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Manuel Malaver: La narcoconstituyente de Maduro y el Cártel de los Soles

Constituyente de Nicolás Maduro

La Constituyente “comunal” sentará las bases de la tantas intentada y fracasada sociedad comunista en Venezuela. Otro intento, en fin, para que el Cártel de Soles pasen a tomar el control total político, económico y constitucional del país


Manuel Malaver

Aunque tanto la opinión pública nacional, como internacional, terminaron reconociendo que el modelo político y económico que se instauró en Venezuela a partir del 2 de febrero de 1999 —y al que su fundador, Hugo Chávez, colocó la pomposa etiqueta de “Socialismo del Siglo XXI”— fue el primer intento de un cártel de narcotraficantes por tomar un estado desde dentro y, a partir de ahí, extender una internacional del delito que pulverizara la libertad, la democracia y los derechos humanos en América y el mundo, todavía cuesta identificar los orígenes y fines de sus políticas más aviesas, cómo representa y exhibe modos del terrorismo global  y los artilugios que inventa para asegurarse una permanencia en el poder a costa de lo que sea.

Y me estoy refiriendo, básicamente, a la convocatoria de Maduro y los narcogenerales que lo secundan a una “Constituyente Comunal”, con la cual, harían tabula rasa con la Constitución que se aprobó por inspiración de Chávez el 15 de diciembre de 1999 —la llamada Constitución Bolivariana—, y que, dadas la circunstancias creó el sistema híbrido de semidictadura y semidemocracia que nos ha regido hasta ahora y, cuya característica fundamental fue un engranaje de elecciones tras elecciones que le permitía al autoritarismo consolidarse, pero permitiendo que la oposición ocupara los espacios donde los déficits del régimen le permitían imponerse.

Y cuyo abono fundamental provenía de los ingresos del crudo, por lo cual, también se le conoció como “socialismo petrolero”, puesto que, a mayores precios de los hidrocarburos que íntegramente iban a las arcas del Estado, mayores posibilidades de formación y control de una estructura política clientelar que, a la par de votos, generaba apoyo en las calles y donde se hiciera necesario.

Los náufragos del marxismo, entonces, podían estar contentos, ya que reemergían  de los escombros de la caída del Muro de Berlín y del fin de imperio soviético con la esperanza cierta de que en un país de América Latina llamado Venezuela, resucitaba el socialismo, y de la mano de un militar golpista de baja graduación, Hugo Chávez, quien llamaba a los muertos a salir de sus tumbas, a creer en el viejo, desnudo y  apaleado Dios marxista y a esperar que, ahora sí, el reino de los cielos sería devuelto en la tierra.

Pero más contentos que nadie, los vetustos y valetudinarios dictadores cubanos Fidel y Raúl Castro (160 años de edad entre ambos), los cuales, habiendo escapado milagrosamente de la “catástrofe cósmica” de la caída del comunismo (así la llamó Arturo Uslar Pietri), sobrevivían de la caridad pública internacional y de la doctrina de los gobiernos democráticos bien pensantes de la época (los de Bill Clinton en Estados Unidos, Carlos Salinas de Gortari en México y  Felipe González  en España, entre otros) de que no hacían falta más esfuerzos para derrocar a los Castro “porque se caerían solos”.

Pero tan regocijados como los Castro “por la llegada del Mesías Chávez”, resultaron  los comandantes de la narcoguerrilla colombiana de las FARC, los cuales,  también golpeados por la derrota de sus aliados en la guerra contra el gobierno del presidente César Gaviria,  los carteles de Medellín y Cali que lideraban Pablo Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela, respectivamente,  vieron en el venezolano la fórmula para recuperar mercados para la droga, armas para modernizar sus tropas y efectivos para reiniciar su propia guerra, pero ahora contra el presidente Andrés Pastrana.

Chávez, por su parte —tan pronto salió de la cárcel en el 93 y decidió fundar un partido político civil para tomar el poder por la vía electoral—, vio  como providencial la emergencia de estos aliados y, puede decirse que, desde mediados de los 90, cinco años antes de tomar Miraflores,  fue tramando con ellos una alianza que,  una vez instalado en la presidencia de la República en el 99, puso en jaque, de cabeza, durante una década a los gobiernos e instituciones del continente.

Resulta estremecedor situarse ahora frente al mapa de los daños que infirió a la libertad y la democracia de América y de Europa tamaño Eje del Mal, específicamente los gobiernos de Cuba y Venezuela y la narcoguerrilla de las FARC, definitivamente, gerenciado por caudillos de una audacia que, por momentos, pareció incontenible y arrolladora, y dispuestos ampliar su apuesta hasta poblar a la mayoría de países del continente de gobiernos que le eran orbitales o aliados, crear un ejército subregional que desafiara en todos los frentes  al imperialista de los Estados Unidos y mancomunarse con los terroristas islámicos del Medio Oriente para hacerse sentir en la escena global.

