucionar, y sujetorevolucionario; o entre violencia y Dirección. Entre la formación del nuevo sujeto y su nueva práctica misma, o Nuevo Poder.
En efecto, el hipotético sujeto insurreccional aniquilador presuntamente “sin conciencia expresa” no puede hacer la revolución: la revolución es un proceso y, como tal, es, no sólo ajena, sino antagónica a la falsa hipótesis de un a priori subjetivo “carente de conciencia” y sumido en una “tierra de nadie ideológica”, tal y como lo pinta el socialimperialismo de Harnecker (quien, por lo demás, confunde al proletariado internacional con la aristocracia obrera de la periferia primermundista, como es el caso del Chile urbano “blanco”)[3]. El sujeto, o contiene la ideología revolucionaria, o bien contiene la ideología de la burguesía, presidiendo unos actos que no pueden más que retro-alimentar la ideología reaccionaria a partir de sí misma. “El proletariado, o es revolucionario, o no es nada” (Lenin).
Tampoco existe el hipotético proletariado que “no sabe lo que sabe”. Es decir: no existe ninguna subjetividad proletaria escindida, quien no puede formularse conscientemente ante sí un saber fraguado en su práctica social, y que a pesar de ser in-aprehendido (de entrada) dirigiría rectamente la “acción proletaria” desde “su residencia” en un fondo de “inconsciente colectivo”, guiando secretamente un camino en cuyo transcurso, la asunción subjetiva de las lecciones extraídas van volviéndolo visible (van haciéndolo un saber consciente). Esta idea es en realidad deudora de toda una línea que se remonta a la teoría platónica del conocimiento a modo de recuerdos reposantes “inactivos” a los que se accede recordando, y que enlaza con la burguesía naturalista (ejemplo ilustrativo en la Pedagogía rousseauniana), para acabar deslizándose hasta el obrerismo, tanto al más misticista idólatra de “la luz y sabiduría obreras” (por ejemplo en el primer Negri) como al obrerismo “comunista” que se auto-postula en rango de medium entre “la lucha obrera” y la presumida “consciencia de clase” inconsciente. Si tales presunciones existieran, entonces ese tipo de práctica acumulada se habría verificado ya como lo que dice ser (2ª Tesis sobre Feuerbach) y no nos encontraríamos analizando su fracaso como parte del proceso de Reconstitución del comunismo[4].
3. La práctica social: fragua de cada ideología motriz
Recuperando el ámbito histórico mismo, percibimos que todas las clases con un papel nuclear en servir a la sucesión entre Modos de Producción, han extraído, esa ideología que en cada caso les iba a animar en su práctica social transformadora, a “darle el Norte” a dicha práctica y a orientarla, a partir de su propia práctica social. Es decir, su ideología ha sido una derivación de su lucha de clase[5] por mejor conciliarse con sus intereses y responder a sus necesidades diferenciales en el regazo del viejo Modo de Producción, ajeno a su dominio.En otras palabras: hasta la emergencia del proletariado (y no incluido éste mismo), toda clase histórica hubo adquirido consciencia para sí[6] y por ende hubo ido representándose su ideología en un tránsito de determinación hacia el epifenómeno. Tránsito “dado” por (desprendido de) su Ser social de clase mismo -inmerso en dialéctica de clases, por supuesto-, al haber llegado la vieja formación social a un “punto contradictorio de inflexión” entre Relaciones de Producción y Fuerzas Productivas[7]. Pues siempre llegó un momento en que, toda la materialidad que de un modo condensatorio/expansivo -desarrollándose in crescente- había ido siendoprogresivamente orquestada, organizada y “puesta a girar” en torno a su propia racionalidad de clase, no podía proyectarse hacia su propia superación, y ni tan siquiera conservarse, al margen de afrontar con todo el arsenal un “juego de suma cero” (una negativa a la conciliación, o “insumisión”) contra aquella clase que encarnaba en su práctica la reproducción funcional de las viejas relaciones productivas[8].
Ésta última es la Constante histórica que subyace al hecho de que la mecánica comportamental de sí[9] fundara, a la postre, “clase para sí”. Pero tal premisa resulta ser verdadera únicamente a lo largo del arco histórico caracterizado por clases que, a partir de su Ser social particular, habían ido acumulando “beneficios”, funciones organizativas de la producción y/o posiciones políticas, materiales, de explotación, sobre el producto social o en la división del trabajo social…, etc. Intereses y atribuciones, en definitiva, tarde o temprano conjugados bajo una perspectiva Política trascendente por necesidad.
