El efecto dañino del gas CS es acumulativo y queda activado hasta 5 días, explica la profesora de la USB, pero “no todo el personal que maneja las armas químicas está provisto del equipamiento de seguridad”
Mónica Duarte
Las bombas lacrimógenas están tipificadas como armas químicas en el Protocolo de Ginebra y el Estatuto de Roma. Son un polvillo blanco muy fino, que se propaga en forma de humo o aerosol a través del aire y que está autorizado como método de dispersión de manifestaciones masivas que se han tornado violentas.
Mónica Kräuter, profesora del Departamento de Procesos y Sistemas de la Universidad Simón Bolívar y Licenciada en Química, explica que los estudios toxicológicos y clínicos a nivel internacional demuestran los efectos nocivos de estos gases, consecuencias que se ven a mediano y largo plazo y que pueden incidir de forma importante en órganos como los pulmones, el corazón y el hígado, además, sus compuestos son cancerígenos, mutagénicos, afectan el ADN y los fetos en formación.
El peligro es tan grande que Kräuter ha decidido dirigirse de forma directa y personal a los cuerpos de seguridad que las manejan, no solo para solicitar su uso adecuado sino para advertirles del daño potencial.
Lo ha intentado hablando directamente con los guardias nacionales, dirigiéndose a los destacamentos policiales para solicitar derechos de palabra, con un megáfono durante sus clases magistrales frente a piquetes de seguridad en medio de manifestaciones y hasta con un video especialmente grabado para los funcionarios del orden que hizo el 14 de mayo de 2017. En uno de los mensajes que manda a la Fuerza Armada en ese material audiovisual se lee: “Eres el más expuesto”, y así lo confirmó la profesora de la USB en conversaciones con “La Razón”.
«Los efectos nocivos de estos gases se reflejan de forma importante en órganos como los pulmones, el corazón y el hígado»
“Me he manifestado porque mi preocupación es para todos, esto es un asunto de salud pública. Hemos visto que no todos los guardias tienen mascarillas, solo algunos que las disparan o las tiran. En mi contacto directo también he hecho un diagnóstico cuya conclusión es que muchos de ellos no manejan la información. De hecho, dicen que sus superiores les comunican que eso no se vence o que se pueden usar hasta 25 años después de vencidas, que no son tan tóxicas. Yo intento explicar que si no fuesen tan tóxicas no les dieran mascarillas de cara completa para usarlas, porque incluso cuando se hacen los pedidos de este tipo de armamos hay una regulación internacional que obliga también a comprar equipamiento de seguridad para el personal que las utiliza porque se entiende el peligro que corren al manipular esta sustancia”, sentencia.
Pero a Kräuter le ha llamado la atención otro factor que ha observado en la actuación de los cuerpos del Estado durante las protestas: los policías o guardias que son afectados por las bombas no reciben atención médica.
“Además de que no a todos los entrenan como debe ser, no a todos los informan correctamente y no les dan las mascarillas por igual, no se ha visto asistencia médica inmediata en el entorno de ellos. Si bien la sociedad civil se ha organizado para tener asistencia y aunque los paramédicos atienden indistintamente, yo no he tenido evidencia de que se atienda a la Guardia Nacional, pero sí he visto desplomados a guardias nacionales y policías, asfixiados por el efecto de los gases lacrimógenos, estando solos y sin ningún tipo de atención”.
«Hemos visto que no todos los guardias tienen mascarillas, solo algunos que las disparan o las tiran»
DESCOMPOSICIÓN DE VENENO
Otro efecto que preocupa a la también miembro del grupo de investigación de tecnologías alternativas limpias es la derivación acumulativa y el vencimiento del gas, factores importantes para quienes se exponen de forma reiterada, tanto quien las recibe como quien las lanza.
Desde su fabricación, afirma Kräuter, una bomba lacrimógena puede durar entre tres y cinco años siendo un “compuesto estable”, tras este tiempo, la humedad y el calor lo convierten en inestable y permiten que se descomponga en otras sustancias químicas que “por su estructura aromática son extremadamente más peligrosas que el compuesto entero”.
En el caso del gas CS, el más usado en Venezuela, esta descomposición puede llevar a formar cianuro, además de otros compuestos como cloro, ácido clorhídrico, fosgeno y acetileno, todos dañinos para la salud.
“Los efectos de esto se van a ver a mediano y largo plazo porque la descomposición de los compuestos lleva su tiempo. Hoy, a 2017, vemos las secuelas claras de personas con limitaciones funcionales en sistema respiratorio, circulatorio y nervioso que se presentaron desde 2014. Por eso es que todos los cartuchos tienen esa advertencia en la parte de afuera, de que es realmente peligroso si se usa después de la fecha de vencimiento”.
«En 2017 vemos las secuelas claras de personas con limitaciones funcionales en sistema respiratorio, circulatorio y nervioso que se presentaron por afecciones desde 2014»
Antes de esta descomposición, el gas puede estar activo cinco días una vez que se emite a la atmósfera y tiene contacto con el aire, aunque este lapso puede prolongarse y agravar los síntomas si se repite la exposición.
“La gente se sigue sintiendo mal así termine la manifestación o si se vuelve a poner la ropa, se vuelve a tener piquiña y empieza la sensación de ahogo, tos y estornudo como un mecanismo de defensa del organismo para eliminar ese cuerpo tóxico. Pero si mañana vuelven a echar gas, se acumula, vamos a tener entonces un efecto de sobreconcentración y eso preocupa. Hay personas que creen que están expuestas solo a la dosis del día, y no es así, porque si yo vivo en una zona álgida o siempre tengo contacto con las bombas, estoy expuesto a las dosis de todos los días más el efecto acumulativo”.
