ELÍAS PINO ITURRIETA*
En primer lugar, saludo esta iniciativa, pues considero importante ventilar la historia de una manera universal y sin trabas. Recuerden que el presidente Hugo Chávez resolvió, para cambiarnos los recuerdos, la creación de un Centro Nacional de Historia, cuya función es convertirse en rector del conocimiento que se tenga del pasado. Una cosa más totalitaria difícilmente exista en nuestros anales.
En segundo lugar, y en relación con el 24 de enero de 1848, el que se sabe la historia de verdad es Diego Bautista Urbaneja, aquí presente.1 Es una historia familiar para él. Quienes han leído los manuales de historia saben perfectamente que, cuando comenzaron los sucesos que hoy nos convocan, José Tadeo Monagas habló con el doctor Diego Bautista Urbaneja de la época, quien era su consejero y su amigo más cercano, y este le dijo algunas cosas de un remiendo y de una arteria, algo así. En todo caso, todos esos detalles tan importantes forman parte de la vida y de los recuerdos de Diego Bautista Urbaneja, porque el segundo Diego estuvo allí soplándole a Monagas las cosas que se tenían que considerar.
Para el entendimiento de esta situación tengo algunos ejemplos sueltos de lo que pasó y así evitamos la tentación de las comparaciones. Le tengo mucho miedo a las analogías porque no existen o, más bien, no funcionan. Comparar lo de 1848 con esto de hoy es una tentación, un disparate, pues los supuestos asaltos que ocurrieron en el año 1848 no tienen que ver con los enfrentamientos actuales del Ejecutivo con la Asamblea Nacional. El tema es atractivo evidentemente porque uno está viendo aquel conflicto y los venezolanos resolvimos hace tiempo encontrarle una salida a todo en la historia y no en las responsabilidades del presente.
Voy a comenzar con un episodio aparentemente suelto que puede darnos muchas luces sobre lo que sucedió el 24 de enero de 1848. Ocurre la Revolución de las Reformas y parece que el entramado institucional está funcionando a la perfección. El general Páez, quien está en su hato, aparentemente retirado de la vida pública, apoya al presidente de la República, pulcramente electo, e inicia una campaña militar que conduce al restablecimiento del orden constitucional, y se trae
otra vez a Vargas, que estaba en Saint Thomas, para que se ocupara de su trabajo.
Nótese cómo lo que se pensó en el año 1830 como una república liberal moderna estaba funcionando debido a que, ante un amago tan importante de la antirrepública, es decir, de los militares bolivarianos y de la iglesia, el propio general Páez restableció el orden constitucional. Páez inició una campaña militar triunfante y se dirigió hacia Oriente para atacar al faccioso principal, José Tadeo Monagas. Allí se relacionó con él y firmó, sin conocimiento del presidente de la República, un indulto o una amnistía que se conoce con el nombre de indulto de Pirital. Considero que ahí está una posible clave para entender lo que pasó después.
Hubo una trama institucional que no estaba funcionando debido a que se sobrepuso el Centauro de los Llanos y llegó a un acuerdo con el caudillo del Oriente, sin que el docto, pulcro y legítimo José María Vargas tuviera idea. Este no sabía lo que estaba pasando y el Congreso tampoco. Ahí están las dos valencias del fenómeno que pueden explicarnos lo que va a ocurrir o pudo ocurrir el 24 de enero de 1848. Hubo un acuerdo personal entre dos espadones de la independencia, el general José Antonio Páez y el general José Tadeo Monagas. Y este último, libre de pecados, regresó a sus predios. Al presidente de la República le mandaron un recado diciendo: “quédese tranquilo que esto ya se arregló”.
La ley, la Constitución y la discusión del Congreso sobre las leyes y sobre la Constitución no caben, pues pasan por el acuerdo extraconstitucional y extralegal que se firma entre Páez y Monagas. Solo un personaje, Francisco Javier Yanes, advirtió lo que se avecinaba y lo reflejó en un importante texto que publicó y que tuvo mucha influencia en la posteridad. Yanes, al ver aquella militarada alzada, dice “esto no es un problema pasajero, esto se va a convertir en una constante de la historia de Venezuela, y tenemos que atacarlo”.