Complementariamente, y si deseamos completar este cuadro “lógico”[10], hay que subrayar cómo siempre la ideología supera con creces, en su incidencia social, el perímetro de la clase portadora, justamente por estar expresando (si bien idealizadamente) y anunciando un Ser social de clase que solventa -o por lo menos contribuye a arreglar- toda una problemática social enquistada en el atolladero socio-histórico del orden en crisis. Sirvan de ejemplo los labriegos y colonos del siglo IX centro-europeo, quienes hacían la genuflexión ante los Seniore y se vinculaban a ellos por Contrato de servidumbre, en un contexto de retracción drástica del tránsito mercantil, descuido de los caminos, proliferación del bandidaje, invasiones magiares, impedimento berberisco a los aprovisionamientos portuarios, terrenos baldíos, escasez de subsistencias, hambrunas y epidemias resonando todavía como prolongados y marcados ecos de la remota descomposición del Estado esclavista. Tal era el marco material junto con la inexistencia de estructuras centralizadas ni políticas ni defensivas, sumándose a ello el ensimismamiento local de una distribución e intercambios de producto por lo demás episódicos.
Inmerso en ese marco, el campesino se entregaba a la prestación de los Servicios en el Dominium señorial (de ahí “siervo” y “tierra dominial” o “dominical” respectivamente), a tributación y a prestación bélica, a cambio de recibir protección para el Alodio (extensión de tierra campesina), custodia de pasos, ahuyentado de nómadas o de itinerantes infectados, licencia al uso periodizado de factores productivos y recursos como molinos o ríos, cierta redistribución de volúmenes de producto dominial en coyunturas críticas, y cordialidad con las “islas políticas” vecinas o al menos contención de las mismas y trazado de alianzas. Es evidente, pues, que esta sujeción de masas enteras a las relaciones sociales de proto-feudalidad o de feudalidad primera, no respondía fundamentalmente a un ejercicio de la coacción ni a una imposición violenta por parte de quienes devienen Seniore a partir de su condición de potentados, de caballeros, de guerreros, de viejos peones territoriales periféricos de estructuras estatales débiles o de caudillos gentilicios. Se trata, en cambio, de una reacción tomada por el propio campesinado, quien asume nuevas Relaciones de Producción capaces de reproducir los elementos materiales que conformaban la base permisiva de la propia existencia campesina.
Por lo mismo, el campesinado colono se adhiere a la Ideología correspondiente a esas nuevas relaciones que enraízan a los campesinos en su auto-reproducción como tales, a través de proveer condición de funcionalidad a su práctica social. Ideología de la “auto-organización” campesina en el limitado ámbito de su Unidad productiva, del Contrato, del vínculo de presunta “reciprocidad” con el Señor, de la igualdad de las almas antitética a aquel paganismo platónico consubstancial al esclavismo helénico, de la “fidelidad”, del “cada uno en su lugar” y del “Destino estamental”, etc. Ideología que, en resumidas cuentas, trasponía al reino de una fantasmagórica “hermandad de la cristiandad” ese sistema de condiciones materiales superadoras de la producción esclavista y de su legado de vacío determinado por la sub-producción relativa. Una sub-producción convertida en letal a determinado grado de expansión imperial romana, y por tanto demográfica, necesitada a su vez de cierto volumen de efectivos esclavos, de más legionarios para atender el territorio imperial en expansión, de ampliar el territorio de cultivo para el mantenimiento de la fuerza productiva y militar en aumento, etc.; círculo vicioso retro-alimentado que atrapaba y apretaba a un Modo de Producción con fundamento en una FT (esclavos) de bajo rendimiento y por consiguiente fundamentado en la producción extensiva.
Ateniéndonos a esta misma línea lógica, queda explicado por qué en el siglo XVIII, cuando son las relaciones de feudalidad las tocadas en su corazón mismo por las crisis endémicas de sub-producción, y así por inflación hipertrófica, hambrunas, especulación con el producto y retención de éste en losstocks de la burguesía comercial y en las despensas del latifundista, entonces hallamos a ese mismo sujeto de clase sublevándose en los campos (laVendée) a escuchas del proceso parisino, y, muy poco después, entonando La marsellesa con fervorosa adhesión a la Liberté-Egalité-Fraternité.
