Vivir en medio de carencias y limitaciones equivale a sobrevivir, apenas. En efecto, cada día la gran interrogante es qué comer y cómo enfrentar los gastos elementales que requiere la vida cotidiana
Gustavo Luis Carrera
LETRAS AL MARGEN/El proceso de sojuzgamiento colectivo es manifiesto, y la historia muestra ejemplos evidentes. Se trata de un encadenamiento de subsecuencias. Todo empieza en la decadencia del Estado, prosigue con la contaminación decadente de la sociedad y culmina en la habituación colectiva de todo un país a vivir en la decadencia. La dinámica es resaltante.
SOMETIMIENTO. La imposición es rotunda: es establece un régimen con sus adláteres y sus vicios, hasta convertirse en el estatus dominante. Todo se hace un contubernio de poder y de demagogia: se gobierna de manera absolutista y se hace en nombre del pueblo. Es una receta conocida: la historia antigua y reciente está llena de casos tipificadores. Los cómplices del sistema se benefician de la carencia generalizada, derivando grandes ganancias especulativas; convirtiéndose en fieles soportes de una administración que les resulta harto productiva de riqueza y fuente de poder enfermizo. El círculo nefasto se cierra, llevando a todo un pueblo al vil sometimiento.
SUPERVIVENCIA. Vivir en medio de carencias y limitaciones equivale a sobrevivir, apenas. En efecto, cada día la gran interrogante es qué comer y cómo enfrentar los gastos elementales que requiere la vida cotidiana; y ello constituye una restricción al mínimo de la existencia. Poco a poco se va imponiendo la praxis de la supervivencia; seguir existiendo es vencer la perversidad establecida, y a eso se reduce la inmediatez de lo necesario. Es una cruel regla establecida por un Estado decadente y un grupo social sumido en la decadencia, totalizando una profunda crisis que se prolonga de manera inusitada con rasgos de desastre nacional.
EL RIESGO DE LA RESIGNACIÓN. La depresión económica, social y política constituye el marco de una debacle existencial: nada parece anunciar el fin de la emergencia. Y los signos evidentes son aplastantes: hiperinflación, carencia de alimentos y medicinas, escandalosa pérdida de valores esenciales: se establece el dominio de la especulación y el engaño, mientras la desconfianza y la inseguridad pública se entronizan. Es imposible que tal estado de cosas no vaya creando la sensación de lo irreparable, de la condición inevitable del derrumbe colectivo. Y se abre, entonces, la puerta hacia la aceptación de lo que se ha impuesto arbitrariamente, llevando a que se comience a considerar normal lo negativo. ¿No es esa la situación de sociedades sometidas por largo tiempo a un sistema autocrático y despótico, como ha sucedido en Cuba, para no ir muy lejos en busca de un ejemplo? Y de allí no hay sino un paso a la instancia inferior siguiente, la de la aceptación, la de buscar adecuarse a las exigencias impositivas y despóticas de un sistema deprimido y deprimente que hace que la voluntad se vaya quebrando progresivamente. El resultado final puede ser el más lamentable: la paralización total, ya pervertido el espíritu por la apariencia de inevitable que adquiere la realidad arbitraria; de donde puede derivarse el fantasma de la resignación.
VÁLVULA: «La decadencia, o sea la depresión social, y la habituación o el acostumbramiento colectivo a la carencia, conducen a la pérdida de la voluntad de acción. Es el riesgo que gravita sobre nuestra sociedad». glcarrera@yahoo.com