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Manuel Malaver: El regreso de Almagro

Secretario general de la OEA

Una tormenta está barriendo con el populismo y no concluiría hasta que América vuelva a ser la tierra de la democracia y la libertad


Manuel Malaver

Luis Almagro, el secretario general de la OEA, desapareció de la escena política venezolana a comienzos de noviembre del año pasado, una semana antes que un grupo de partidos políticos democráticos miembros de la MUD, decidió participar en una mesa de diálogo gobierno-oposición que abortó el proceso iniciado el 6D y se dirigía a que Venezuela no continuara siendo, después del 2016, el bastión emblemático del castrochavismo.

No fueron, desde luego, la razones que esgrimió Almagro públicamente, sino que, de una manera más diplomática, y hasta política, se despidió diciendo que “ya que la oposición y el gobierno habían optado por una salida negociada a la crisis, lo pertinente era suspender la activación de la aplicación de la Carta Democrática al gobierno de Maduro, en espera de que el diálogo rindiera sus frutos”

Pero en privado, Almagro, no ocultaba su desilusión y asombro, pues no lograba explicarse cómo una oposición que llevaba 17 años luchando contra una dictadura como la venezolana, corría de repente a soñar que el chavismo aun abrigaba reservas constitucionalistas y democráticas, a nombre de las cuales podía esperarse que el castrochavismo dialogaría limpia y civilizadamente.

Y no era que, per se, fuera un enemigo del diálogo, sino que, zorro viejo en haberes diplomáticos, debían venírsele a la memoria todos los casos en que, dictaduras totalitarias y marxistas en transe agónico, recurrieron a la estratagema del diálogo para ganar tiempo y esperar los días en que se recuperaban y los que caían en articulo mortis eran sus enemigos.

No sabemos si Almagro lanzó al respecto alertas específicas a líderes opositores que le eran muy cercanos como Julio Borges, Henry Ramos, y Henrique Capriles, pero si no lo hizo, fue porque no creía lo que veían sus ojos.

Se las había jugado fuertemente por la oposición democrática venezolana, simplemente convirtió “su” causa en “su” causa, y era porque pensaba que, ahí estaban los líderes, los partidos y el país que ofrecían mejores condiciones para que una de las plagas más dañinas que ha conocido la humanidad, el socialismo y el comunismo marxista, desaparecieran de una vez y para siempre.

En particular, es seguro que lo atrajo y sedujo la victoria estrepitosa de la oposición en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre del 2015, ocho meses después de asumir la Secretaria General de la OEA, e igualmente, vio la oportunidad, no solo de rescatar la democracia en Venezuela, sino también en la OEA que, los dictadores Chávez, Fidel y Raúl Castro, habían convertido en burdel tropical.

Por eso para Almagro, la lucha por Venezuela fue la lucha por la OEA, y viceversa, y puede verse, perfectamente, que no hay una sola actitud y política de las que asume por el país, que no estén dirigidas a una suerte de exorcización de la OEA.

Y en este contexto, nada más importante que recordar la pasión con que asumió la aplicación de la Carta Democrática Inteamericana al gobierno de Maduro, a la urgencia de que fuera el organismo de estados y gobiernos de la región, el que asumiera la responsabilidad de expulsar a Maduro de su seno “por dictador y tirano”.

Una tarea ímproba y heroica que llevó a cabo, secundado mayoritariamente por el pueblo venezolano, por la totalidad de sus partidos y líderes democráticos, por ONG e instituciones civiles que, legítimamente, lo constituyeron en su ductor.

Es un líder continental de nuevo cuño, uno que establece que si las instituciones y sus cartas de membresía y pertenencia existen, es para respetarlas, porque si no se estaría incurriendo en el peor déficit en que puede incurrir una comunidad de gobiernos y países que es formular leyes para que sean burladas por dictadores y tiranos.

Fue lo que sucedió con la democracia venezolana y la OEA desde que, en 1999, un militar de baja graduación, Chávez, emprendió la tarea de barrer con la institucionalidad de una y otra, como vía para restaurar el comunismo en la región y constituirse, conjuntamente con los hermanos Castro de Cuba, en los nuevos Lenin, Stalin y Mao.

Años oscuros esperaron a la OEA a partir de entonces, años en que, de su propio seno emergieron los puñales que se lanzaron a su destrucción, años en que Chávez y sus aliados la dieron por muerta y enterrada y hasta le buscaron sustituto.

La ofensiva, sin embargo, duró menos de lo que se pensaba, y el 31 de mayo del 2016, Almagro pudo convocar una Asamblea General de la OEA en Washington y conseguir los votos para aplicarle la Carta Democrática Interamericana al despotismo de Maduro.

Una apuesta que, si bien no se haría efectiva sino cruzando todos los escollos burocráticos que se estila en este tipo decisiones, era lo más efectivo que se había hecho hasta entonces contra Maduro, y cabía esperar que concluiría en un daño de irreparables consecuencias para el dictador.

Sin embargo, sin que posiblemente la opción le hubiera pasado jamás por la mente a Almagro, en aquellos comienzos de noviembre, sus aliados en Venezuela por la recuperación de la democracia y la OEA, lo dejaron solo y se perdían en un laberinto del que regresaron devaluados, descapitalizados y desengañados.

Hace tres días Almagro fue sacudido por un acontecimiento sorprendente pero esperado: más de 40 ONG´s venezolanas le escribían para solicitarle que reactivara la aplicación de Carta Democrática Interamericana al gobierno de Maduro, y el Congreso de los Estados Unidos aprobaba por unanimidad una Resolución donde recomendaba al gobierno de Donald Trump que apoyara a Almagro en la iniciativa de que la OEA volviera a estudiar el “Caso Venezuela”.

Dos aldabonazos que indican que, el diálogo gobierno-oposición fracasó, que la dictadura de Maduro lo usó para ganar tiempo y que los gobiernos, partidos y líderes responsables del continente no ven otra salida ante la crisis venezolana sino que, los demócratas de Venezuela y la región, se activen para que sea la institucionalidad la que termine dando cuentas del dictador y su camarilla.

Triunfo, entonces, del líder que creyó en el pueblo venezolano y su democracia, del que unió su liderazgo a los demócratas venezolanos que luchaban contra la dictadura, que momentáneamente perdieron el camino y ahora regresan a la institución continental y global que ha tomado nuevos bríos ante los cambios que siguen estremeciendo al continente e indican que, a pesar de los errores momentáneos, que puedan surgir en uno otro país, el cambio sigue sonando fuerte y terminará por imponerse.

Estados Unidos con Donald Trump, y seguramente Ecuador con Guillermo Lasso, son los últimos países del continente e incorporarse a una tormenta que está barriendo con el populismo y el socialismo y no concluiría hasta que América vuelva a ser la tierra de la democracia y la libertad.

Almagro será, a pesar de los contratiempos que son inevitables en la carrera de todos los grandes líderes políticos, un factor cuya participación ha sido fundamental en el sacudón y no dudamos que su nombre quedará esculpido en la estela donde Venezuela y América recordarán por siempre a Rómulo Betancourt, John Kennedy, Julio María Sanguinetti, Oscar Arias, Fernando Henrique Cardoso y Álvaro Uribe.