No me extiendo más en este asunto de la genuina constante histórica que representa la pronunciada absorción social de la ideología que el elemento transformador había venido desarrollando. Pueden escribirse obras enteras en torno a esta permeabilidad de la parte social dominada, fenómeno que no se funda ni en la fuerza bruta ni en una abstracta “comida de olla” (concepción idealista-vulgar del funcionamiento de la ideología); sino que anida -tal y como he explicado- en la consonancia relativa “espontánea” (refleja, reflexiva-empírica, pragmática) dominador-dominado, que llega comoAufheben respecto de la disonancia con que el anterior orden, en su caducidad, atenaza a las relaciones inter-clase. Me bastará recordar en cinco frases algún otro caso:
Pongamos por caso a las pirámides egipcias como materialización de la ideología exaltadora de la estructura social (evocación de la jerarquía), que es una auto-apología del Modo de Producción hidráulico y cuyo vértice presenta al Faraón tocado por un sol que es, a su vez, el propio “elemento sustancial” faraónico, vivificador del mundo agrario[11]. El vértice puede ser visto desde varios puntos de las llanuras bajas aluviales, donde las comunidades campesinas, dado la relativamente limitada geografía de las franjas fértiles, pudieron densificar los rendimientos de suelos (paso de la agricultura extensiva a la intensiva). Este desarrollo de Fuerzas Productivas devino posible solamente gracias al afianzamiento de unas Relaciones de Producción capaces de implementar infraestructuras de regadío. Relaciones, en tal medida, asentadas sobre una división del trabajo que era necesario financiar y mantener arrancando volúmenes de excedente al campo (ordenación coactiva de plustrabajo, transferencias tributarias, Ley de los intercambios desiguales en el comercio campo-ciudad). Fruto inevitable de esta precisa organización social productiva será la centralización política, en tanto que la última es condición para la perdurabilidad de las extorsiones a la Fuerza de Trabajo, también mantenida a base de transferir plusproducto hacia el orden urbano (espacio del Estado).
Queda visto que la comunidad campesina es obviamente, desnudamente, explotada con vistas a aportar el mantenimiento excedentario del “Estado hidráulico”. Pero ocurre que esa mediación social reproducía aquella división del trabajo que hacía a la ciudad funcionar como espacio especializado de la producción técnica aplicada al campo y organizativo de colosales cantidades de trabajo colectivo; división del trabajo social que se mostraba como la única alternativa para la reproducción de la sociedad dado el desarrollo específico alcanzado por las fuerzas productivas. Como en aquel entonces su explotación era un dispositivo instrumental cara a alimentar unas “instituciones” políticas y tecnocráticas provisoras de la pervivencia demográfica campesina, se sigue que la masa social celebrara, incluso ritualmente, la ideología sacralizadora del estamento dominante, quien re-aparecía en calidad de dador supra-terrenal de las condiciones (vitales, elementales) para la producción y para el producto. Ni que decir tiene que esta representación no deja de ser una inversión de la materialidad, puesto que los sujetos provistos de plusproducto privado a la gestión social eran ellos, a través del plustrabajo a que forzaban al productor directo (explotación). Pero, como esa particular división social era “real” en sentido hegeliano (necesaria,impuesta dado el nivel relativo de conocimientos sociales, de tecnologías y de capacidad social de organización del trabajo), resulta de ello que, en aquel contexto de apogeo del modo productivo hidráulico, la ideología dominante fuera “racional” en sentido hegeliano (pensable para el sujeto social, por ser consonante con su necesidad-refleja de reproducción de sí como concreto-social de clase, es decir, como alienación del ser genérico).
Por lo demás, no voy a explicar la asunción social de la Ideología burguesa irruptora, pero piense el lector que la burguesía bate records en el desarrollo de las cosmovisiones de clase, surcando siglos de “curtimiento ideológico” desde la pronunciación de la Doctrina de la Predestinación (Calvino) y la Doctrina de la salvación por la Fe y no por las obras (Lutero), junto con la Doctrina del libre albedrío (la otra cara de esa moneda auto-exculpatoria de la actividad capitalista mercantil y usuraria), hasta el famoso “¿Qué es el Tercer Estado?: Todo”. ¿Qué ha sido bajo la tiranía absolutista?: Nada (formulado por el Abate Sieyés), y pasando por la Fisiocracia francesa cuando el Valor todavía se extraía eminentemente transformando la tierra y no materia manufacturera, por la Teoría de los Ídolos postulada por Hume y por el contractualismo de Hobbes, de Locke…, en su protagonizar la lucha de ideas durante el revolucionario siglo XVII inglés. A la postre, esa nueva “clase de la Ideología” hallará y reclutará su ejército social de proletarios y semi-proletarios. De campesinos a quienes “le Grand Peur” no había logrado encuadrar en las filas de la feudalidad. De Cortesanos y “hombres del Rey” (Necker, Turgot…) cuya Política de Estado juega para la Economía de la clase burguesa aunque con el intento fatuo de conciliar la propia Política burguesa con un edificio Político monárquico “arbitral” entre Estamentos privilegiados y no privilegiados. De Aprendices y Compañeros (u Oficiales) artesanos necesitados de libertad para abandonar a su declinante Maestro y buscar explotador.
