Para sorpresa de muchos, Borges impulsó desde la AN la declaración de abandono del cargo por parte de Maduro
Manuel Malaver
Convocar al país para la aplicación del “Artículo 350” de la Constitución a la dictadura de Maduro, no fue quizá la “salida” –o la continuidad de la “salida”- que Julio Borges, presidente de la AN, aspirara para llegar al fin de la crisis política nacional.
Y ello por razones de temperamento, de estilo, de sofística, más que de ideología y partidismo, pues siempre ha pensado que existe un “más allá” en los seres humanos, una suerte de reserva moral o religiosa que los inclina más a las soluciones pacíficas y racionales, que a las violentas y transgresoras.
Es parte de su formación agustiniana y jesuítica, socialcristiana y calderista, de la cual se proveyó con creces durante los años en que cursó su carrera de abogado en la UCAB y que reclama entre sus contribuciones grandes al establecimiento de la democracia en Venezuela aquel “Acuerdo de Paz” que el gobierno del primer Caldera (1968-1973) firmó con las organizaciones guerrilleras que se declararon en armas contra la República a comienzos de los 60.
Por eso, no puede extrañar que tan pronto la oposición democrática y el pueblo venezolano le aplicaron al chavismo la catastrófica e irrecuperable derrota del 6-D, Julio Borges, que era presidente del partido que más contribuyó a la “primera muerte del castrochavismo”, Primero Justicia”, se planteara, no el fin “definitivo” del colectivismo a través de la confrontación, sino del diálogo, de la negociación, de la presión que convenciera a los socialistas que les resultaba menos costoso una despedida institucional del poder, que una caída por la “fuerza” y de la “fuerza” del pueblo y de la Constitución.
Estrategia que jamás habría sido una opción si Borges hubiera notado que, el chavismo no era una continuidad del “socialismo democrático” que iniciaron en España Felipe González y el PSOE, sino una resurrección del cadáver que permanecía enterrado en las catacumbas cubanas y en los escombros de la caída del Muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética.
De ahí que, si Borges y el conjunto de la oposición democrática, acogen, de un lado, “la salida” del Revocatorio planteada por Henrique Capriles, y del otro, las grandes movilizaciones que se realizan en septiembre y octubre, nunca olvidan -porque la creen posible- “la salida” del diálogo y la negociación, y es aquí donde los encontramos ( con la excepción de “Voluntad Popular”, “Vente Venezuela” y “Alianza Un Bravo Pueblo”) en los días finales de octubre y comienzos de noviembre, enfriando la calle y apostando todo a que la dictadura entregaría el poder firmando un acuerdo, donde, se realizarían las elecciones de gobernadores y alcaldes, la libertad de los presos políticos y el fin de la crisis humanitaria que es, uno de sus principales soportes.
Error que pudo significar la pérdida total de la democracia si los comunistas hubieran cumplido algunos, o fragmentos de algunos de los acuerdos, y como siempre, no hubieran optado por no respetar los acuerdos, burlándose de quienes habían creído en ellos y tomando el atajo de desechar la política para enfocarse en lo único que saben y pueden hacer: la guerra.
Y en cada contienda donde se enfrentan la guerra y la política, gana la política, como se demostró durante la “Segunda Guerra Mundial” y la “Guerra Fría”, en las cuales, la victoria estuvo siempre de los países democráticos que creían sinceramente en la paz y la derrota del lado de los sistemas del odio, la violencia y la muerte: el nazismo, el fascismo y el comunismo.
No sé si a Julio Borges le pasaron por la cabeza estas ideas en el que pudo ser el peor diciembre de toda su vida, el del 2016, pues, enfrentado al desastre del diálogo y viendo en las encuestas que, a consecuencia del mismo, “Primero Justicia” ya no era el primer partido de la oposición sino “Voluntad Popular”, y su candidato a la presidencia, Henrique Capriles, era desplazado por Leopoldo López como primera opción en caso de que surgiera cualquier evento electoral, es seguro que Borges pensó, meditó y concluyó que en política, todo es reversible, y se preparó para demostrarlo, cuando el seis de enero la Asamblea Nacional lo eligió presidente para el período 2017-18.
Para sorpresa de muchos que esperaban que Borges empezara tendiéndole puentes al gobierno, los rompió todos al prometer en su discurso de toma de posesión que, una de las primeras decisiones de la AN sería declarar “el abandono del cargo por parte de Maduro”, y otra destituir a los magistrados exprés del TSJ, y otra nombrar un nuevo CNE.
