No hay lugar a resignarse ante la decadencia material del venezolano
Gustavo Luis Carrera
La primera manifestación del declive social se hace patente en el nivel económico. En efecto, la pérdida del poder adquisitivo elemental es la señal de alarma ante el deterioro material que comienza, sin que se sepa hasta dónde ha de llegar. Es algo así como el inicio de un derrumbe o de un deslizamiento sin final previsible.
LO PRIMARIO. De inicio, la pérdida de la capacidad para atender los requerimientos de la vida diaria se hace ostensible en el plano de lo material: la alimentación, la salud, la vivienda, el transporte, los servicios. Y en ello se juega la existencia normal y el verdadero nivel de lo humano. Tal como acontece en la actualidad. El conjunto representado por la desnutrición, la insalubridad, la carencia de agua y de luz, la inseguridad, la hiperinflación, ¿no es una demostración patente de lo que bien se denomina la decadencia material?
LO PERMANENTE. El estado carencial se proyecta en el tiempo y se hace permanente. Y esto tiene dos consecuencias a cual más perniciosa: la primera, el daño causado al cuerpo y a la mente; la segunda, el acostumbramiento. El mal inferido al organismo puede tener proyecciones de lesión profunda e inclusive fatal. Sí. Hay que decirlo con todas sus palabras. El hambre, la mala alimentación, el no cubrir los índices proteicos indispensables, repercute no sólo en la condición física del ser humano, sino por igual en su dimensión mental. Y no sólo se hace referencia al estrés, a la angustia, que se derivan de tal condición de minusvalía, sino igualmente al desarrollo mental del niño y del joven, seriamente comprometido por la alimentación deficiente. Sin perder de vista el otro riesgo de nefastas consecuencias: el acostumbramiento, la habituación a la carencia, de donde surge la degradada resignación. Todo como detestable balance de la decadencia.
LA SUPERVIVENCIA. En este estado de cosas no es posible la entrega a la fatalidad. No hay lugar a resignarse. Lo procedente es el reclamo, la protesta; tal como se ve cada día. Lo fundamental es percibir la profundidad del exabrupto: se está vulnerando un derecho, el derecho a una vida digna. Y ante tal negación es indispensable desarrollar defensas que permitan enfrentar la injusticia y el desafuero; reduciendo los daños inherentes al estado carencial que padecemos. Es una lucha de supervivencia. Es el grado cero de la existencia. Debe plantearse esto con toda crudeza. Es el límite al cual nos ha llevado el desajuste total que nos agrede cada día en que amanecemos discurriendo cómo satisfacer las exigencias de la alimentación, de la salud, del transporte. La situación se torna insoportable: la mala alimentación, la falta de medicamentos, la inestabilidad en el trabajo, la imposibilidad de proyectos de mejoramiento de la vivienda y de disfrutar de unas vacaciones; todo se confabula contra la salud física y la estabilidad emocional. Pero, al final, de hecho, se impone la necesidad de sobrevivir, a la espera de tiempos mejores. Sobrevivir luchando por esa mejoría.
VÁLVULA: «La decadencia material, que se hace patente en lo económico y en la salud física y mental del ciudadano, acosado por la hiperinflación y la inseguridad, es la primera fase de una decadencia general, globalizada, aniquiladora».
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