4. El ser social del proletariado lo determina a no autoproducirse como entidad de consciencia para sí
Esta reiterada dinámica repasada de clase cambia radicalmente cuando llegamos al proletariado. Éste es, entre el conjunto de clases históricas, la primera clase de la alienación. Encarna en su Ser social la síntesis “superior” de todas y cada una de las enajenaciones precedentes. No está alienado respecto de la propiedad real sobre tal o cual medio de vida o medio productivo[12], sino de suTotalidad. Tampoco es en sí mismo un medio productivo de la manutención de un Amo, tal y como lo era el esclavo antiguo, dialécticamente mantenido por el Amo igual que éste último cuidaba de cualquier otro Medio de Producción (el arado romano, una vaca, determinado utillaje por ejemplo de confección textil empleado en el domus, o los almendros de su propiedad)[13]. Ése su Ser social de clase es lo que enajena, en consecuencia, al proletariado, de poder cursar una “deriva apropiativa y rentabilizadora” de clase con sus correspondientes reflejos de “empoderamiento”[14]. El proletariado permanece fuera de configurarse toda una Propiedad, toda una asunción y manejo de porciones de plusvalía, un detentar bienes de amortización rentable, de imponer o acordar una división social del trabajo que le sea favorable (que le reporte sub-trabajo a costa de transferir sobre-trabajo), etc., y ello precisamente porque se trata de proletariado.
Así pues, el proletariado es la negación absoluta, bajo el capitalismo, del concepto de “clase para sí” al nivel de la materialidad: No va progresivamente produciéndose, bajo el capitalismo, como cuerpo inmerso en unas relaciones favorables inter-clase que le agencien posición económica e incluso política, y que, al llegar a un punto de “progreso y acumulación” chocante contra las Relaciones de Producción vigentes, le encendieran al proletariado su consciencia para sí (revolucionaria). Estado de consciencia desde cuya inmersión ir pensándose y auto-concibiéndose como clase ideológica en sus distintas dimensiones -dimensión conceptual de la antropología Genérica, dimensión cognitiva o epistemológica, dimensión conceptual de la violencia, dimensión aprehensiva de la dialéctica entre ser social y Naturaleza, etc.-. Y entre ellas también la dimensión ideológico-práctica, solamente realizable, por otra parte, a través de la revolución comunista:
a) La producción genérica entendida como práctica social no-instrumental, esto es, la superación del trabajo como un mero “medio de vida”; (b) laAufheben de la Economía en la producción, al ser superado materialmente el valor de cambio y con él superado también la otra cara de la moneda mercantil, o valor de uso preminentemente utilitario; (c) la alienación del trabajo manual respecto del trabajo mental, es decir, la re-afirmación del ser genérico en su dimensión de Homo faber o productor con consciencia que supera aquello que le aliena de hacer lo que piensa desde la perspectiva de socialidad tanto como le aliena de pensar lo que hace por sí mismo como ser social -“gestión social de la producción”; (d) la Aufheben de la alienación campo-ciudad al ser demolida esta división del trabajo que es su causante; etc.
Por lo expuesto en este último punto dice Marx que el proletariado es la primera clase social política de la historia. Al contrario de cuanto sugieren sus interpretaciones inmanentistas -a las que Marx dedicara en vida aquello de “Si esto es el marxismo, yo no soy marxista”-, ahí Marx no está señalando una política proletaria producida “vocacionalmente” a través de la práctica social, lo que es decir: a través de la dialéctica entre clases capitalistas de la que el proletario forma parte como Capital Variable; a través de su trabajo y actividad cotidiana orientada a sus necesidades a la vez que estimulada por necesidades objetivas y subjetivas; y a través de su lucha de clase en sí y de “conquistas” obreras, laboralistas, de derechos sociales, en materia de Política Económica y Social.
