La determinación autoritaria del “madurismo” de continuar usurpando el poder político, desafía la voluntad de la inmensa mayoría de los venezolanos y de la comunidad internacional
Oscar Battaglini
Se entiende que toda negociación política en la que esté de por medio la cuestión del poder es siempre compleja y por ello mismo llena de enormes dificultades sobre todo en sus comienzos. Pero éste no es precisamente nuestro caso. Los encuentros entre las partes en conflicto que han tenido lugar en Caracas, República Dominicana, Oslo y Barbados, si de algo han servido, ha sido para simplificar y sobre todo, despejar el camino a la concertación de un acuerdo político que permita la superación del conflicto planteado, sin traumas y sin consecuencias aún más trágicas que las padecidas por los venezolanos, esto es, con las características exigidas por su inmensa mayoría, y de la comunidad internacional: mediante unas elecciones presidenciales libres y transparentes, con un nuevo y equilibrado Consejo Nacional Electoral, sin partidos ni dirigentes políticos ilegalizados o inhabilitados, con observación electoral (nacional e internacional) igualmente equilibrada y reconocida por ambas partes, etc.
ALGUNAS OBSERVACIONES
1-Resulta, ya no asombroso sino insólito, que aún en nuestro medio, en pleno siglo XXI, la conciencia democrática del país se vea forzada a exigirle a quienes detentan el poder, condiciones políticas mínimas y elementales para participar en un proceso electoral con el fin de sustituir al actual equipo gubernamental por otro; así de sencillo. Esto, que no ocurre en casi ninguna parte del mundo en la actualidad, se ha convertido en Venezuela en un hecho permanente y cotidiano bajo la dominación tiránica ejercida durante más de veinte años por la barbarie chávezmadurista apoyada en la “facha” (fuerza armada chavista). En este sentido puede afirmarse con toda seguridad que bajo la dominación del modelo político chávezmadurista, el país ha retrocedido en materia de derechos políticos-democráticos, a la situación que se viviera bajo la segunda mitad del siglo XIX, o en el mejor de los casos, a la primera mitad del siglo XX, cuando después de la muerte de Gómez se inicia el proceso por la instauración de la democracia en nuestro país.
Ese hecho que produce una sensación de pena, de vergüenza, y hasta de humillación en los venezolanos que tenemos la noción de que en ello radica parte importante de nuestro inveterado atraso y de la mediocridad que como una maldición ha permanecido imbricada al tejido social nacional desde la fase colonial de nuestra historia, seguramente se le escapa a la canalla que hoy usurpa el poder político en nuestro país; penetrado como está de una falsa, aventurera y fanática concepción “revolucionaria” que en definitiva, para decirlo en términos más concretos, no es otra cosa, por una parte, que la evidente y típica conducta del resentido social que al apropiarse de la capacidad de hacer y de decidir, que confiere el poder, le da rienda suelta a su afán de venganza contra la sociedad a la que culpa de haberlo privado de la realización de sus fines que, por lo general, no van más allá de las apetencias y valores materiales e ideológicos del orden social establecido; es decir de los valores asimilados en su proceso de desarrollo. Ese afán es lo que en gran medida explica la acción destructiva generalizada (en la economía, en los servicios, en la superestructura política, jurídica, cultural, etcétera) que ha padecido la sociedad venezolana bajo el régimen chávezmadurista; y por otra parte, se aprovecha del poder para su enriquecimiento económico personal y el de los suyos (es decir, reproduce aquellos valores de los que se nutrió).
2-Como puede apreciarse muy claramente en las condiciones exigidas por la inmensa mayoría de la sociedad venezolana y por la comunidad internacional para la realización de unas elecciones presidenciales libres, creíbles y confiables, no hay o no existe un solo elemento que le conceda ventaja a alguno de los actores políticos (partidos o individualidades) que participan en las elecciones populistas.
LA OPOSICIÓN
Si bien la oposición democrática venezolana ha sintetizado su política para la presente coyuntura en la consigna “Cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”, no ha hecho de este planteamiento un uso dogmático y se ha negado a entrar en negociaciones con la dictadura militarista en la búsqueda de una salida pacífica, constitucional y electoral a la crisis política en desarrollo. Esto es algo –incluidos los errores cometidos en la implementación de esa línea política- que está a la vista de todos y que justifica plenamente el apoyo que la oposición democrática venezolana, representada por la Asamblea Nacional y Juan Guaidó, ha recibido tanto del país político nacional y la mayoría del pueblo venezolano, como de la comunidad internacional.
Es bajo la guía de esa línea política sustentada por esos apoyos fundamentales, que la oposición tomó la decisión de participar en las mesas de negociación política de República Dominicana, Oslo y Barbados, en las que propuso (sobre todo en esta última) la realización de un proceso electoral presidencial que implique no sólo poner en vigencia los condicionantes señalados por el país político democrático y la comunidad internacional, sino también la separación de Maduro y Guaidó de los cargos que hoy ejercen, y la constitución de un Consejo de gobierno que asuma la dirección política nacional y que actúe como un factor de equilibrio mientras se cumple ese período electoral planteado y la transición al gobierno que surja de ellas.
LA DICTADURA MILITARISTA
Como es sabido es situada frente a esa propuesta política que la dictadura militarista de Maduro-Padrino López toma la decisión de retirarse de la mesa de negociación de Barbados e inmediatamente comienza a escenificar en connivencia con un sector minoritario de la “oposición”, la pantomima conocida como “la mesa de diálogo de la Casa Amarilla” (y en términos más coloquiales como: “la mesita”); cuyos ensayos se habían hecho secretamente y de manera simultánea y paralela a las negociaciones de Oslo y de Barbados.
La decisión de la dictadura de interrumpir o de ponerle término a estas negociaciones no tiene nada de sorprendente; en todo caso lo que hace es confirmar:
1-La falta de seriedad y el carácter farsesco que siempre ha tenido su aparente interés en buscarle una salida a la crisis política venezolana mediante el diálogo y la negociación política; actitud que ha quedado demostrada una vez más cuando se vio colocada ante una propuesta que no podía eludir, y no le quedó otra opción que esgrimir como pretexto las más recientes sanciones estadounidenses en su contra para levantarse de la mesa de negociación de Barbados.
2-La determinación autoritaria de la canalla oficial chávezmadurista de continuar usurpando el poder político en nuestro país, no sólo desafiando la voluntad y el repudio de la inmensa mayoría de los venezolanos y de la comunidad internacional, sino también mediante la mentira, el engaño, el chantaje, la manipulación de las miserias materiales y morales generadas por la pobreza y la miseria a que han llevado al país mediante el aventurerismo político sostenido por la violencia y el genocidio policial-militar, para lo que se han venido preparando intensamente durante los últimos años con el tutelaje cubano-soviético.
Sobre este factor descansa, en última instancia, la permanencia de la barbarie chávezmadurista en el poder, la pérdida absoluta de legitimidad de la dictadura, la desintegración de la familia venezolana, la bancarrota económica y financiera del país y su aislamiento internacional, es lo que explica este hecho. Pero es también lo que permite afirmar, a pesar de las apariencias, que su fin sigue estando cada vez más cerca.