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Cartas a mi madre (IV)

Aunque hagan trampa. El deseo del cambio es tan fuerte como el deseo de volver. Y ese deseo es mayoría, madre. Y se impondrá. ¿Verdad? ¡Salud!


Amair

Debo pedirte disculpas para empezar la carta, madre querida. Disculpas por no querer verlos en Skype; no en este día. Sé que habían preparado algo especial por mi cumpleaños, pero no pude soportarlo. Soy sensible como el viejo; como todos los hombres. Eso de que los chicos no lloran es una tontería y culpo tanto a Miguel Bosé como a los ridículos estereotipos machistas tan presentes en nuestra cultura. Con el paso de los años somos los hombres quienes más lloramos y ustedes, las mujeres, ponen el hombro a la lágrima, el pecho a la situación y la frente alta a la tristeza. Hoy no pude, te digo, y ahora te escribo con una buena Paulaner junto al teclado. Es mi manera de celebrar.

Dicen que uno aprende a querer más a los padres después de tener los hijos propios. Y sí, pero el despertar de la conciencia se da también cuando estamos enfermos o cumplimos años solos en el extranjero. Perdona si sueno egoísta, pero el egoísmo es inherente a la descendencia, ¿no? Te decía que uno aprende más a valorar a la familia, a los amigos cercanos, cuando cumple años y no tiene a quién abrazar. En días como estos, en que usualmente nos envuelve el amor, la soledad se presenta más poderosa que otras veces. Y entonces uno recuerda todo lo que los padres hacen por los hijos; cuánto los ayudan a crecer; cómo los empujan a ser mejores; cómo consienten los caprichos y perdonan los errores; cuánto se esfuerzan por hacerlos sentir bien; y especialmente, cómo los acompañan por siempre para celebrar lo bueno y superar lo doloroso. Los buenos padres, claro, como ustedes.

Y entonces uno, que crece y los ve crecer a ustedes, que toma conciencia de que cada vez serán menos cumpleaños juntos, siente rabia. Y esa rabia es por la impotencia, por separarse sin estar convencidos de que es lo correcto, por buscar un mejor futuro y dejarlos a ustedes en el pasado, por Skype, los grupos de Whatsapp y las notas de voz. Por pretender que se alimenta una relación cuando en realidad la dejamos morir de hambre. Rabia contra los delincuentes que gobiernan y expulsan a la gente que no los quiere; rabia contra los que apoyan la delincuencia y son tan culpables como los que gobiernan. Rabia, madre. Es mi cumpleaños y lo único que siento es rabia.

Jaime Sabines escribió en una de sus cartas a Chepita esto: “Necesito una realidad, una vigencia, a ti, presente, cercana, para decir te quiero. Mi corazón se nutre de mis ojos, de mis manos, de todo lo que miro y toco. La ausencia es un engaño”. Y este engaño lo escogí yo; y este engaño ustedes lo apoyan cada día. Los padres, solidarios, aprueban y luchan para que sus hijos salgan de Venezuela; los hijos lo entendemos y aceptamos, con un poco de egoísmo, como te decía. Pero atormenta ir a un lugar y dejar el corazón en otro. Así como ustedes se quedan pero se vacían de amor. Al final, madre, el exilio es lo mismo para todos. La soledad la compartimos y tan extranjeros somos los que nos fuimos como los que se quedaron en un país que ya no es eso. Una Venezuela que desapareció y se transformó en una jungla. Una mentira. Eso, una mentira. Como dice Houellebecq en Las partículas elementales: “Una mentira es útil cuando permite transformar la realidad; pero cuando la transformación fracasa sólo queda la mentira, la amargura y la conciencia de la mentira”. Venezuela es un país que se llenó de amargura porque el amor se exilió.

Ya van varias de estas Paulaner y se me acabó la kartofellsalat. También tomé un goulash antes, para celebrar esta edad, pero nada tan bueno como el del Fritz & Franz de Altamira (otro buen lugar que desapareció). ¿Ya ves por qué no quería hablarles? Igual me siento mejor ahora. El cumpleaños se acaba en pocas horas y a partir de mañana la soledad será la misma de antes, no la multiplicada por la nostalgia.

Y mañana, cuando salga el sol en esta fría ciudad, podré reconfortarme con una línea de Murakami en la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. “Pero, en este mundo, nada hay tan cruel como la desolación de no desear nada”. Y el deseo de que las cosas cambien no se va a ir, madre. Aunque hagan trampa. El deseo del cambio es tan fuerte como el deseo de volver. Y ese deseo es mayoría, madre. Y se impondrá. ¿Verdad? ¡Salud!

Quiéreme a los perros, ma.

Tu hijo.