Al revés de lo que el inmanentismo pregona, el calificativo marxista que alude al proletariado como primera clase política en la historia está subrayando que, inéditamente en el curso histórico, el proletariado llega a tomar/producir su Ideología transformadora solamente desde su puesta en dialéctica con sus destacamentos políticos, quienes deben, a este fin, ir transformándose en Fuerza Productiva con suficiente potencia como para “envolver” a la clase en su propia Racionalidad; y siendo la clase el polo subalterno y la fuerza política de clase el polo hegemónico en dicha Unidad dialéctica resultante. Este camino no es susceptible de ir haciéndose al andar, en un sentido de reflexividad entorno a las necesidades de clase, en la medida en que este método fenomenológico-especulativo (con objeto en el fenómeno de clase, directamente traducible a imagen especular[15]) se compone de una mirada proletaria ante su espejo, que así le devuelve su propia imagen de clase cosificada. Y es que, por primera vez en la historia de las clases, la Aufheben encarnada por el proletariado no consiste en una necesidad de su liberación de clase[16], hipótesis absurda en tanto que el proletariado no obtiene un “ser positivo” con su actividad material en la sociedad capitalista, y que le invistiera de tener “algo de sí” que emancipar[17]. Sino que consiste en la necesidad de liberarse de su reificación en clase (emanciparse de sí mismo como proletariado, o de su Ser de clase, en definitiva)[18].
Obsérvese que, en aquello que pasa por ser la dialéctica de clase “alternativa” (pseudo), la práctica social obrera en sí y más particularmente la lucha de clase en sí (como Capital Variable con su existencia e intereses propios) no puede jamás generar consciencia para sípor la sencilla razón de que las “victorias”, experiencias, lecciones, mejoras, golpes, unión, empatía…, que se le derivan, jamás pueden acumularse y transformarse como un “rédito” posicional objetivo de clasepara sí dentro de la estructura social capitalista, justamente porque el Ser proletario es definible como la reificación humana en la Nada en materia económico-política, y, “de la Nada, nada sale” (Parménides). Pues, por primera vez en la historia, no se larva en las entrañas del Modo de Producción una especie de “proto-modo de producción” que vaya evolucionando a través de sus relaciones económicas diferenciales, entrando con el tiempo en un periodo de antagonismo irreconciliable con la macro-estructura económica, político-jurídica… “de pertenencia”, y yendo a determinar la subjetivación ideológica de una clase que, en lo objetivo, ya era para sí. Seguro que el lector está pensando en el paradigma de estas clases-tipo (que ha sido la burguesía), de modo que me ahorro explicar cómo entró la burguesía en un antagonismo económico-político que debía resolver mediante “la dialéctica de las armas” a fin de continuar desarrollando sus relaciones productivas, ya socialmente vigentes, cuando no imperantes en contextos específicos.
Pero si la producción de una “consciencia de proletariado” revolucionaria no es potencialidad de la práctica social de la clase, ello responde, así mismo, a un segundo factor (que no secundario). En efecto, hay que pensar también al proletariado como la primera clase en la historia que es sometida (y re-enviada) en el tiempo a relaciones de explotación fundamentalmente a través de las relaciones de producción mismas, y no ya a través de una u otra Superestructura. Este hecho diferencia radicalmente al proletariado respecto del campesino tributario, del esclavo y del siervo, ya que, bajo el despotismo hidráulico, el esclavismo y el feudalismo respectivamente, la sociedad de clases era reproducida -y, la explotación, consumada- principalmente gracias a la acción estructural política (en el esclavismo), militar e ideológica (en el despotismo hidráulico), o ideológica (en el feudalismo). La alienación relativa que nucleaba las condiciones de existencia de esas clases anteriores, precisamente por el hecho de ser relativa, no se bastaba a sí misma para realizar la Racionalidad objetiva de aquellos Modos de Producción (Racionalidad que acababa materializándose en forma de plusproducto y de prestación laboral). Pues la reproducción material, no de la sociedad de clases, sino de la clase dominada considerada por separado, era fruto de la relación económica “natural” que el propio productor mantenía con el binomio conformado por su producción/consumo. De ahí que en tales viejas sociedades de captación de producto, de extorsión, de tributación…, al ser tan sumamente limitado el papel jugado por la coacción económica a la reproducción básica, el hecho de “atar” y “re-atar” al explotado tuviera que depender de una coacción, una violencia o una amenaza ejercidas “aparte” y “con posterioridad” al hecho económico básico reproductivo (producción de subsistencias campesinas o manutención del esclavo). O bien (caso del feudalismo), que procurar y “fijar” las relaciones de clase tuviera que depender de la provisión clerical constante de una cosmología exhaustiva que todo (los ciclos naturales, la festividad, la procreación, la guerra…) lo daba ya interpretado, valorado y puesto en significación.