Tal es el contenido de su primera “catilinaria”. Él entendió perfectamente lo que estaba pasando, no así el resto de los observadores de entonces. Para que la República se establezca se requiere la presencia de dos factores: las instituciones y el poder de un hombre fuerte, armado. Como las instituciones son precarias y además tienen un proyecto inesperado, repulsivo y revolucionario, acuden a José Antonio Páez, quien tiene la lanza en el escaparate para cuando se necesite.
De manera que la república civil, liberal, nace después de un pacto con el diablo. Había que firmar un pacto con alguien y José Antonio Páez estaba de acuerdo con ser el garante de la legalidad que comienza entonces. Esa legalidad contó con el consenso de los propietarios; no hay ninguna duda al respecto. Las primeras elecciones fueron concertadas, todo aquello fue muy civilizado, muy liberal y muy progresista, incluso cuando tocaron los intereses y el bolsillo de los propietarios, cuando las leyes que buscaban la multiplicación de los capitales y de las riquezas dividieron a la sociedad, o ellos dicen que la dividieron, entre los comerciantes y los agricultores y los ganaderos.
Hay dos facciones que comienzan a separarse en el Congreso. La fragilidad que existía se hizo evidente y desembocó en la formación de un partido político beligerante y muy importante, el Partido Liberal, que acudió a una demagogia relacionada con la crisis económica y atrajo a las multitudes que hasta el momento habían mirado con relativa pasividad lo que estaba pasando en Venezuela.
Esa unión entre el populacho y el Partido Liberal produjo una convulsión social que se resume en el alzamiento de Ezequiel Zamora. Cuando ocurren esas situaciones, aparece un “civilizado”, me refiero a la primera fuente civilizada, Francisco Javier Yanes, estudioso y universitario, que se supone que miró más que los demás y por eso escribió su “catilinaria”. Ahora, cuando se hablaba entonces de la necesidad de cortarle la cabeza a los blancos y a todos los que supieran leer y escribir, apareció un manso profeta de la civilización, Cecilio Acosta, quien escribió un trabajo muy importante: Reflexiones sobre la historia universal, donde dice que hay que tener cuidado porque la sociedad se divide entre buenos y malos y hay que evitar que los malos gobiernen.
Él no dice exactamente quiénes son los malos o quiénes los buenos, pero los define como la fuerza bruta y la inteligencia. En el momento en el que la situación se calentó y había una crisis, muertos y anuncios de matanzas posteriores, Acosta escribe un artículo muy famoso, en el cual clama por el regreso de José Antonio Páez “!Oh!, Páez, regresa, que tu caballo beba el viento y ponga el orden”. Uno de los promotores de la civilidad liberal republicana, aunque no tan liberal como la que manejaba Santos Michelena y los otros ministros de José Antonio Páez, entiende que la situación no tiene sino una salida: Páez, garantía a la cual llama y aclama.
Es muy importante esta solicitud porque de la presencia de José Antonio Páez dependía la detención de ese movimiento subversivo que había ocurrido en las instituciones y contra el proyecto liberal republicano. Otro “civilizado”, otro observador de entonces dice que no hay salida visible por la profundidad de la revolución que se llevó a cabo en 1830, bajo los auspicios de la Sociedad Económica de Amigos del País con el respaldo de Páez.
El tipo peligroso que hemos fabricado, que es la causa de la desaparición de la República, es el hombre de negocios, dice ese influyente autor. La sociedad se ha entregado al capitalismo y se ha olvidado de las normas evangélicas. No puede ser que en los tribunales mercantiles se rematen las propiedades de la gente decente, buena y trabajadora. ¿Cómo es posible que el honor y que la palabra de los antepasados no sirva para nada? Ahora hay que firmar una letra de crédito para que un trato tenga honorabilidad y validez. Esto se lo llevó el diablo.
Hablamos de Fermín Toro. Nada menos que Fermín Toro se dio cuenta de que había una situación terrible y afirmó que estábamos creando una civilización distinta de la nuestra sin haber hecho nada por construirla, sin haberla trabajado previamente; una civilización artificial que necesitaba soportes que la propia civilización moderna no podía darle, porque esta no existía en Venezuela, era una mentira, una ilusión.
