Nuestra tierra entera, del mar hasta la ribera del Éufrates, es la tierra de todos los sirios. Por eso es la tierra de los kurdos sirios, y de los armenios, y de los asirios…
Tamer Sarkis Fernández
1. Origen histórico de la constitución de un núcleo judaizante en el Vaticano
Los sirios de hoy día somos Saladino uniendo tras su cabalgadura a los pobladores árabes del Levante mediterráneo, no importa si musulmanes o cristianos. Pues árabes cristianos y árabes musulmanes combatimos contra el invasor “cruzado”, quien bajo la cruz disfrazaba la fe mercantil profesada en las ciudades itálicas por sus grandes tributarios/financieros burgueses. Juntos le dimos al mar de comer los navíos de aquellos monjes guerreros que escudaban las flotas mercantes. Sin embargo, ¿qué llevó a la configuración de las cruzadas? ¿Qué efectos tuvieron éstas sobre la Roma vaticana, sobre sus modificaciones de mensaje y de cosmovisión teológica, tanto como sobre la estructura económica de las sociedades europeas? Lo explico sintéticamente en este primer apartado del trabajo:
El dominio califal omeya se había desarrollado y procedido con tolerancia hacia los llamados dimmíes (gentes del Libro). Igual lo hizo el califato Abbasí. No así ciertos grupos beduínos gentilicios, quienes, junto algunos elementos entre la soldadesca (yundíes), realizaban matanzas y abusos de la población árabe cristiana pre-existente en el Levante Mediterráneo. Es justamente la defensa de estos autóctonos, junto con la protección de los templos y Lugares Santos, aquello que inspirará las cruzadas.
Hay, por supuesto, mucho más: el feudalismo vivía ya un proceso de secularización, por el que los Dominios clericales iban cayendo a recaudo de la Nobleza guerrera señorial. Hallándose el feudalismo monacal en retracción, el Vaticano debía intervenir aun sin disponer de un ejército propio. Es con el ánimo de contrabalancear, sobre el terreno europeo, la creciente hegemonía feudal nobiliaria, que el Vaticano impulsó la creación de las Órdenes Eclesiásticas Militares, compuestas por monjes-guerreros que irán aposentándose en los caminos y terrenos circundantes a los alodios monásticos y a los medios de producción controlados por el clero (prensas de vino, almazaras de aceite, acequias y canales, ríos, salinas, canteras, molinos, bosques, etc.). La declaración de cruzadas hay que entenderla en ese prisma vaticano por escapar a su tradicional dependencia defensiva respecto de la Aristocracia “laica”, quien además estaba ya inmersa en un proceso de concentración político-territorial condujente a los primeros Estados feudales dignos de tal nombre. Las cruzadas llegaban como infalible invocación papal: ¿quién iba a declarar oponerse? Ellas iban pronto a permitir la captura de riquezas necesarias para agilizar la contitución de las Órdenes monástico-militares, a la vez que, en sí mismas, eran una plomiza coartada a la formación de dichos destacamentos y al ejercicio de sus funciones de control de pasos, captación tributaria, etc. Al fragor del llamamiento, la Nobleza no podía mostrarse reticente a cumplir con su deber; esta capacidad eclesiástica de aglutinamiento político tras de sí englobaría también a los propios Reyes de las monarquías feudales incipientes.
Con el posicionamiento vaticano en el Levante Mediterráneo y en suelo europeo, mediante esas milicias suyas portadoras de un sello de inatacabilidad (pecado mortal de sacrilegio), la Iglesia ponía las filas prietas tras de sí. La ayudarían, en ese menester, la distribución de mercancías suntuarias, la repartición de influencias, la intercesión a coronaciones según índice de fidelidad, etc. Bajo ese marco de iniciativa bélica eclesiástica directa, el clero pasaba a nombrar nuevos Nobles según mérito y honor en contienda (caballeros), quienes eran dotados de dominios y en algunos casos de capacidad armada a discreción. Esos destacamentos de nuevos Nobles, veteranos de cruzadas, profesaban una lealtad a su causa y a sus mentores sacerdotales, que los ubicaba en contrabalance respecto de la vieja Alta Nobleza.
En todo este arco procesual, no es asunto menor el desarrollo de los burgos italianos del Norte adriático y del poniente costero, bajo un contexto de construcción portuaria para la salida de navíos cruzados hacia Levante. La demanda naval, junto a la pareja concentración demográfica, atrajo el comercio y los oficios: armadores, armeros, carpinteros, cordelería, textil, calzado y un amplio etcétera. También atrajo al prestamismo y a los capitalistas bancarios, capaces de dineralizar la letra de cambio como vehículo de transacción y compra-venta entre los centros ciudananos en desarrollo y los asentamientos de la otra orilla mediterránea. Con el saqueo se desarrolla la pedrería, la joyería, la ebanistería, la orfebrería, la platería, la conservación de alimentos mediante especias, la tintura, la sastrería… Se desarrolla, en fin, la burguesía mercantil y dineraria, preminentemente judaica, quien coronará con los años su dominio político consistorial sobre ciudades-Estado de facto. Su tandem de compromiso con el Vaticano está servido, pues esa burguesía necesita dispositivos de defensa y disposiciones de seguridad y blindaje, mientras Roma requiere de la actividad burguesa material, pecuniaria y tallerista para proseguir con su propia actividad militar y política encaminada a reconquistar el vértice de la pirámide feudal.