Si nos detenemos en el hecho de que, en el momento de mayor auge del Eje, en su “época de oro” digamos,  Brasil y Argentina eran aliados decididos a respaldarlos aun en su aventuras más disparatadas, que México era neutral y Estados Unidos casi, que Nicaragua, El Salvador,  Ecuador, Bolivia y  Uruguay habían caído bajo su órbita, Honduras, Perú y Paraguay estuvieron a punto de hacerlo, y el conjunto de los países insulares del Caribe de habla inglesa, española y francesa los secundaba, nos damos una idea del peligro que corrió la democracia en toda América y las heridas profundas que terminaron infligiéndole.

Y todo por el control que Chávez, los comandantes de las FARC y los hermanos Castro tenían de los dos grandes productos de exportación de la región, el petróleo y la cocaína, y con cuyos gigantescos ingresos imponían y derrocaban gobiernos, financiaban presupuestos deficitarios de países hermanos, patrocinaban el ascenso a la presidencia de partidos y candidatos afectos y urdieron una pavorosa red de corrupción que actúo como un ácido sobre personalidades e instituciones regionales, cuyas historias más señeras cuentan en este momento ante tribunales brasileños los exdirectivos de Odebrecht o se guardan bajo llave en los archivos de Pdvsa y Petrobras.

Hoy, sin embargo, y después de 18 años de tropelías inauditables e incalificables, Chávez, Fidel Castro y Marulanda no están en este mundo, pues los años, las conspiraciones y las enfermedades dieron cuenta de unos y otros, Brasil y Argentina son dos países democráticos y aliados de la democracia venezolana, Estados Unidos, México y Canadá también, países como Colombia, Perú, Paraguay, Chile, y no pocos de Centroamérica y el Caribe,  se unen al esfuerzo para que el castrochavismo, y su nueva versión, el castromadurismo, desaparezcan de los países que ocupan, y aún domina, y a los cuales continúan infiriéndoles un daño enorme, inmenso, monstruoso.

Y primero que ninguno a Venezuela, el país donde por primera vez se detectó, incubó, creció, se desarrolló y expandió la plaga chavista, a la cual le hizo más daño, puesto que la destruyó y cuya población es objeto de una represión feroz porque desde el 6 de diciembre del 2015, cuando le dio mayoría absoluta en la Asamblea Nacional en unas elecciones parlamentarias a la oposición democrática, viene librando una insurrección o guerra popular para ponerle fin a la tiranía.

La narcodictadura ha respondido con más represión y recurriendo a la estratagema de desaparecer la Constitución Bolivariana, la del sistema hibrido,  convocando a una Asamblea Constituyente que llama “comunal” porque será la que sentará las bases de la tantas intentada y fracasada sociedad comunista en Venezuela.

Otro intento, en fin, para que el Cártel de Soles, la organización criminal de generales y civiles narcotraficantes que la apoyan, pasen a tomar el control total político, económico y constitucional del país y así convertirse en la primera mafia en la historia que, asaltando un estado desde adentro, se perpetúa como una banda de la delincuencia organizada para subvertir la democracia en América, y desde una base que produce, refina y exporta petróleo y cocaína a todo el mundo.

Es una troika de cubanos del castrismo, venezolanos del madurismo y colombianos de la FARC, transfigurada en el último reducto del narcosocialismo, constituida en un ejército transnacional que se empeña,  a través de organizaciones armadas policiales, militares y paramilitares, en reprimir a sangre y fuego la insurrección cívica y  guerra popular que libra el pueblo de Venezuela

Tanto como 60 días se cumplirán esta semana de la insurrección popular venezolana y tanto como cientos de miles y millones de ciudadanos se hacen día a día presentes en ciudades y pueblos de Venezuela para enfrentar a mercenarios del castrismo, de las FARC y de Maduro, y obligándolos a retroceder y entender que la libertad no es derrotable y en poco tiempo los tendrá en tribunales nacionales e internacionales dando cuentas de sus fechorías.

Mensaje que va sobre todo a sus jefes, los narcogenerales Reverol, Benavides Torres y Padrino López, indignos oficiales de las FAN, lacayos de fuerzas de ocupación extranjera y dentro de poco, con sus jefes Maduro y Cabello, en el banquillo de la vindicta pública que no les perdonará uno solo de sus crímenes.