Gustavo Luis Carrera
El nombre designa, pero no es ni la persona ni la cosa. El nombre representa, no suplanta. Esa es la clave para entender, en profundidad, el juego maligno del nominalismo. Justamente, se trata de substituir la realidad por una denominación. Es el recurso preferido de la demagogia y del engaño en que se fundan los regímenes autocráticos.
LA APARIENCIA COMO SISTEMA. Todo se basa en el hecho cierto de que la apariencia es lo que resalta a la vista, y de que lo que se oye es lo que resalta al oído. ¿Es posible, entonces, que lo aparente suplante lo real? Sí; y es lo que se busca, haciendo alarde de un nuevo nombre para las cosas viejas. Y esta designación impuesta termina por tomar el lugar, no sólo de la denominación anterior, sino que igualmente se propone dar la impresión de un cambio verdadero. Así, la apariencia sistemática puede caracterizar un tipo de gobierno.
¿EFICACIA DEL ENGAÑO? El propósito fraudulento busca instituir el engaño, y frecuentemente lo logra; al menos en una primera instancia. Lo vemos constantemente. Ocurre cuando sistemas autocráticos se hacen llamar repúblicas, como Corea del Norte, Cuba, Bielorrusia, Rusia. Adoptan un nombre vacío de autenticidad. O cuando se convoca a elecciones que no eligen, sino que solamente ratifican el gobierno existente. De igual manera cuando el régimen dictatorial dice actuar «en nombre del pueblo», y uno se pregunta a qué pueblo se refieren, y cuándo lo consultaron. Allí actúa el engaño.
LA TRAMPA AL DESCUBIERTO / GATOPARDISMO. Pero, el paso del tiempo termina por hacer evidente la trampa. De una parte se manifiesta lo que se llama el gatopardismo, que hace alusión a la novela «El gatopardo», del italiano G. di Lampedusa, que revela la técnica tramposa que consiste en «cambiar» para que todo siga igual; y de otra parte se hace presente en la modificación de nombres para aparentar un cambio «revolucionario». Así sucede con cortes que devienen tribunales; ministerios que pasan a ser «populares»; congresos que se transforman en asambleas; o países que se convierten en «bolivarianos». Igualmente en regímenes que se proclaman como «revolucionarios», cuando la única revolución que han logrado es la de destruir una economía y una sociedad. Y la cúspide de la implantación del nominalismo la constituye el facilismo y la superficialidad con que se ha manejado entre nosotros la denominación de «socialismo» y de «socialista». No se es socialista porque se dice serlo, autobautizándose en un acto nominalista irresponsable con el nombre de una ideología bien determinada, que está a gigantesca distancia de quienes presumen de representar lo que ignoran. A fin de cuentas, en el extremo de las significaciones, el nominalismo es una vergonzante mezcla de demagogia y de ignorancia.
VÁLVULA: «El nominalismo es, de una parte, un recurso atrapabobos de engaño demagógico, que actúa como el gatopardismo, para aparentar un cambio y que todo siga igual, o como el fraude ideológico, haciendo creer que el cambio de nombre es una renovación revolucionaria de la realidad».
EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.