De manera que hay que buscar elementos. ¿Cuál es el elemento? Cecilio Acosta lo dijo: “Páez, monta en tu corcel, que este beba los vientos y que acabes con los malos”. Pero, si falta saber dónde está la fuerza bruta que necesita contención, quizá dura contención, podemos acudir a otro “civilizado” del momento: Juan Vicente González.
En los ataques de González contra el Partido Liberal, especialmente contra Antonio Leocadio Guzmán, dice lo siguiente en varios artículos de un periódico que dirigía, Cicerón a Catilina: “¿Con quién se reúne Guzmán? Con la hez de la sociedad, con los negros, con los morenos, con los sirvientes, con los borrachos, con los sucios; a esos hay que parar, a los negros, a los sirvientes, a los borrachos y a los sucios; y, el único que los puede parar es Páez”.
Aquí no hay reflexiones teóricas, sino la demostración de una angustia, pero también de un desprecio frente a una nueva fuerza social que estaba esperando el momento de aparecer en primer plano desde el tiempo de la independencia: el pueblo soberano, el pueblo llano, que ya se había manifestado –apoyando a Guzmán– y que había hecho una primera poblada histórica. Cuando iban a juzgar a Guzmán, el populacho entró e impidió el ejercicio de la legalidad; mientras el presidente Soublette dijo al juez: “no sé qué hacer, haga usted lo que le parezca, toque usted la campana”.
Él tampoco entendía qué era lo que estaba pasando. Páez sí lo entendió y dijo “yo no hago pactos con el diablo –es decir, con estos nuevos diablos– y voy a buscar una manera de atender la solicitud que me está haciendo la sociedad a través de un pluma tan reverenciada, tan pulcra y tan modosa como la de Cecilio Acosta”.
Entonces ¿qué se va a hacer ante esa crisis terrible? Aplicar la misma fórmula de 1830, año en el que Páez fue a reunirse con Mariño para ver cómo evadían a Simón Bolívar y llegaron a la conclusión de que no debían dejar pasar a Antonio José de Sucre hacia el territorio que querían controlar. Es decir, se montó todo un parapeto que mantuvo el proyecto nacional venezolano.
Esa es la fórmula. Entonces ¿qué dice Páez? “Voy a buscar ayuda”. Los propietarios quebrados, muertos de hambre, sin bibliotecas, sin escuelas, sin haciendas, sin esclavitud, sin un peso en el bolsillo, le dicen a Páez: “hay que poner a producir esto. Aquí hay que hacer bancos, hay que prestar plata a interés”. La plata significa la felicidad del propietario y la felicidad del propietario significa, a su vez, la felicidad de la patria, afirmaban ante el poderoso interlocutor. José María Vargas estaba en las elecciones, pero inmediatamente le dieron un golpe.
¿Por qué? Porque les dijo a los venezolanos que había que trabajar y que el que no trabajara se iba para un correccional, como en Filadelfia. Los venezolanos no entendían lo que estaba pasando, pero sí consideraban que se necesitaba un proyecto liberal, moderno, de implantación capitalista, que es el que vamos a hacer nosotros y que funcionó al principio; ya que todos los que querían ser ricos, y tenían cómo serlo, porque tenían sus fábricas quemadas, sus haciendas abandonadas, sus tiendas paralizadas, etcétera, encontraron que con esa receta iban a salir de abajo, siempre que estuviera Páez.
Ahora, ante la crisis, ante el populacho en la calle, van a la fórmula vieja. Páez decidió buscar a alguien igual a él para que se encargara de ser el guardián de la continuidad de este proceso; sobre todo en ese momento en el cual había una crisis y condenaron a muerte, nada menos, que al jefe del Partido Liberal, Antonio Leocadio Guzmán. Páez no encontró mejor candidato que Monagas, con quien había hecho el pacto en Pirital desconociendo por completo las instituciones. Ya mencionó Alberto Navas, hace poco, que el apoyo de Monagas era precario; tenía la bendición de Páez pero no la de los godos, la del Partido Conservador que era el que controlaba abrumadoramente el Congreso. Monagas le perdonó la vida a Antonio Leocadio Guzmán, mandó a desaparecer a Zamora y en breve apareció comandando tropas. Los godos dicen: “no puede ser, vamos a acabar con Monagas”, y comienza una conspiración en el Congreso. Monagas, por su parte, dice: “a mí no me van a tumbar” y resuelve impedir un golpe, o lo que ellos consideraron como un golpe contra él; y no hace otra cosa que dejar hacer para que se produzcan los sucesos del 24 de enero de 1848.
