Pateando la mesa, el madurismo dejó a la oposición dueña del tablero, la fortaleció al darle un respiro para mantenerse unida, y le restauró a un líder, Julio Borges, con suficiente estatura política para defender a la democracia
Manuel Malaver
Del análisis de las dos propuestas de Acuerdo presentadas por el gobierno y la oposición el martes en República Dominicana, se desprende que, hubo un proyecto original que fue presentado a las partes el fin de semana pasado, siendo aprobado por el gobierno, pero no por la oposición, la cual propuso ir a una reunión final en Santo Domingo para convenir en una redacción definitiva del documento.
O, mejor dicho, una parte de la oposición, ya que la otra (presumiblemente: AD y UNT) estaban contestes en que, la propuesta presentada por Jorge Rodríguez y Rodríguez Zapatero, fuera la conclusión feliz del diálogo que conduciría a las elecciones presidenciales de abril.
Sin embargo, no era descabellado apostar a que Borges, a nombre de “Primero Justicia”, también lo aceptara, pues contenía, a grosso modo, los puntos que se habían discutido cientos de veces y, en torno a los cuales, ya no podía alegarse ningún disenso.
A este respecto, hay que reconocer que Borges jugó bien su papel de moderado, tanto frente al gobierno, como frente a los “moderados” y radicales de la oposición, y es posible que en el fondo lo sea, pero sin arriesgarse a promover una ruptura definitiva e irrecuperable en la oposición y menos a perder la última oportunidad legal de aplicarle una derrota catastrófica a Maduro.
Por eso, no debe dudarse que cuando los Rodríguez (Jorge Rodríguez y Rodríguez Zapatero) le presentaron la propuesta de su autoría (dicen que el exjuez español, Baltazar Garzón, también pudo estar en la redacción final de la misma) no la aprobó ni la rechazó, pero dejando en el ambiente que era más partidario de lo primero, que de lo segundo.
Detalle que explica la euforia con que el lunes Maduro y los Rodríguez dieron el Acuerdo “por aprobado”, procedieron a adelantarse en estamparle la firma del Jefe de Estado y, prácticamente, convocaron a un jubileo para que, el martes o miércoles, Venezuela, América Latina y el mundo se enteraran de que país había conquistado la paz por la buena fe de las partes y los buenos oficios de los mediadores.
Sin embargo, ya en la mesa de negociaciones y en la que parecía la reunión final del diálogo, Borges hizo críticas generales y puntuales al documento –insistiendo en la falta de precisión de los temas-y exigiendo una prórroga para que la oposición presentara su propia redacción.
¡Estupor!… y me parece que, tanto de los delegados oficialistas, como del resto de los delegados de la oposición, quienes, contra todo lo que se esperaba en Caracas y casi toda Venezuela, aceptaron que fuese Borges el que dijera la última palabra.
En cuanto a la actitud del gobierno de aceptar la prórroga pedida Borges, no hay dudas que se trató de un mal cálculo, seguro que inspirado en la confianza que trasmitía Rodríguez Zapatero de que “Borges no les fallaría”.
Por eso “los Rodríguez” y el presidente de República Dominicana, Danilo Medina que también jugaba de parte de Maduro, no podían salir de su asombro cuando el “nuevo documento” –trabajado durante la noche del martes y la madrugada del miércoles-si bien es el mismo presentado por el oficialismo, regresó con cambios sustanciales, la mayoría de los cuales versan sobre “precisiones” en temas como el cronograma, la fecha y la renovación de las autoridades electorales, así como los nombres de las instituciones, países y tareas de la observación internacional, sin contar las medidas que debían tomarse para garantizar la imparcialidad de los medios.
En otras palabras que, todo lo que tenía que hacer una oposición responsable, entrenada en la capacidad del neototalitarismo para baypasear y hacer mofa de los acuerdos, ganar tiempo y hacer lo que conviene a sus intereses, si sus enemigos o adversarios no cuentan con la fuerza necesaria para imponérselos.