Así fue que, sin proponérselo ni preverlo, la jerarquía vaticana contribuyó a asentar las bases materiales de la destrucción del feudalismo, por cuya primacía ella no había dejado de combatir y competir. Y con sus licencias y dependencia respecto de los burgos devenidos “bases centrales” de las cruzadas, se abrieron las puertas de Roma a su archi-enemigo. Al fuego lento de los siglos, esta pleitesía práctica hacia los beneficiarios de dispensas, de concesiones, de simonía e incluso de nepotismo de nombramientos, daría lugar a su reflejo de superestructura tanto en las instituciones como en la ideología oficial y en la ideología social internalizada (victimismo, fábula de “el pueblo Elegido”, designación de los judíos como “nuestros hermanos mayores…”). Fueron las cruzadas la simiente y origen del judeo-”cristianismo”.
Claro está que los cristianos “orientales” ejercieron una resistencia honorable frente a la invasión cruzada de Siria, de Palestina…, mientras, en cambio, la burguesía judaica itálica ponía su oro al servicio de una empresa provisora para ellos de tan suculentas ganancias. También salió de ese mundo mercantil la finaciación de lo que hoy llamaríamos “logística de los cruzados”, facilitando el traslado hacia puertos itálicos, el pertrechamiento y el avituallamiento de una partida tras otra de genoveses, normandos, bretones, helvecios, francos, magiares, anglios y sajones, hispanogodos… Con los siglos, los puntos desde donde zarpar irían diversificándose, dando origen a topónimos como “Valencia”, o “tierra de valientes” -en alusión a los cruzados embarcados en su puerto.
Entretanto, dicho vínculo judaico-romano se tradujo en apelación a vocaciones complacientes para aquel mundo mercantil en desarrollo. Entre ellas destaca la asunción vaticana de la defensa del mítico templo de Salomón. Al supuesto templo se lo ubica, por cierto, en un yacimiento fenicio de cuya historia la arqueología científica no ofrece otra prueba, más que su consagración a Baal (dimensión tempestuosa y arrolladora al seno del atributo productor vital característico de Dios, según la cosmogonía cananeo-fenicia). Invocando aquella misión protectora como una de las funciones primordiales de las Campañas, el Vaticano fundó la Orden del Temple y prescribió a Señoríos y a Monarquías el acatamiento de pasos a través del Continente, así como de la custodia templaria de caminos.
Una contradicción con la que nos topamos al atender a este dispositivo religioso-militar desarrollado por el feudalismo clerical para hacer frente a su dependencia de armas, es que con el tiempo la propia Iglesia devino dependiente respecto de unas Órdenes que condicionaban a la propia institución, al tiempo que le exigían prebendas, exenciones, favores, bulas, nobiliarización por nombramieto, e incluso Dominios de cada vez más amplio terreno y de localización selectiva… También se desataron controversias que afectaban al monopolio eclesiástico en materia de autoridad teológica. El Vaticano se decide entonces por combatir “el fuego con el fuego”, a través de órdenes terceras y de mercenariazgo “multinacional” (tómese el término “nacional” en un concepto de “origen”; “nación” carece de otro sentido aquel entonces). Sin embargo, esto no le es suficiente y ha de pedir socorro a su fracción feudal rival (nobiliaria) tanto como a las monarquías, de modo que el reto de acabar con templarios, con cátaros, etc., acabará ligando a la jerarquía clerical a nuevas dependencias militares seculares. Así, a través de esta dialéctica, acabará por acelerarse la secularización del feudalismo y, tendencialmente, el empoderamiento de la finanza usuraria operante a la sombra de los tronos, ellos mismos también dependientes en esa vorágine de su propio desarrollo y expansión…
Hoy se ha “secularizado” (al menos en la superficie) aquella Roma penetrada de veneno supremacista sometedor, es decir, intoxicada de anticristianismo. Tiene sus capiteles en el Capitolio allende el océano. Sus satélites la han hecho casi omnisciente. Su capacidad de gasto militar la ha hecho casi omnipotente y, su red global de prensa, casi omnipresente. Habla mil lenguas y una sola lingua franca. Se sienta sobre cien tronos. Es Ama del dinero de los demás y surca los vientos desde el Atlántico Norte. Tal que ayer, sigue jugando la carta de enfrentarnos a los sirios. A esto nosotros seguimos respondiendo como Saladino, el soberbio jinete kurdo. El Héroe Nacional de los sirios. Que somos sunníes y no lo somos: somos sirios. Que somos cristianos y no lo somos: somos sirios. Que somos alawíes y no lo somos: somos sirios. Que somos chiíes y no lo somos: somos sirios. Que cada uno de nosotros es un armenio y un kurdo y un caldeo y un druso y un maronita y un siríaco y un asirio y un turquemano… Todo eso somos todos y cada uno, puesto que somos sirios.
