El régimen es alérgico a una constitucionalidad comicial porque, con el apoyo popular reducido a mínimos históricos, sería fácilmente derrotado.
Manuel Malaver
Por casi veinte años, Hugo Chávez y sus continuadores, no solo vendieron la estafa de que el socialismo resucitaba con “rostro con humano”, sino que, adoptaba como vía de legitimación las muy burguesas y representativas elecciones democráticas.
Por eso, concluyeron, no era apropiado llamarlo “socialismo” a secas, ni mucho menos ponerle la etiqueta de “leninista” con la cual rodó a lo largo del siglo siglo XX, sino crearle una nueva, otra con la que aún se le conoce: “Socialismo del Siglo XXI”.
Ya sabemos que el invento no fue solamente chavista, aún más, que es posible que una suerte de sobrevivientes de la “Caída del Muro” de Berlín y el colapso del comunismo soviético, entre los cuales se contaban Heinz Dieterich, Gianni Váttimo, Istvan Mezaros, y es posible que hasta el británico Alan Woods, fueran los padres legítimos de la criatura.
En esta fase del proceso, hay quienes se sienten inclinados a pensar que fue desde el Foro de Sao Paolo -que para entonces dirigían Lula da Silva y Fidel Castro-, de donde se armaron los ejércitos ideológicos y políticos del chavismo, pero creo que su participación fue posterior y más instrumental que filosófica.
Lo que si sabemos es que Chávez compró con entusiasmo los aportes que le llegaron de Europa o Brasil, que cortó todo tipo de amarras con el que fue su primer mentor, el nacional-militarista, fascista y antisemita argentino, Norberto Ceresole y asumió, apenas tomó el poder en Venezuela en 1999, la resurrección de la vieja utopía marxista que, al par de darle ingreso al menguado y desacreditado mercado socialista internacional, lo convertía en candidato a remozar viejas reliquias como Stalin, Mao, el Che y Fidel.
“El centauro llanero”, sin embargo, aportó innovaciones, como fueron mantener intocadas las instituciones de la democracia representativa venezolana en la nueva Consitución que surgió de la Constiyuyente convocada en abril de 1999, aun más, reconocer la independencia de los poderes como materia de preferencia en su redacción y sacralizar las elecciones como el única vía para nombrar y legitimar al presidente de la República, los miembros del Poder Legislativo y los gobernadores y alcaldes que debían presidir los poderes regionales, municipales y locales.
Todo, sin embargo, como un anzuelo, que mientras ofrecía la ilusión de que se continuaba en democracia, existía la independencia de los poderes y se respetaban derechos individuales como la propiedad privada y la libertad de expresión, comenzaba de hecho la mutilación de las instituciones y los derechos que, en pocos años, empezaron a ser asfixiados y estrangulados por leyes anticonstitucionales, casuísticas y sobrevenidas.
Particularmente activo, regresivo y corrosivo se mostró el chavismo con el Poder Electoral que, de ser medianamente independiente, transparente y confiable, pasó a tener una estructura antidemocrática que puso la mayoría de sus miembros en manos del Ejecutivo, así como una administración y un sistema de votación, el automatizado, que le permitió al “Comandante en Jefe” direccionar la voluntad de los electores hacia donde indicaban los intereses del gobierno y del partido oficial.
Y fue así como el CNE, más la empresa Smartmatic que era la responsable del suministro y control de las máquinas electrónicas de la automatización, pasaron a jugar el papel que en las dictaduras tradicionales, fueran de izquierda o de derecha, cumplían los fusiles, las balas y los cañones.
Y cómo a partir del 2004, el país empezó a experimentar otro ciclo de alza de los precios del petróleo, uno que los elevó de 20 a 128 dólares el b/d, entonces Chávez adosó al Poder Electoral interferido y fraudulento, una infraestructura de políticas sociales clientelares que le permitía captar a los más vulnerables que, por migajas, le pagaban con votos.
Nació por esa vía la dictadura perfecta, la electoralista, pues sin estar preocupándose por el argumento siempre aborrecible, inolcutable y condebable de la represión física que había hundido al socialismo real, creaba mecanismos que cumplían los mismos fines y era tolerada por los partidos democráticos que siempre esperaban derrotarla en unas elecciones y una comunidad internacional que, mayoritariamente, rechazaba los medios del socialismo, pero no sus fines.
