Enfrentar la descomunal hiperinflación que pulveriza el dinero y auspicia la creación de una sociedad de menesterosos, no es propiamente vivir
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Gustavo Luis Carrera.
El estado de supervivencia se produce cuando hay que afrontar elementos adversos, que obligan a reducir al mínimo las necesidades. Es algo así como una suspensión obligada de los requerimientos esenciales para vivir, propiamente. Se produce una situación de inercia existencial, de permanencia en el grado cero de la subsistencia.
LA IMPOSICIÓN. Los factores que conforman nuestro entorno son determinantes en la creación de un ambiente que favorece vivir normalmente. Cuando esos elementos dominantes se tornan hostiles hasta el extremo de poner en peligro la supervivencia, el riesgo es total: condición que padecemos y que nos obliga a buscar los medios compensatorios. Es una situación ineludible: no hay opciones razonables; se trata de defender la existencia misma. Resulta insólito que vivamos ese estado de cosas, que estemos expuestos a sucumbir, o a lograr resistir al precio de la salud física y mental. Pero, así ocurre.
LA RESPUESTA. Vivir, propiamente, es poder satisfacer las necesidades elementales y cumplir con las aspiraciones naturales referidas a al descanso, la diversión, el ahorro. Sobrevivir es apenas pasar la raya amarilla de lo mínimo. Así se plantea la situación que se sufre, y donde no hay alternativa. No es propiamente vivir estar rodeado de escasez, de ausencias y de cancelación de proyectos. No es propiamente vivir padecer la inseguridad pública, el temor nocturno. No es propiamente vivir enfrentar la descomunal hiperinflación que pulveriza el dinero y auspicia la creación de una sociedad de menesterosos. Un estado de cosas que impide, definitivamente, la vida normal y positiva; conduciendo a una existencia carencial, minusválida. Y allí la única respuesta posible es sobrevivir.
IMPERATIVO ACTUAL. La negatividad de las condiciones materiales y anímicas fácilmente conduce al desánimo. Es un proceso inevitable. Ante tanta carencia, como la que padecemos, nada de extraño tiene desembocar en el pesimismo paralizante. No es fácil sobreponerse a esta especie de cataclismo que cae sobre la vasta mayoría de una población, sumiéndola en la desesperación. Sí, desesperación. Porque es lo menos que puede decirse de tener que plantearse cada día qué se come, qué se puede pagar, a qué hay que renunciar. ¿Quién puede negar que esa es la real situación que nos coarta la libertad de vivir como seres normales? ¿Quién puede no ver que esa es la cotidianidad que angustia y limita al conjunto de una población, ya depauperada, ya reducida en sus perspectivas vitales a la triste condición de supervivientes; y todavía agradecer que se ha tenido, al menos, la opción de no sucumbir? A ese extremo insólito, que parecía impensable, hemos descendido; situándonos en una lamentable escala de pobreza. Y ello obliga a refugiarse en la supervivencia; a sabiendas de que se trata de una provisionalidad, de una forma de lucha por defender los derechos humanos. Así, actualmente, la consigna es sobrevivir, mientras son superadas, con la ayuda de todos, las limitaciones y las ausencias que nos tiranizan.
VÁLVULA: «La gigantesca desproporción entre el salario y los precios, la carencia de productos básicos, el absoluto desajuste social que padecemos en la actualidad, imponen el imperativo de sobrevivir, en espera de tiempos mejores».
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