La decadencia es un mal aniquilador que no dispensa a nadie de su efecto destructivo. No hay sectores a salvo, no perdona niveles espirituales y estratos sociales
Gustavo Luis Carrera
LETRAS AL MARGEN/ El proceso de envilecimiento y derrumbe de un sistema de gobierno conduce a un mal generalizado. En efecto, nada sucede inocentemente: cada paso hacia el decaimiento de los valores es responsable de un acercamiento a niveles insospechados de deterioro moral y de consunción ética. Se produce un encadenamiento inevitable: una carencia física conduce a una pérdida espiritual, en una dinámica progresiva indetenible.
PUNTO DE PARTIDA. Todo se iniciaa partir de un Estado decadente. En efecto, el comienzo del decaimiento social radica en la decadencia palpable y creciente de un régimen. El aparato administrativo no acierta a responder a las necesidades colectivas; y por el contrario, anda en contrasentido de los requerimientos del grupo social en su totalidad. El desajuste entre el salario decaído y los precios hipertrofiados, dentro de la inflación y la especulación, conducen a un extremo de supervivencia en el conjunto de la población. Así, el efecto es multiplicador: del Estado decadente irradia hacia un pueblo el derrumbe económico y social sin paralelo en su historia.
CONTAMINACIÓN. El contagio termina por ser inevitable. El Estado decadente se convierte en el motor que activa los peores recursos en cada uno de los ciudadanos. La carencia de alimentos y de medicinas, los elevadísimos precios de los artículos de consumo que están disponibles, el sometimiento a las exigencias extremas de un triste proceso de supervivencia, todo se concita en un degradado principio de todos contra todos, una especie de ley de la jungla social, que degrada al individuo hasta en sus íntimos valores éticos. Es una epidemia que no se detiene; mientras el Estado se muestra incapaz, o indiferente, en el enfrentamiento de las necesidades. El grado sumo de la decadencia surge en el momento en que se hace colectiva.
PATOLOGÍA A RIESGO. La decadencia es un mal aniquilador que no dispensa a nadie de su efecto destructivo. No hay sectores a salvo, no perdona niveles espirituales y estratos sociales. La declinación política, el envilecimiento social, la pérdida de los valores, el relajamiento de las costumbres; he allí la patología al acecho. No se respetan las reglas mínimas de la convivencia y el respeto a los demás; se trata de aprovechar toda posibilidad de beneficio personal; se desarrolla una táctica de supervivencia, comparando precios, ahorrando hasta en la comida elemental, evitando gastos necesarios siempre pospuestos, aceptando los bajos niveles morales y éticos de una sociedad en el desastre. No en vano decadencia proviene del latín «decadere», o sea caer; pues ella es sinónimo de descenso de la calidad de vida: la pérdida de prestigio del Estado se corresponde con la ausencia de los valores fundamentales en el seno de una sociedad; y ello, como se ha dicho, sin que quede exento del contagio ningún sector de la población. Es un mal universal: se difunde desde el Estado y aherroja a una colectividad en pleno.
. VÁLVULA: «El Estado decadente irradia su deterioro, contaminando a toda una sociedad. Entonces la colectividad enferma del mismo mal degenerativo y padece los embates de una decadencia económica, social y política. Ese es el gran riesgo»
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