Arrancamos diciendo que en Venezuela, el inicio de la recuperación económica, social e institucional, no es de naturaleza legal y ni siquiera constitucional.
Luis Fuenmayor Toro
Es de naturaleza política. Se impone un acuerdo entre el gobierno, el real, el verdadero, el que controla territorio, el que atiende el teléfono en Miraflores, como le oí decir a un líder del siglo pasado, de gran experiencia y conocimientos, candidato presidencial socialcristiano para más señas. Este gobierno, legítimo o ilegítimo, dictatorial o libertario, como queramos llamarlo, pero gobierno, al fin y al cabo, debe acordarse con quienes se le oponen, con quienes lo critican, a mi manera de ver con toda la razón; con quienes quieren sustituirlo en el poder ejerciendo el derecho que les da la práctica de todas las sociedades democráticas. Acordarse para salir del atolladero en que estamos y que causa una gran infelicidad y sufrimiento al pueblo venezolano.
Pero ese encuentro entre opositores y gobierno no es una rendición incondicional de este último, entre otras cosas porque no ha podido ser derrotado ni desplazado del poder por ningún medio venezolano: político, insurreccional o militar. Y eso que algunos llevan décadas intentándolo y en forma intensa, con costo de vidas, heridos y libertades personales. Tampoco han podido, hasta ahora, derrocarlo con la ayuda de otros países, ni con el aislamiento diplomático de los más poderosos de nuestro mundo, ni con invasiones extranjeras. Y no voy a comentar la procedencia patriótica de estas acciones, pues no es el objeto de este artículo.
Es imposible resolver la actual crisis aplicando las leyes o la Constitución. El gobierno las ha violentado todas. No voy a hacer una enumeración de estas violaciones legales, pues me faltaría espacio. La oposición de Guaidó, para llamarla de alguna manera, también se las ha saltado con entusiasmo, sin importar las mentiras y racionalizaciones de unos y otros. Ilegítimos son todos. Tómese cualquier caso de inobservancia legal o constitucional y trate de desenrollar esa madeja para que vea que tengo total razón en lo que digo. El nombramiento del nuevo CNE, por ejemplo, nos consumirá páginas y páginas electrónicas y declaraciones al por mayor, en argumentaciones y contra argumentaciones, todas válidas pero inservibles. Al final lo único realmente importante es que se designe el mejor Consejo Nacional Electoral posible. Un cuerpo que supere en eficacia, transparencia, composición y sentido común al actual. Más nada.
CNE que organizará las elecciones parlamentarias venideras, las que tocan pues la AN actual cumpliría su período de 5 años en enero 2021. Y no puede seguir. Independientemente que me guste mucho Guaidó, Guanipa, Guerra; que los crea unos prohombres y dueños de la verdad y los mejores diputados que Venezuela haya tenido alguna vez. Se les terminó el período y ya. En esas elecciones debería participar el mayor número posible de organizaciones políticas, incluidas las del llamado G4, las de esos diputados insignes que deberían volver a serlo. Que no deberían dejar huérfanos a sus seguidores, ni mucho menos a la República. Que con su presencia garantizarían una mayor pluralidad en la próxima Asamblea Nacional. Si algo debe quererse es un Poder Legislativo plural, dónde estén todas las tendencias políticas. Sin hegemonía de ningún grupo. La hegemonía es lo peor para la democracia.
Ese nuevo CNE también será el que organice las próximas elecciones de alcaldes, las elecciones de gobernadores en 2021, las cuales no deben posponerse como indebidamente se hizo con las últimas; será quien vuelva a poner en sintonía las elecciones de concejales y las de los consejos legislativos regionales con las de sus poderes ejecutivos respectivos. Y será ese CNE el que reciba la petición, en 2022, de organizar el Referéndum Revocatorio Presidencial, si es que para ese momento se considera que el mandato de Maduro debe ser revocado. Y tendrá que organizarlo, pues no aceptará que unos tribunales penales de control, incompetentes frente a las decisiones de un Poder Nacional, decidan lo contrario. Ésta debería ser la agenda política a seguir por los venezolanos, sin inmediatismos contraproducentes, sin impaciencia, con los pies bien puestos en la tierra.
Pero, para que este proceso sea exitoso y libre de eventualidades desagradables y contraproducentes, y acompañe apuntalando el proceso de normalización política, económica y social del país, la participación de los venezolanos en todos los actos comiciales venideros, comenzando con el próximo de la Asamblea Nacional, debería ser cada vez mayor hasta hacerla masiva. A quienes insistan en vías violentas equivocadas, en atajos inconvenientes, el pueblo votante debe enseñarles con claridad el camino a recorrer.