Quien se avergüenza de su gestión, oculta, como es natural en la baja política, cualquier dato o indicio que lo desnude
EDE
Los datos oficiales son inexistentes, mucho menos los actualizados.
No sabemos a ciencia cierta la dimensión de las epidemias que golpean a los venezolanos en distintos estados del país, tampoco conocemos los números reales de la inflación y es imposible enterarse de las cifras que reflejan la pobreza, esas que son medidos y analizadas por profesionales capaces del Instituto Nacional de Estadísticas, del Banco Central, pero que las cúpulas prefieren meter bajo la alfombra, porque dejan en evidencia a una pobre gestión, incapaz de dar la cara.
El problema es que los números, duros como son, pegan fuerte a la burocracia que cree, prepotente como es, que los venezolanos no se enteran del desastre, como si fuera posible tapar el sol con un dedo.
La opacidad es la norma en un Gobierno que fue incapaz de ser transparente durante la enfermedad del presidente Hugo Chávez y luego con su muerte.
La oscuridad es la norma de una institución como la Presidencia de la República, enlodada por un escándalo sin precedentes con el juicio que en estos momentos se le sigue a los sobrinos de la pareja presidencial en Nueva York, por conspirar para traficar 800 kilos de cocaína a Estados Unidos; los jóvenes están a días de escuchar el veredicto del jurado y no hay nadie que explique cómo es que la inteligencia del Estado no se dio cuenta de que esas irregularidades se cometían en sus narices, no hay nadie que se atreva a abrir una investigación oficial en el país para saber las implicaciones del caso y ni siquiera la Cancillería se ha pronunciado a favor de los jóvenes, si es que hay convencimiento de que son inocentes y han sido secuestrados.
Todo es silencio, oscuridad; un estilo de gobernar entre sombras que prefiere evadir los problemas, taparlos con alguna cortina de humo y nada resolver.