La recaudación de impuestos por el “déspota” sito en ciudad no trastoca el régimen de propiedad característico del poblado neolítico comunista, así como el trabajo colectivo forzoso en infraestructuras no priva al campesino de su práctica productiva con sus factores de producción, cuando éste es llamado por la autoridad según los órdenes censales. Ello les hace indispensable, a la ciudad-Estado o a las ciudades imperiales, la presencia burocrático-armada difusa tanto como el ensalzamiento de lo que de por sí es sacralización política tendencial en la weltanschauung colectiva. Indispensabilidad si es que el Estado quiere regularizar y “normativizar” su apropiación de una fracción del plusproducto social que no va destinada a reproducir estrictamente su función particular (técnica, de movilización, política, organizativa…) en la división social del trabajo, sino destinada a ser materia de su diferencia vital como clase. No en vano, la comunidad campesina, al disponer de su propiedad a una escala de suficiencia auto-reproductiva, no tiene necesidad económica de prestar sobre-redimientos a tales cuotas amortizadas, ya no por la obra social y la manutención de los agentes organizadores de la obra, sino por el consumo privado del estamento dominante. Eso da sentido objetivo a la figura del sátrapa (Imperio persa) como arquetipo de “despotismo delegado”, así como al surgimiento de complejos y exhaustivos códigos jurídicos que se proyectan desde la ciudad hacia el campo.
Por su parte, y contra el tópico, el mantenimiento subsistencial del esclavo antiguo no podía depender del capricho o la pusilanimidad del Amo[19], quien necesitaba de su “habilitación” a priori y con independencia a niveles de resultado, igual que no va a sacrificar a su ganado porque en temporadas éste le dé escaso producto. A su vez, la imagen del Amo sádico agitando el látigo no deja de ser un estereotipo, pero metaforiza con exactitud cómo el imaginario traduce esta realidad específica que estoy mostrando: la violencia estructural que fuerza al esclavo no puede ser de naturaleza económica, de modo que son mecanismos extra-económicos los que afianzan la relación de producción esclavista. Me estoy refiriendo a mecanismos político-jurídicos: la Ley pone muy complicado llegar a ser liberto, situación que precisa de la voluntad del Amo o de la compra de la libertad por parientes o interesados en liberarlo, quienes no solían ser muy solventes…; al esclavo se le marca y, si escapa del domus, además de ser lícito matarle, por Ley no se le puede emplear laboralmente; el esclavo que escapa tiene vedado el pie en casi cualquier lugar, salvo en pequeñas islas e islotes agrestes y más o menos incomunicados con tierra firme, impidiéndosele así la subsistencia sostenida; etc. Entre estas violencias y estos andamiajes que “bloqueaban las salidas al esclavo” y sus perspectivas, se lograba “resignar” al esclavo hasta extremos de fatalismo[20] y “ponerlo a trabajar”. Aun así, los rendimientos siempre fueron bajos, por parte de quien no tenía el estímulo de trabajar una propiedad que fuese suya y además era él mismo la propiedad conservada, hecho que determinaría, en última instancia, la caída del Imperio esclavista por insuficiencia (re)productiva con arreglo a la financiación de las estructuras de Estado.
Se dará cuenta el lector de que, en el caso feudal, también es de naturaleza extra-económica la violencia permisiva de explotación: el campesino dispone realmente (uso, gestión, provecho…) de cierta porción de terreno, sea él mismo su propietario jurídico, o vaya dejando de serlo a medida que el Señorío económico va transformándose en Señorío jurisdiccional. También son suyos demás Medios de Producción agraria básicos: arado y otros aperos de labranza, semillas, pozo. Así que la coacción organizada adquiere en cierta medida cariz político: va hilvanándose un intrincado organigrama político piramidal por el que cada vasallo es “la espada presente” en su respectivo señorío o dominio, de cuantos van componiendo el feudo al que se rinde vasallaje. Además, pesa sobre el campesino una amenaza señorial no ya de violencia, sino de “abstinencia de armas” por así decirlo ante la hostilidad potencial de otros Señores. Finalmente, el Señor puede incumplir el Contrato de servidumbre en lo que se refiere a construcción o rehabilitación de estructuras defensivas para los terrenos externos al castillo y a la reserva señorial (a menudo fortificada). Téngase en cuenta que para amurallar o para muros es necesaria mampostería sólo extraíble de canteras señoriales.