Pero más sorprendente fue que Borges y “Primero Justicia” se negaran a caer en la trampa de un nuevo “falso diálogo” y por todos los medios demostraran que, era mediante la presión de calle y aislando al madurismo con una política internacional que advirtiera a los países aliados y semialiados de la catadura rapaz y tramposa del neototalitarismo, como se avanzaría en la reconquista de la libertad y la democracia en Venezuela.
Para ello, Borges, trabajó para que la unidad opositora se fortaleciera en la AN y en la calle, estrechando vínculos con “Voluntad Popular”, “Vente Venezuela”, y Alianza Un Bravo Pueblo”, consolidando su alianza con Acción Democrática”, y negándose a cortar lazos con “Avanzada Progresista” y UNT.
Un día —no me acuerdo si de febrero o marzo— oí al fraterno y colega, César Miguel Rondón, preguntarle a Borges en su programa de radio de las mañanas: “¿Quiere decir, Borges, que los radicales tenían razón?” Y a Borges responderle: “Sí, César, tenían razón”.
No quiero detenerme en la trascendencia del diálogo, pero si en el coraje y la inteligencia de Borges para rectificar y avanzar frente a las villanías del neototalitarismo castromadurista, convencerse de que su lenguaje y acciones no actúan sino para perpetuar la dictadura y que derrotarlos es no hacerles concesiones como el diálogo y la negociación que siempre utilizan para ganar tiempo, no cumplir los acuerdos y llevar desánimo y desaliento al pueblo.
Pero haciéndoselo entender con un pueblo que multitudinaria, abrumadora y aplastantemente se lance a la calle, los enfrente, acorrale, sitie y ahogue por la sola fuerza de su volumen, persistencia, permanencia y convicción.
Es lo que, desde el pasado martes, Julio Borges, a nombre de la AN, la MUD, la calle y la sociedad civil, llama “aplicación del “Artículo 350” de la Constitución, pero que, de hecho, se venía aplicando desde el comienzo de los “80 días” -y yo diría que desde la ejecución de la primera muerte del chavismo, el 6D del 2015-, pero que solo ahora, cuando el pueblo y la sociedad civil han tomado las riendas de lo que es el destino inescapable de Venezuela, ejecutar la segunda muerte del castrochavismo, es pertinente declarar constitucionalmente.
No tardará, aunque no se me escapa que nos esperan días difíciles, días en que la política que siempre derrota a la guerra, la paciencia que vence a la impaciencia, y la perseverancia que da cuenta de los inconstantes, se impondrán y para ellos son imprescindibles estos líderes que saben rectificar, que una vez que asumen convicciones luchan por llevarlas hasta el final, y hablan poco, como si “el hablar” los distrajera de sus pasiones.
Conozco a Julio Borges desde hace muchos años, muchos años antes de que conociera al resto de la actuales líderes de la oposición democrática del país. Nos presentó un amigo común que resultó inolvidable para los dos y falleció hace algún tiempo para desgracia de quienes lo conocíamos y siempre extrañamos: Manuel Jacobo Cartea, economista, filósofo y de intuiciones que bordeaban la genialidad.
Un adelantado que trajo a Venezuela a comienzos los 80 la buena nueva del liberalismo económico, la escuela de Viena, la escuela de Chicago, Hayek, Von Mises, y animador de un grupo de neoliberales donde nos encontrábamos Alberto Mansueti, Emeterio Gómez, Aníbal Romero, Fernando Salas, Álvaro de Armas, Hugo Farías, Carlos Raúl Hernández, Marcel Granier, Jean Maninat, Wladimir Gessen, Thaelman Urguelles, Rocío Guijarro y Leandro Cantó, entre otros.
Fue el responsable de que Frederick von Hayek y Jorge Luís Borges (dos liberales fundacionales) visitaran Venezuela a comienzos de los 80, y de que yo, un redactor de “El Diario de Caracas”, recibiera la exclusiva de la cobertura periodística.
Años más tarde, -una noche, recuerdo-, cuando nos despedíamos en su casa de Cumbres de Curumo después de haber hablado durante horas con Julio Borges, me dijo: “No pierdas de vista este muchacho, Malaver. Algún día vas a tener que escribir sobre él”. Lo acabo de hacer.