Rusia —cuando llegue el momento inevitable— nunca otorgará asilo al actual mandatario venezolano Nicolás Maduro, ni a ninguno de sus altos funcionarios
Cipriano Fuentes
Al otro Pablo, editor eficiente, de padre talentoso y madre mercurial.
Sabemos —valga el yo mayestático—, de manera fehaciente, que los presidentes Donald Trump, de Estados Unidos, y Vladimir Putin, de Rusia, son dos dirigentes pragmáticos —decididos—, de quienes uno debe esperar acciones gubernamentales alejadas de las superadas cegueras ideológicas —o posiciones ideologizadas, mediocres— que, por lo general, problematizan las relaciones humanas y, sobre todo, dificultan la relativa transparencia indispensable en las relaciones entre las naciones y los Estados, particularmente si se trata, como en este caso, del proceder formal o informal entre dos grandes potencias. El presidente Trump, como es bien sabido, viene de ser un exitosísimo mega empresario y el presidente Putin, lo que es menos conocido, fue teniente coronel del temido KGB (Comité para la Seguridad del Estado) del —para el bien de la humanidad y de la paz— desparecido régimen soviético.
No obstante, cuando hablo de la alianza Trump-Putin estoy aludiendo a un comportamiento de socios entre ellos que no necesariamente involucran —aunque a veces sí— a los Estados que representan; de modo que no se trata de aliados en el sentido que tuvo la asociación Estados Unidos-Unión Soviética durante la segunda guerra mundial, que terminó con el triunfo, precisamente, de los países conocidos en la historia como los aliados, entre los cuales también estaban el Reino Unido y Francia. Se trata de acuerdos tomados por decisión o consenso mutuo por los dos jefes de Estado, en el marco de sus intereses: uno de la única superpotencia de la posmodernidad y el otro tratando de reubicar a su país en, al menos, el nivel que llegó a tener antes de 1990, cuando por diferentes factores internos y externos implosionó el macro cefálico, ineficiente y criminal Gobierno comunista.
Conversando, observando y analizando se puede asegurar: Rusia —cuando llegue el momento inevitable— nunca otorgará asilo al actual mandatario venezolano Nicolás Maduro ni a ninguno de sus altos funcionarios. Y ambos mandatarios —lo sospechaba, lo preveía— acordaron informalmente que el Presidente ruso decidirá y atenderá —dada la cercanía geográfica y el interés geoestratégico— el problema sirio, y el jefe de Estado americano decidirá y atenderá —por las mismas razones— el problema venezolano.
El Gobierno deslegitimado del déspota menor debe saberlo, porque en ninguno de los tres actos realizados por la misión diplomática rusa —representante de una las cinco grandes culturas del mundo—, la semana próxima pasada, hubo representación gubernamental de nivel adecuado para un aliado de tal calibre como Rusia (antigua URSS, miembro del Consejo de Seguridad de la ONU —con derecho a veto de las decisiones, cualquiera que sean—), único abastecedor del trigo panadero que escasea cada vez más en toda Venezuela y supuesto aliado de esta inmejorablemente miserable gestión gubernamental bolivariana. Y no fue uno de esos errores clásicos de Cancillería: ¿Tres veces seguidas? Se trató de omisiones deliberadas, sin duda: ni la excanciller, ni alguno de los vicecancilleres, ni siquiera un director de línea, nadie asistió con estatus apropiado a la circunstancia: el 27 aniversario de la Federación Rusa.
@renglon70