No obstante, la debilidad del Estado o la neta inexistencia del Estado feudal durante siglos, sumada a un contexto de poliarquía o, en periodos extensos, de mera “nominalidad” formal del Estado (como ocurría con vastos territorios en la periferia del Imperio carolingio), supondrá un relativo vacío político, o bien frecuentes neutralizaciones de fuerza entre Nobles en disputa, o incluso la configuración y perpetuación de “tierras de nadie”. Simultáneamente, procesos bélicos de re-poblamiento acabarán por dar tierras a colonos libres tributantes; vasallos, no siervos, que quedan fuera de Dominio y geográficamente alejados de su Señor. Todo este déficit político relativo determinará que la estructura reproductiva dominante sea, en el Modo de Producción feudal, la Superestructura ideológica, con su escrupulosamente pía distribución del trabajo y de la ceremonia festiva en el calendario gregoriano, con su “Ora et labora”, su respaldo a la mística nobiliaria de las distintas cualidades de sangre, su “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”, su examen y dirección de conciencia, entre otros dispositivos.
En el caso del capitalismo, y contrariamente a lo visto, la reproducción de las relaciones productivas está determinada básicamente por sí misma. Ello porque el proletariado es hijo de aquel proceso, largo, brutal y cruento, de apropiación privativa de “toda” propiedad pre-capitalista a manos de la burguesía, ya que así podríamos definir la génesis del régimen burgués de propiedad privada y la acumulación capitalista primigenia. Por primera vez en la historia, la explotación deja de comportarse como un acto de sustracción hecho a un sujeto de clase que dispone de un sustrato productivo “previo” o “paralelo” (no alienado). El proletario es el resultado humano de la total sustracción histórica burguesa, y esto hace que la explotación capitalista ya no pueda ser percibida por mecánica empírica a modo de una interposición opresiva frente a la propia actividad de subsistencia, porque objetivamente ya no es eso. El trabajo capitalista -el proceso de explotación- resulta ser, desde su propia matriz, el agente provisor de subsistencia proletaria, proceso en que el verdugo es el resorte del que se depende. Esta cosificación objetiva sí se desdobla en su reflejo mecánico de cosificación subjetiva; fetichismo de la dependencia supervivencial respecto de las relaciones capitalistas. Hecho, éste último, determinante en lo que se refiere a la inaptitud de clase para concretar y definir mentalmente, a partir de la práctica social propia como sujeto de necesidades concretas capitalistas, la negación de aquello que le niega.
[1] Puesto que no hay un desdoblamiento conceptual entre una serie de fenómenos-actuados y un actor más allá de los mismos, sino que, por contra, la física de lo producido es el sujeto Dios (El).
[2] Historicidad que cae fuera de la dimensión de pensamiento en cuyos parámetros estaba determinado a moverse, no ya Aristóteles, sino su época histórica como tal, de idéntico modo al descubrimiento Aristotélico del Valor (y de la substancia y magnitud de Valor), que dio con las preguntas, pero que tenía eclipsado dar con las respuestas (respectivamente, trabajo y tiempo de trabajo socialmente necesario).
[3] “De la Nada, nada sale” (Parménides).
[4] “[…] El ser humano ha de acreditar la verdad, esto es, la potencia y realidad, la cismundaneidad de su pensamiento en la práctica misma. La disputa acerca de la realidad o irrealidad del pensamiento -un pensamiento aislado de la práctica- es una disputa netamente escolástica” (Marx, 2ª Tesis sobre Feuerbach).
[5] Entiéndase “lucha” en un sentido amplio: en el plano ideológico, económico, político-militar y territorial, jurídico, etc.
[6] Es decir, consciencia de que la contradicción principal que debía afrontar, en la perspectiva de darse salida histórica como clase, era la de demoler una organización social de la producción que la alienaba de consumar sus necesidades de clase, en expansión éstas pero, precisamente debido a ese desarrollo suyo, en antagonismo insalvable con la pervivencia de la vieja sociedad y de su característico ordenamiento político.
[7] “En cada periodo de la historia, la humanidad sólo se plantea las tareas que puede realizar” (Marx). Pero, ¿a qué obedece esta Constante?. A que, en rigor, tanto el hecho de hacerse pensable la tarea, así como el “planteamiento motivacional” de la misma, no son ni más ni menos que la expresión ideal correlativa a unas fuerzas materiales cuya forma de estar “trabajando” por su propia afirmación es a través del sujeto, la iniciativa de quien, aunque supuestamente “autónoma” y “separada”, es parte en esta dialéctica de la desenvoltura de unas fuerzas en propia capacitación.
[8] “La violencia es la partera de la historia” (Marx).
[9] Como elemento al interior de las distintas estructuras que conforman el Modo de Producción: ideológica, político-jurídica, productiva…
[10] Entiéndase “Lógica” hegelianamente hablando: como integridad de partes en unidad dinámica e inmanente de auto-transformación.
