El Gobierno atenta en contra de la libertad de expresión al imponer mecanismos que impiden la difusión de ideas
Editorial
Cuando en nuestra edición 1137 usamos la palabra “dictadura”, en altas sostenidas, para catalogar el nuevo viraje que tomaba el Gobierno de Nicolás Maduro, las reacciones no fueron pocas. La decisión de llamar a las cosas por su nombre llegó tras la medida del Consejo Nacional Electoral de frenar la realización del referendo revocatorio, un hecho que cambió las reglas del juego y que hasta el día de hoy tiene al país sin elecciones a la vista. Por aquellos días escuchamos a algún transeúnte comentar que si éste fuera de verdad verdad un régimen dictatorial no se permitiría que periódicos como “LA RAZÓN” circularan; mucho menos con semejantes titulares; a quién se le ocurre. Las penurias se mantienen, el drama venezolano se intensifica con los días, con cada semana. Han pasado algunas ediciones desde aquella portada número 1137 y hoy podemos reafirmar ante nuestros lectores que definitivamente vivimos bajo el yugo de una dictadura del siglo XXI, que se ha sabido adaptar a sus tiempos, pero que conserva el espíritu que la hermana con gobiernos que durante décadas se encargaron de dominar a los pueblos latinoamericanos. Hoy en día no hace falta mandar a un censor a las salas de redacción, porque simplemente se utiliza la chequera y con recursos estatales se compran medios de comunicación; no es necesario retener la circulación de los diarios, porque en estos tiempos se les asfixia al no venderles la materia prima. Los mecanismos de censura se han sofisticado, pero el objetivo final es el mismo: lograr una hegemonía que consiga, ahora sí, que todos pensemos igual, que nadie levante la voz, que la barbarie se imponga a la razón. Con esa idea han coqueteado todos los que sueñan con eternizarse en el poder. Cuando se está rodeado de aduladores, cuando se respira dentro de una cómoda cápsula, es inadmisible que la crítica ose a dañar la fiesta, es contranatura tener que soportar los sablazos del pensamiento diferente, del siempre inoportuno inconformismo. Las voces del otro se convierten en algo impertinente y la irreverencia en pecado capital. Por eso el acto reflejo del déspota es el de asfixiar las libertades, de cortar de una buena vez con los incómodos, de estrangular al otro. “LA RAZÓN” es un medio independiente que fue concebido como contrapeso del poder, ese ha sido su espíritu desde que fue fundado en la última década del siglo pasado. Esa esencia, que seguimos conservando, es lo que le permite que sea el único periódico en Venezuela que se sostiene directamente por sus propios lectores y a ustedes apelamos una vez más en momentos duros. Hemos sido forzados a imprimir fuera de nuestros talleres desde hace más de dos meses, asumiendo las dificultades financieras que eso acarrea a un medio sin padrinos tras bastidores. Aún así seguimos comprometidos con nuestros trabajadores, con nuestros colaboradores y columnistas, con nuestros fieles lectores; contamos con todos y cada uno de ustedes. Son tiempos de resistencia y nos encontramos dispuestos a seguir en ello. Convencidos estamos de que llegará el momento en el que algún transeúnte desprevenido, al toparse con nuestra portada en un quiosco, criticará cuando, en mayúsculas sostenidas, lea la palabra “democracia”. Y estará en todo su derecho.