Lo que sí resulta muy sorprendente, es que la delegación oficialista, encabezada por Jorge Rodríguez y Roy Chaderton, rechazaran de plano los cambios introducidos por la oposición en el documento, se negaran a discutirlos y, lo que es más, se levantaran de la mesa dando por concluido el diálogo que algunos preferían llamar “negociación”.
Echando por la borda, en consecuencia, un instrumento o herramienta que, cualquiera fuera la naturaleza, el sentido y espíritu de los cambios introducidos por Borges, la administración Maduro podía seguir utilizando como una tabla-sino para salvarse, si para surfear- en la peor coyuntura política que ha sufrido en sus agónicos cuatro años y siempre en la idea de que, a un gobierno fuerte y militarista, no lo desgastan los años, sino que lo fortalecen.
Al contrario, pateando la mesa, el madurismo dejó a la oposición dueña del tablero, la fortaleció al darle un respiro para mantenerse unida, y le restauró a un líder, Borges, de quien las distintas tendencias pueden decir lo que quieran, menos que no tiene el coraje y la estatura política para defender a la democracia venezolana en la guerra, batalla o desafío que fueren.
Pero lo más importante es que, al interrumpirse el diálogo por una decisión gubernamental, la oposición puede continuar su agenda nacional e internacional, extendiendo y profundizando sus tesis de que la dictadura de Maduro es alérgica a unas elecciones limpias, imparciales y transparentes y que solo se atreve a contarse si -como lo afirmara recientemente el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, después de un encuentro con el Secretario de Estado, Rex Tillerson-tiene controlada la maquinaria electoral.
Es una de las denuncias –ahora fríamente comprobada- más socorrida pero de más arrastre de la oposición a Maduro y es la segunda causa, después de la crisis humanitaria, que ha movido a la comunidad internacional contra el dictador y que no cejará, hasta que, después de aplicadas las medidas disuasivas, habría que pasar a las agresivas.
Pero en lo interno, la ruptura del diálogo por decisión del oficialismo, también reconecta a la oposición con la calle, ahora después que corroboradas la incapacidad del madurismo para ponerle algún fin a la actual catástrofe, habría que imponer una solución que involucre la caída del dictador.
De modo que, no podría aproximarse a un peor futuro que no cuesta predecir sino como de aislamiento internacional total, conflictividad nacional al límite y acercándose a un colapso definitivo y con la activación de más y más dispositivos para que la dictadura implosione sin posibilidad de sobrevivencia.
Y todo en razones que no pueden sino inscribirse en el voluntarismo de políticos que sustituyen la racionalidad por la magia y la circunstancialidad por leyes que, en cuanto se les permite operar con los mecanismos normales de la realidad, destruyen imperios como el soviético, y revoluciones como aquella que Mao le puso el mote de “cultural”.
Cuanto más, a un experimento de reingeniería social diseñado por factores nacionales e internacionales que se unieron a un militar de baja graduación que comandaba una montonera que, a través de trapisondas y jugarretas, subió escalón tras escalón, destruyendo las instituciones del Estado, apoderándose ilegalmente de los recursos que eran de todos los venezolanos y dilapidándolos en fantasías sobre sistemas económicos que no podían existir porque habían demostrado que eran contrarios a la historia y la naturaleza humana.
Hoy, no obstante, las inmensas riquezas que han manejado y de haber instalado una burocracia militar y política que le es fiel, ya no parece quedarle más tiempo y error tras error se precipitan a un colapso del cual es difícil que sobrevivan ni siquiera amparándose en aliados como los gobierno ruso y chinos que son los únicos que les quedan fuera del continente luego de haber intentado resucitar la Guerra Fría.
Pero sin otro resultado que constituirse en un hazmereír histórico, en un espectáculo circense que, no a pesar de los enormes daños que le ha inferido a Venezuela y al continente, no puede tomarse sino como ejemplo de los peligros que corre una sociedad cuando los payasos la convencen de que son políticos y tienen las fórmulas para su salvación.