No hay dudas que fue correcta la posición de los partidos democráticos de aceptar el reto de la revalidación y de cumplirlo conforme al cronograma del CNE
Manuel Malaver
No soy de los que piensan que por desplomarse 14 puntos en los últimos cuatro meses -según cifras recientes de encuestadoras como “Datanálisis”, “Venebarómetro” y “Datincorp”- a consecuencia de su participación en el “falso diálogo” de inspiración castromadurista, la MUD tenga que hacerse el karakiri o reducirse a un muro de los lamentos donde todo se le vaya en rasgarse las vestiduras y recordar los tiempos en que todo pareció ser diferente.
No, más bien aprecio su redefinición con relación a la política, al gobierno y a la oposición que surgen después del fracaso del “falso diálogo”, los cuales, exigen una idea o concepto de la unidad que, en nada puede incautar la aspiración de los partidos democráticos a ser libres, en referencia a políticas que no comparten porque no compaginan con sus intereses particulares.
Claro, sin olvidar que unidad es también un mínimo de consenso y, en el caso venezolano, tiene que ver son la posición estratégica que se adopte con relación a la dictadura de Maduro y las tácticas que hay que asumir para derrotarla.
En este sentido, el “falso diálogo” fue un libro abierto para establecer que partidos opositores merecen estar o no en la Unidad, específicamente en la MUD, porque, se puede estar contra Maduro y su dictadura, pero nunca en unos grados o niveles, que, según se vea, acercarían al gobierno más allá de lo tolerable para una plataforma de partidos democráticos franca y decididamente opositora.
Porque, vamos a estar claros, no todas las “oposiciones” son peligrosas para ésta o cualquier dictadura, y las hay que les prestan magníficos servicios a totalitarios de signo que sean.
Sobre todo en tiempos en que, está de moda ser populistas, socialistas, dictadores pero “democráticos” y tener partidos y líderes de partidos opositores que lo confirmen, ¡vaya!, es un regalo del cielo.
Pero no es de ahora, sino de antes, cuando las dictaduras comunistas ortodoxas, tradicionales y ancladas en la metódica leninista, stalinista y maoísta se cubrieron con oposiciones seudodemocráticas que le vinieron de perlas al socialismo.
En la mayoría de los países comunistas de Europa del Este, por ejemplo, era común oír hablar de una dictadura, no de un partido, sino de varios partidos, y Mao inventó el término “Nueva Democracia” para el supuesto que tuviera que compartir el gobierno con partidos títeres.
No me arriesgo a decir que, este fue el rol cumplido por algunos partidos de oposición y sus líderes miembros de la MUD, desde que se asomó por primera vez el intento de “falso diálogo” en Punta Cana a finales de mayo del año pasado, pero sí lo hicieron conscientemente o inconscientemente, les hago un llamado a la rectificación, pues, continuar en tales andanzas, no solo los llevará a su autodestrucción, sino a despellejar lo que queda de Venezuela y su oposición auténticamente democrática.
Me estoy refiriendo a los líderes de UNT, Manuel Rosales, y de “Avanzada Progresista”, Henry Falcón, colgados de la ilusión de que, todavía se les puede dar el beneficio de la duda a dictadores como Maduro, Cabello y Padrino López, cuando, definitivamente, han dado pruebas de que en Venezuela no se volverán realizar otras elecciones, a menos de que sean para ganarlas por intermedio de un fraude o el método orteguista.
Pero mis palabras van, también, para partidos y líderes opositores que parecen haber aprendido la lección del “falso diálogo”, como Julio Borges de “Primero Justicia” y Henry Ramos, de “Acción Democrática”, y es para advertirles que, ahora sí, no cedan un paso en la ruta de no dialogar con la dictadura, hasta que dé demostraciones de que está dispuesta a respetar la Constitución, aceptar la ayuda extranjera para poner fin a la crisis humanitaria y liberar a los presos políticos.
Tres peticiones, objetivos y logros que en nada perturbarían la aceptabilidad de los dictadores entre propios y extraños y que les permitirían un barniz democrático momentáneo ante la comunidad internacional.
Por eso, considero cómo una medida de coherencia inaplazable e inevitable de parte de los partidos democráticos que han decidido no incurrir de nuevo en el “falso diálogo”, sincerar la pertenencia a la MUD de aquellos partidos minoritarios que, por razones que no viene al caso definir, son partidarios de una suerte de convivencia o coexistencia con el régimen de las cuales devendrían ventajas como convencerlo de que debe convocar las elecciones para gobernadores y alcaldes este mismo año y las presidenciales para el 2018.
Entre tanto, Maduro y su pandilla de terroristas, narcotraficantes y ultracorruptos seguirían ejecutando la destrucción de Venezuela, sometiendo al pueblo por hambre, la falta de medicinas y el auge del hampa en todas sus expresiones que asesina venezolanos hasta límites que no alcanza ninguna de las guerras formales que actualmente tienen lugar en el mundo.
En otras palabras que, solo hay una forma de hacer oposición democrática en Venezuela y es confrontando a la dictadura en todos los déficits que contempla la Constitución, la cual, habla, tanto de presionar para que la dictadura convoque elecciones democráticas en las fechas en que deben renovarse las autoridades, como las protestas de calles para que el pueblo no continúe siendo la principal víctima del horror castromadurista y se una a la lucha para que sus verdugos sean desalojados cuanto antes del poder.
A este respecto, no hay dudas que fue correcta la posición de los partidos democráticos de aceptar el reto de la revalidación y de cumplirlo conforme al cronograma del CNE, pero también lo es, respaldar irrestrictamente la iniciativa del Secretario General de la OEA, Luís Almagro, de reactivar la “Carta Democrática Interamericana” contra la dictadura, como otro escenario del acoso en que no se le puede dar tregua al dictador.
De igual manera, deben respaldarse las iniciativas parlamentarias que se realizan desde la Asamblea Nacional y, a través de la cuales, se ratifica y consolida el papel de la AN como un poder autónomo enfrentado y en ningún sentido blandengue y complaciente con el Ejecutivo.
En este orden, nada más importante que continuar denunciando la dictadura de Maduro nacional e internacionalmente, insistir en la solución de la crisis humanitaria en que el modelo socialista y totalitario ha empujado al país y colaborar con gobiernos, líderes y ONG extranjeras para que la ayuda a Venezuela se haga efectiva.
Pero sobre todo, hay que convertir en un tema de permanente denuncia la violación de los derechos humanos en el país, las formas cómo los poderes cómplices de Maduro, el Judicial, la Fiscalía y el CNE actúan para que se perpetúe un gobierno forajido y al margen de la ley que, solo por la vía de pisotear la Constitución, mantiene al pueblo de Venezuela sometido al arbitrio de funcionarios miembros de la delincuencia organizada y que han perpetrado el más grande sáquelo de que tenga memoria la historia nacional pasada y reciente.
Y sin devaneos, ni falsas expectativas de que la dictadura va ceder sin que se le aplique una enorme presión, sino conscientes de que Maduro insiste en el “falso diálogo” para ganar tiempo, dividir a la oposición y enfriar la calle, de modo que pueda continuar destruyendo a Venezuela al menor costo posible.
Que es la lógica de toda dictadura comunista y totalitaria, pero que no puede tolerar una oposición democrática y constitucionalista que, debe actuar convencida que mientras el pueblo sienta de que no hay desvío en la lucha y se actúa convencido de que al fin Venezuela será libre y democrática, la libertad no está lejos y la reconstrucción del país, tampoco.