2. En cualquiera de sus latitudes y coordenadas, todo sirio es soberano de toda Siria
Nuestra tierra entera, del mar hasta la ribera del Éufrates, es la tierra de todos los sirios. Por eso es la tierra de los kurdos sirios, y de los armenios, y de los asirios… No hay tierras privadas para kurdos ni para alawíes ni para sunnitas…, aunque las grises camadas del imperialismo, a través de forzar desplazamiento y vaciados poblacionales, estén obrando en este sentido de etnificación. Desde antiguo hallamos, a las poblaciones que componen nuestra nación, desarrollando vida en toda variedad de puntos y latitudes geográficas. No permitiremos la segregación. Compartimos hábitat. Somos convecinos. No a los planes del sionismo ni a sus micro-estados. No a los Estados de supremacía: no a un Estado kurdo yezidí. Denunciemos el éxodo obligado y el exterminio de poblaciones no kurdas hasta ayer residentes en esas regiones sirias que la propaganda y sus crédulos llaman, con falacia, “el Kurdistán”. No a un nuevo Israel en el corazón del Oriente Árabe. Por nuestro futuro como pueblo, estamos condenados a velar siempre en guardia contra la táctica divisionista predilecta de nuestros enemigos, y a enfrentarla. Kurdos y no kurdos, sirios nos sumamos, a la común resistencia nacional.
Los sirios somos mi familia y yo invitados a una boda por nuestros vecinos sunnitas en aquel tiempo en que vivimos en Damasco. Somos un miliciano de Hezbu Allah partiéndose el pecho en la defensa de una iglesia. Somos los soldados que parten al alba sobre camiones ataviados con retratos del Che. Somos una joven alistándose a los Comités Populares de Defensa. Somos la antiquísima sinagoga de Jobar (Provincia de Damasco), una de las más añejas en la historia, despreciando con hondura a los sicarios del judeo-supremacismo mientras estos la profanaban en nombre falso de un “islam” prefabricado.
3. Sociedad, sociabilidad y política de Estado en fortalecimiento recíproco
Puede sorprender, visto desde fuera, cómo los sirios continúan su vida sin desestructurar sus relaciones a pesar del colosal escarnio al que llevan siendo sometidos, desde hace más de cinco años y medio, por el imperialismo: por sus atentados, por su sabotaje, por su incendio, por su bloqueo económico y comercial, su envenenamiento y toxicidad. No se fractura la sociabilidad. Esto es, por supuesto, una cuestión militar y de tenacidad colectiva. Pero también una cuestión de ideología y vínculo entre las gentes. En países limitados por otra estructura de individualidad (la del Homo Economicus), habría cesado la fraternidad bajo los golpes cruentos de la escasez. Individuos atomizados y grupos tribalizados estarían despedazándose unos a otros siguiendo estrategias competitivas de supervivencia típicas de condiciones extremas.
Ello no les ha ocurrido a los sirios. Es éste un pueblo del que enorgullecerse. El cerco imperialista, cierto, ha sacado lo peor de los comportamientos. Pero también ha estimulado a sacar lo mejor. Y esto último pesa más en la balanza sociable. Honor y gloria a la grandeza ética de nuestro pueblo.
La ideología arabista interiorizada por las masas, llama a mirarse en el otro como en un espejo. Así se disuelve el otro en el Yo común. Bien es verdad, sin embargo, que, de no ser por la persistencia de estructuras económicas de Estado, la férrea consciencia de solidaridad acabaría por disolverse ella también entre el escombro, la desertificación, la angustia subsistencial y el apuro cotidiano. El Estado aún redistribuye, subvenciona productos, vela por la propiedad campesina de los cultivos. Soberanía alimentaria; esfuerzos por recuperar la Soberanía energética del expolio al que ha sido sometida por señores de la guerra localmente entronizados; para producir ese futuro a ganar, se mantiene la enseñanza nacional gratuita incluida la universitaria; de las ruinas se extrae la piedra para la vivienda a reconstruir; se intenta preservar la producción independiente de medicamentos y de respuesta sanitaria; las telecomunicaciones siguen sin depender del capricho monopolista “occidental” y de sus chantajes; las ramas sindicales proveen los locales en propiedad a los jóvenes profesionales.
Contra los mercenarios que han secuestrado los bancos nacionales o rurales cooperativos para cobrarse sus favores al imperialismo con la sangre de los sirios, el Ejército Árabe Sirio actúa implacable. Sin estructuras materiales orientadas a la necesidad social, la conciencia se degrada. Sin conciencia, las estructuras se desvirtúan. Las estructuras son del Pueblo. El Pueblo las defiende. Contra esa síntesis humana superior de materia y conciencia, no podrán jamás ni el imperial-sionismo ni sus grupúsculos de apologetas idealizadores, por mucha “revolución” que invoquen para disfrazar su parasitario asalto de rapiña.
El autor es Vicedirector de DIARIO UNIDAD