[11] Tanto en el Levante mediterráneo, bañado por el Orontes, el Barada, el Jordán…, como en el llamado “Creciente Fértil” mesopotámico, la génesis de la noción de Dios entre los primeros agricultores (El, Il, etc. en el Levante y En, An…, en Mesopotamia) se debe a la aparición objetiva de la naturaleza climática y celeste como gran Fuerza Productiva material de la que dependía la vida neolítica. El primer Dios monoteísta fue, en dicho contexto, la Fuerza Productiva; síntesis armónica que en sí reunía al Hadad (Principio de vida, de fecundidad, de afloramiento) y a Mot (Principio de muerte, de desecación, de consumición). Sin la “fuerza compensatoria” o “limitativa” de Mot, el propio Hadad, paradójicamente y por su propio exceso, no es fecundo, sino destructor. Piense el lector en la tempestad que arruina los cultivos o provocadora de inundaciones, o en el vendaval que arranca a los terrenos de su estabilidad, y, con ellos, se lleva por delante la sujeción de lo plantado.
El sol fue pensado como uno de los “concretos” o “auto-concreciones” de Dios por antonomasia, reuniendo en sí a la substancia de afloramiento (fertilizante, nutriente, fotosíntesis, foto-tropismo positivo de las plantaciones y de la flora) tanto como “interferido” por el Principio divino de la extinción (Mot en tanto que noche, oscuridad, nubosidad, declive diario de la luz), antítesis sin la que “el Hadad solar” abrasa, marchita, deshidrata la materia, desertiza. Lo mismo se aplica para el agua, otra auto-concreción de El.
[12] Tal y como la comunidad campesina bajo el Modo de Producción hidráulico (incaico o asiático) está alienada de determinadas cantidades de plusproducto; el esclavo está alienado respecto de su propia fuerza productiva y actividad social; el siervo respecto de la tierra, de ciertos Medios de Producción a gran escala (aceite, harina…) y del tiempo de plustrabajo.
[13] Interdependencia dinámica estudiada por Hegel como “dialéctica del Amo y el esclavo”.
[14] Y no me refiero aquí, obviamente, a la otra gran clase salarial: la aristocracia obrera
[15] Phenomenon significa en griego clásico “apariencia” pero no como “falsedad” o “falsa impresión”, sino en un sentido de ser “lo visible”, de imagen, aparición, manifestación de una esencia, formando parte de ella pero NO siendo ella en sí.
[16] Contrariamente a la clase de los Equites (o “Caballeros”) bajo el esclavismo, o al caso de la burguesía bajo el feudalismo.
[17] “El proletariado no tiene más que sus cadenas que perder” (Marx).
[18] Compréndase cómo Marx, en el fondo, está tocando esta cuestión diametral cuando aborda, en La cuestión judía y contra la socialdemocracia alemana incipiente, las ideas burguesas de “libertad religiosa”, “libertad del Estado”, la burguesa “libertad de conciencia” (abstracta), “libertad política”, “libertad del citoyén”, “Derechos Humanos”, la hegeliana “sociedad civil”, etc. Marx analiza estas libertades en términos de libre discurrir de estos productos alienados sobre sus productores humanos sujetos a los mismos. Es el caso de la idea de “Estado político” (no religioso), como proyecto de Estado al fin des-sujeto a la Iglesia (librado de la misma) para consumar así su propia substancia de aparato de poder independiente.
[19] Obviamente dejo aquí fuera, por ser harina de otro costal, a la esclavitud cuando ésta se integra, como relación productiva concreta, en el Modo de Producción capitalista y en su racionalidad acumulativa por medio de la mercantilización capitalista de las cosechas, tal y como ocurrió con los Estados sureños norteamericanos a partir de cierto periodo. Este proceso cambió cualitativamente la relación del Amo -ya capitalista- con sus esclavos. El primero no dudaba en golpear al esclavo y así hasta matarlo, si comprobaba su rendimiento insuficiente de cara a realizar la acumulación ampliada de Capital en un marco ya de competencia entre plantaciones que habían devenido en Unidades productivas empresariales.
[20] Por supuesto, la tasa de suicidios entre los esclavos antiguos era elevada, al punto de que la Sociología clásica incluye, en su más renombrada Tipología (Émile Durkheim, El suicidio), la Categoría de “suicidio fatalista” designando el suicidio causado por una conciencia de total impotencia para torcer el curso de una realidad tan alienada como aplastante.