La aleccionadora profundidad de un apotegma
Gustavo Luis Carrera
Hay dichos y sentencias que se aceptan o se rechazan sin mucha consideración. O son refranes cuya veracidad ha sido consolidada por el paso de los años; o son expresiones habituales y circunstanciales, que no van allende el momento en que se dicen. Lugar aparte ocupa el apotegma “la vida es bella”, de aparente ingenuidad, pero de vasta y aleccionadora profundidad.
¿LA VIDA ES SOCIALMENTE BELLA? El aforismo en cuestión ha dado nombre a una película y ahora a un perfume; pero, más allá de su uso común, cabe preguntarse si la vida puede considerarse bella desde la perspectiva social. Difícilmente puede aceptarse que la vida es socialmente bella, ante carencias y privaciones que pueblan la vida en sociedad. Esto es particularmente cierto en la actualidad nuestra, aquí, donde la escasez de alimentos y de medicinas, unida a un devastador proceso inflacionario —de precios de insólita especulación y de sueldos paupérrimos— y a la inseguridad pública, conforma un cuadro de cruel menosprecio ciudadano; todo lo cual no puede estar más lejos de una vida bella.
¿LA VIDA ES SUBJETIVAMENTE BELLA? La respuesta es una pregunta: ¿quién no tiene problemas personales: avatares de la vida cotidiana o frustraciones y desengaños anímicos, sentimentales o ideológicos? ¿Quién no ha cruzado la angustiosa raya de la depresión o ha llegado a las rigurosas puertas del estoicismo, e inclusive del anacoretismo? Sería imposible hallar alguien que esté libre de elementos aciagos, y viva sumido en la dimensión hipotética de la felicidad permanente. Y aquí, como se verá, se encuentra el error del planteamiento ingenuo: no se trata, en absoluto, de refugiarse, de manera retórica, en la idealizada posibilidad de un estado permanente de vida feliz, de vida bella. El camino revelador es otro: es un secreto bien guardado, pero perfectamente compartible.
EL SECRETO. Mi nunca bien ponderada y siempre glamorosa amiga, Rayza Pérez Michelena, comunicadora social y fuente de añeja sabiduría, me dio la clave de la validez de la expresión, que le es usual: “la vida es bella”. Ella, al traducir a términos esenciales su apotegma, no sólo me convenció, sino que iluminó mi convicción profunda. Al mejor estilo socrático, me preguntó: “¿Tú vida nunca ha sido bella?”. Respondí: “Sí; claro que sí”. Lo cual le dio aliento para pasar a la otra pregunta clave: “¿Y tú no concibes que tu vida pueda volver a ser bella?”. Acepté, sin dudarlo: “Sí; sí lo concibo”. Y su natural conclusión: “Entonces, la vida es bella”. ¡No sólo me convenció de su hermoso principio vital, sino que me hizo descubrir, con la dialéctica socrática, que yo llevaba dentro la misma convicción! Entendí que la vida es bella, solamente que hay que saber descubrir su belleza.
VÁLVULA: “En vez de aceptar, en forma ingenua y gregaria, que la vida es bella; y en vez de rechazar, en total y amargo desaliento, que la vida es bella, con motivo de nuestras aflicciones y carencias; vale más preguntarse, con la sutil agudeza de Rayza Pérez Michelena, si la vida no ha sido alguna vez bella, y que en función de esa verdad nostálgica y atesorada, no cabe decir que tiene la opción de volver a serlo; y asumir el hermoso y esperanzado emblema de: la vida es bella”.
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