El sistema chavista de narcodictadura electoralista perfecta, sin embargo, tenía un talón de Áquiles y era su extrema dependencia de los precios altos del crudo que, al irse a la baja a partir de julio del 2008 -y luego de contribuir a la destrucción del aparato productivo interno público y privado-, ya para el 2013, cuando Chávez muere a raíz de un carcinoma en la pelvis, nos devolvieron una Venezuela en ruinas, sin capacidad para alimentar al país, y sin dólares para sostener la economía de puertos que, a medida que ni el agro, ni la ganadería, ni la industria aportaban lo mínimo para el sustento, era el único y último recurso para sobrevir.
En otras palabras que, el fin del sistema de dictadura electoralista perfecta, y el primer aviso lo tuvieron, tanto el gobierno del sucesor de Chávez, Maduro, como los partidos democráticos, cuando en las elecciones parlamentarias de diciembre del 2015, la oposición se alzó con la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional y empezó a ser “el otro gobierno”, el que partía en dos el absolutismo que el chavismo ejercía desde que empezó su experimento catorce años antes.
Puede decirse que, a partir de esa fecha, la narcodictadura de Maduro inicia una relectura del sistema electoralista y es, la de no usarlo salvo en condiciones que el CNE y el ventajismo le garanticen un triunfo indiscutido en las mesas y negándose a introducir cualquiera reforma que permita derrotarlos de nuevo.
De modo que, resumiendo, no es exagerado afirmar que, la confrontación que por instantes ha tocado los bordes de la guerra civil desatada a partir del 15D del 2015, no ha tenido otro propósito que agarrar a la narcodictadura en el lazo de la Constitución que prescribe elecciones libres, limpias y transparentes, mientras al gobierno no le ha quedado otro recurso que huir tratando de que su legitimidad devenga del sistema tramposo y fraudulento que por más de 18 años le aplicó al pueblo venezolano.
Es una guerra o lucha por el rescate de las formas más simples de la legalidad electoral, por la decisión de abstenerse o votar y que, en el contexto venezolano, procuran, por sobre todo, en esta primera fase, demostrar que el régimen es alérgico a una constitucionalidad comicial porque, con el apoyo popular reducido a mínimos históricos, sería fácilmente derrotado.
De ahí que Maduro, se haya recodado en un electoralismo golpista, en cuanto es una monstruosa violación de la Constitución, pero jugando a que los partidos democráticos, o algunos de ellos, o solo uno de ellos, participen en la farsa para decir después que convocó a unas elecciones y ganó en libérrimos comicios.
Se ha tratado, en consecuencia, en lo que respecta a Maduro, de una subida de la cuesta en las peores condiciones, que incluso lo han obligado a participar en un diálogo con la esperanza de que los partidos de la MUD cayeran en la trampa, pero solo para encontrarse con un rotundo NO que no le ha dejado más escape que autosuicidarse en unas elecciones calificados de ilegales por la comunidad internacional y en cuyos resultados no cree nadie.
En cuanto a la MUD, también le ha costado convencer a la mayoría de los partidos que la integran de no participar en una patraña con la que Maduro solo busca, aunque sea una migaja de legalidad, y lo ha logrado, en cuanto que, solo un partido minoritario, Avanzada Progresista, de Henry Falcón, que apenas es una sigla, ha aceptado hacer comparsa con otros minipartidos en las elecciones de Maduro.
Pero a dos meses y medio de la fecha de celebración de las elecciones y con un gobierno que no se resiste a quedar convertido en una presa a perseguir después del 20 de mayo, Maduro sigue maniobrando para convencer a algunos partidos y sus líderes con la consigna de que es mejor que te hagan fraude “participando”, a que te lo hagan “sin participar”, pero, nos parece, que de manera inutil, pues ya la mayoría de los líderes democrático ha descifrado las añagazas del dictador y ha decidido que vaya solo al patíbulo y sin comprometer la solvencia de la Venezuela democrática.