Estos sucesos son importantes por lo que pasa después. El Congreso es un títere. El Congreso domesticado va a depender del Ejecutivo, pero en aquel momento no pasa realmente mayor cosa, no hay evidencias de un asalto. Los diputados estaban reunidos en el alto de la casa –nadie durante ese célebre día sube la escalera del alto de la casa–, los diputados despavoridos brincan y saltan por donde pueden, hay tres o cuatro muertos, entre ellos uno muy célebre, Santos Michelena. Los muertos no son por armas de fuego, sino por cuchilla, de manera que no fue ni la milicia de Monagas ni la milicia paecista que controlaba el Congreso.
Hubo una situación como de poblada que nos conduce a un escenario confuso, sobre el cual el historiador no puede decir nada exacto sin irresponsabilidad. No hay manera de reconstruir adecuadamente la situación, pero se puede ver una participación popular urbana que es un fenómeno nuevo en la historia de Venezuela. Esto se asomó el 9 de febrero, con el asalto del Tribunal, cuando liberaron a Guzmán y lo sacaron en hombros por la calle. La gente en Caracas se movilizó el 24 de enero de 1848 y hubo disturbios, ese es un fenómeno importante, pero no fue en ningún momento un asesinato o un delito. La historiografía después comienza a hablar de delitos, sobre todo los positivistas, que son muy presumidos y juran por la exactitud de sus conocimientos.
Lisandro Alvarado dice que lo que ocurrió fue un crimen político, y que la gente que participó era delincuente. ¿Cómo va a ser delincuente Monagas? ¿Cómo va a ser delincuente Páez? Páez se equivocó, en aquel momento cualquiera se hubiese equivocado, y Monagas, sabiendo su precariedad, hace convenios con los liberales que se convirtieron en su apoyo y sostén relativo inmediatamente después.
Es evidente que empezó una dictadura distinta, pero no se puede afirmar que estábamos ante un ataque feroz contra las instituciones, porque estas existían solo relativamente, pues dependían de José Antonio Páez, ahora en el comienzo de su caída, y de José Tadeo Monagas, ahora en pleno ascenso.
Monagas manejó bien las cosas, tuvo unos consejeros que miraban la situación a favor del proyecto liberal o de un proyecto no liberal monaguista, que incorporaba sectores sociales del oriente del país que nunca habían hecho política. Eso es lo que pasó entonces. Lo que vino después fue un horror; desde luego hay una cantidad de cosas que se tendrían que decir sobre el futuro.
Creo que hay una ilusión historiográfica posterior que consiste en la condena de los hechos cuando no hay elementos plausibles para condenarlo. De acuerdo con la atmósfera, no podía ocurrir otra cosa. Cuando se actúa según las solicitaciones del ambiente, se está ante un hecho singular que no admite analogía, que no se puede comparar con las situaciones de ahora y que no admite la alternativa de un juicio porque los historiadores no somos jueces, ni nada por el estilo.
*Licenciado en Historia por la UCV y doctor en Historia por El Colegio de México, es también profesor titular jubilado de la UCV. Fue director del Instituto de Estudios Hispanoamericanos, decano de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV y presidente de la Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG). Actualmente, es editor adjunto del diario El Nacional. Es Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia, de la cual fue director durante dos períodos administrativos. El doctor Iturrieta ha sido pionero en el estudio de las mentalidades en Venezuela, y entre sus publicaciones podemos destacar: La mentalidad venezolana de la emancipación; Las ideas de los primeros venezolanos; Positivismo y gomecismo; Ideas y mentalidades de Venezuela; Ventaneras y castas, diabólicas y honestas; Nada sino un hombre; El divino Bolívar y Simón Bolívar: esbozo biográfico.