La mayoría de la oposición va asumir el triunfo del 16-J como la posibilidad de pasar a una segunda fase
Manuel Malaver
Habría sobradas razones para establecer que el plebiscito, consulta, referendo —o como se le quiera llamar— a celebrase el domingo, es uno de los actos cívicos fundamentales de la historia republicana del país, pero yo prefiero detenerme en el hecho de que, es, simplemente, el triunfo de la rebelión popular que se cumple en la calle desde comienzos de abril pasado, y la derrota de la dictadura que, inútilmente, y después de echar manos a una feroz represión, no ha podido contenerla y, mucho menos, abortarla.
Vale decir que, no estaremos el domingo en la calle votando por el fin de la dictadura de Maduro y el rescate de la libertad y la democracia como un gesto simbólico; más inscrito en el deseo que irrumpe en todos los movimientos políticos que se atascan en una lucha y no le ven perspectivas, sino en la constatación de una realidad: cada día somos más, más experimentados y entusiastas en el logro del fin; mientras el castromadurismo es una fuerza disminuida y en fuga que, a duras penas, sostiene a su lado una fuerzas políticas y militares reacias a seguirlo en su caída.
Hablamos, en primer lugar, del partido oficial, el PSUV, definitivamente sacudido por fisuras que le impiden toda reacción seria ante la crisis, y más bien devenido en una fuerza a la defensiva, replegada y clandestina, que en una vanguardia combativa que, se las jugara todas por la defensa del legado de Chávez y de su sucesor, Maduro.
En segundo lugar, habría que echar un vistazo a la FAN, el bastión armado que, de alguna manera, tendría que dar la cara por su “comandante en jefe”, pero más bien desactivadas y neutrales ante el conflicto y descargando la responsabilidad militar en un cuerpo que no es tal, la GNB, que fue más bien concebida para que actuara como una policía de “orden público” que como un aparato castrense.
Quiere decir que, a pesar de sus discursos, sermones, declaraciones y bailes en las plazas públicas, Maduro está solo, apalancado solo por unos altos oficiales que no actúan y ordenan a dos fuerzas policiales y parapoliciales a defenderlo, la GNB y la PNB, y esperan por una mejor oportunidad en la que puedan discutir con la oposición su retirada de la escena.
Por paradójico que parezca, esa oportunidad puede irrumpir el próximo lunes 17, el telúrico “Día D”, cuando una oposición que habrá demostrado de sur a norte, y de este a oeste, que es la dueña política del país, reciba la invitación formal de Maduro, o de quien lo representa, para darle curso a negociaciones para formar un gobierno de transición.
Pensamos que la “casa por cárcel” concedida por el régimen de Maduro al presidente de “Voluntad Popular”, Leopoldo López, a comienzos de semana, y más todavía, la reunión de cuatro horas que sostuvieron el miércoles, López y Rodríguez Zapatero, en la casa de habitación del primero, apuntan en esta dirección, si bien, ni de uno ni otro interlocutor se oyó algo parecido a que, el agente del gobierno y su anfitrión, hablaran de otra cosa que no fuera del estado del tiempo y la situación de sus familias.
Pero parecieran haber surgido factores y portavoces que vuelven a hablar de entendimiento, diálogo y negociación y es imposible que, estén haciéndolo, si gente del régimen y de la misma oposición, no los estuvieran autorizando.
Claro, habría que detenerse en la pregunta de “cuáles” factores y portavoces del gobierno y “cuáles” factores y portavoces de la oposición, porque hay “muchos” gobiernos y “muchas” oposiciones, y seguramente cada uno, de acuerdo a los resultados del 16-J, buscará la opción que más que le convenga.
De todas maneras, desde ya podemos establecer un paradigma: la mayoría de la oposición va asumir el triunfo del 16-J como la posibilidad de pasar a una segunda fase que, no significa otra cosa que, constituir progresivamente unos poderes públicos que vayan superponiéndose y anulando a los de Maduro, de modo que, la puntilla final surja, más por una contingencia, que por una prepotencia.
Pretensión que sería rabiosamente rechazada por los sectores radicales del castromadurismo (léase parte de la FAN, GNB, PNB y los colectivos) que se empeñarían en mantener la represión, e incluso, arriesgarse a una guerra civil, convirtiendo los costos de la pérdida del poder, no solo en más altos, sino en más largos para quienes se le enfrentan.
No le quedaría, en ese caso, otra vía a la oposición que, empezar analizar el escenario de una guerra civil aunque sea de mediana intensidad, pero sobre todo, una en que ponga en juego toda la presión internacional que sería imprescindible para ponerle fin a la dictadura.
En este orden, las fuerzas democráticas se verían aún más favorecidas por una comunidad internacional que, si es lenta en reaccionar antes conflictos que pueden encontrar soluciones pacíficas, es muy reactiva ante situaciones que contengan los virus mortales de la guerra, sean en germen, desarrollo o ya en acción.
Ya veríamos, por supuesto, una dictadura de Maduro sancionada por la OEA, el Mercosur y la UE, con restricciones severas en su comercio exportador e importador con países como Estados Unidos y un rechazo más activo de países de la región como Colombia, México, Perú, Chile, Argentina, Chile y Brasil.
Pero es que, hasta aliados blandos y semi blandos del subcontinente se le alejarían, como pueden ser los países centroamericanos y del Caribe, la mayoría de los miembros del Caricom y, aunque parezca exagerado pronosticarlo desde ahora, el Ecuador de Lazo.
En otras palabras que, todo lo que un gobierno débil es incapaz de sostener en pie, sobre todo en el caso de que sería muy poco lo que podrían aportar sus aliados más firmes como Cuba, Nicaragua y Bolivia.
Y ni hablar de China y de la Rusia de Putin, constreñidos por una administración Trump que los forzaría a mantener las manos fuera del continente, a menos que se arriesguen a restricciones comerciales.
Pero esas no serían las peores noticias que tendría que oír una dictadura castromadurista que insista en desconocer los resultados del domingo, siga adelante con su constituyente y mantengan a la GNB de Reverol y Benavides, a la PNB y a los colectivos, disparando lacrimógenas y balas, matando ciudadanos, hiriéndolos, torturándolos y encarcelándolos, saqueando propiedades, destruyendo ciudades, pueblos y caseríos y convertidas en una fuerza de ocupación de las de los tiempos de Stalín, Hitler y los hermanos Castro de cuando eran jóvenes, saludables y apoyados por el superpoder de la exURSS.
No, lo peor sería que toda Venezuela en el curso de días, semanas, o lo sumo meses, se alzaría en la expresión de la fuerza del 80 por ciento de sus ciudadanos que no tendrían empacho en asumir la tareas y obligaciones que les impongan la urgencia de cortar de raíz a la peor dictadura que ha conocido la República en toda su historia e iniciar una nueva era política, enmarcada en los parámetros de la civilidad, la libertad, la democracia y los imperativos civilizatorios del siglo XXI.
Como la continuidad de la lucha por avanzar en el reencuentro del camino perdido por los engaños de los populistas, los demagogos y los socialistas, podemos percibir la jornada democrática del domingo que le dirá al mundo, como siempre, que Venezuela nació para la libertad y que por rescatarla es capaz de los más grandes los sacrificios.