Sin embargo, la respuesta del organismo a esta concentración no se conoce con exactitud, Kräuter afirma que el país está siendo un caso de estudio internacional para determinar esos efectos a la salud, “somos los conejillos de indias”, asegura.
“Después de tres años de investigación, no existe ninguna situación similar a la de Venezuela que, por protestas callejeras, se haya atacado con bombas lacrimógenas población civil por más de 15 días. En otras latitudes ha habido eventos de tipo militares, intervenciones, pero no se compara con ciudadanos civiles que no están preparados para manejar este tipo de sustancias tóxicas”.
«No existe ninguna situación similar a la de Venezuela que, por protestas callejeras, se haya atacado con bombas lacrimógenas población civil por más de 15 días»
USO INDEBIDO Y LETAL
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El OrtoClorodibenzilideno malononitrilo, también llamado gas CS, es el tipo de bomba lacrimógena más común en el país. Sin embargo, en Venezuela los cuatro tipos de compuestos (gas CS, CN, CR y pimienta) se han usado en los últimos tres años. Un estudio dirigido por la profesora Mónica Kräuter y su laboratorio de la USB hecho en 2014 para el Consejo Municipal de Chacao reveló que, para el momento, el 90 % de las bombas usadas eran gas CS. El 8 % restante era gas pimienta, y un 2 % en términos químicos no pertenecía a ninguno de los cuatro gases conocidos y están reportados.
Si bien ninguno de estos tipos es letal el manejo “indiscriminado, desproporcionado e inhumano”, como lo califica la especialista en química, puede convertirlo en un factor mortal. Aunque el uso de las lacrimógenas está normado, Kräuter enumera al menos ocho violaciones a los convenios internacionales y al artículo 68 constitucional que establece que “prohíbe el uso de armas de fuego y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas”.
“Hay una preocupación mundial en el uso de las bombas lacrimógenas de forma indebida y desproporcionada, y en Venezuela se han violado absolutamente todas las formas. Se están violando inclusive protocolos de guerra”, afirma la especialista.
Kräuter enumera al menos ocho violaciones a los convenios internacionales
Estas normas de uso determinan que no se pueden arrojar directamente ni en las cercanías a residencias, lugares cerrados o con poca ventilación, centro médicos, educativos y de alta afluencia; que no se pueden proyectar a menos de 30 metros, inclusive algunos protocolos de cuidado establecen hasta 50 metros de precaución; tampoco está permitido la proyección horizontal o de forma directa a la persona, estableciéndose un ángulo de 45 ° para el lanzamiento; además, se reserva el uso a funcionarios de seguridad.
“Desde 2014 para acá se están usando para hacer el mayor daño posible, porque ya tenemos víctimas fatales por la proyección directamente al cuerpo sin respetar las distancias, cuando un Gobierno que busca paz no debería irse ni siquiera por la medida mínima. En estos casos, la afectación ya no es por el contenido ni la composición química sino por el impacto, esto demuestra que no las estamos usando bien, no solo es un asunto químico, es un asunto físico y mecánico también”, enfatiza Krauter.
Esas consecuencias se agravan con las estadísticas del análisis de la Universidad Simón Bolívar que ya determinaba que para 2014 el 72 % de los proyectiles y granadas de mano usados eran marca “Condor”, provenían de Brasil y el 80 % de estas estaban vencidas. Pero hoy todos los gases brasileros están caducados desde hace más de dos años.
«Desde 2014 para acá se están usando para hacer el mayor daño posible»
Pero existen otros indicadores que aumentarían la letalidad de las bombas y que ya no dependen de su uso sino de sus víctimas: las personas con condiciones físicas vulnerables como bebes, niños, ancianos y mujeres embarazadas, y situaciones clínicas preexistentes como asma, alergia y condición respiratoria u ocular.
“Todo esto es una muestra más de las garantías constitucionales que no se nos están cumpliendo, yo les pregunto a los funcionarios del Estado ¿a quién realmente defienden? Porque si a ellos no les dan los equipos de seguridad apropiados, no les dan asistencia médica y no los están entrenando para usarlas adecuadamente, las responsabilidades penales van a tener que asumirlas solos, además de las enfermedades que van desarrollar a mediano y largo plazo en un país donde no hay medicinas”.
DAÑO AMBIENTAL
Los efectos nocivos de las bombas lacrimógenas no se quedan en el ámbito humano, al ser una sustancia que se dispersan por el aire, termina por modificar la cadena atmosférica e impacta en todo lo que requiera aire, incluyendo las plantas y los animales. María de Lourdes González, bióloga y profesora de la Universidad Simón Bolívar, se une a la voz de Mònica Kräuter, quien también es especialista en gestión ambiental, para alertar de la incidencia en la fauna y flora urbana. En las plantas el impacto residual se siente de forma especial pues el polvillo del gas Cs se fija en las hojas y el cloro que forma parte de la sustancia se adhiere. En el caso de los animales los más afectados son las aves citadinas como las guacamayas, pericos, garzas y loros, especies que han tenido que modificar sus trayectorias de vuelo y han mermado sus apariciones. Las expertas temen que también se estén muriendo por complicaciones respiratorias, ya que los efectos biológicos se asemejan a los que se producen en los humanos. Sin embargo, contabilizar este fenómenos puede ser un problema pues las aves buscan lugares naturales para fallecer, complicando la elaboración de un posible inventario. Además, Kräuter también señala que las secuelas atmosféricos se pueden potenciar con la temporada de lluvias. Al ser el gas un compuesto no soluble termina decantado y siendo arrastrado por los cuerpos de agua, permaneciendo en el ambiente.