Rodríguez volvió a violar el código de ética del psiquiatra al especular sobre el comportamiento psíquico de su prójimo
Enrique Meléndez
Nietzsche medía la serenidad del pueblo griego ateniense, por el hecho de divertirse con la tragedia; que era lo que Aristóteles conocía como una catarsis.
Es lo que ha venido demostrando el venezolano bajo el presente régimen, a partir del momento en que la mentira se ha convertido en una política de Estado.
Pues nada más trágico para una sociedad como el hecho de escuchar a uno de sus altos funcionarios gubernamentales explayarse en una sarta de falsedades, y en una forma tan acartonada, como ha sucedido con Jorge Rodríguez, a propósito del supuesto prontuario, que ha revelado sobre el colega Roland Carreño.
En donde se ve que toma a dicha sociedad por idiota; que no es sino su proyección en tanto que mandatario, si se parte del hecho de que a quien le está atribuyendo ese prontuario, está lejos de ser un espíritu inmisericordioso, que sería lo que hay detrás de un terrorista; que conspira contra el régimen.
Lo que mueve a esta gente es la violencia, y en esta oportunidad verbal; sobre todo, porque hay una gran dosis de mala fe»
Es trágica esta situación, porque la lógica del mentiroso parte del hecho de que el prójimo no existe, si no es para tomarlo en su buena fe. De modo que resulta un espejo de su yo, puesto que está negando la realidad. Esto es un desconocimiento de su interlocutor; lo que sería, por lo demás, un abuso comunicacional; y tratándose asimismo de un hombre avasallante desde el punto de vista del manejo del difícil sacramento de la palabra.
En efecto, estamos ante una guerra mediática, y lo que nos viene de ese lado es veneno, “gas del bueno”, como solía decir Hugo Chávez, que había que echarles a las manifestaciones de la sociedad civil. Es decir, lo que mueve a esta gente es la violencia, y en esta oportunidad verbal; sobre todo, porque hay una gran dosis de mala fe.
Se trata de una mala intención, y lo peor es que el ministro de Comunicación e Información del régimen, sabe que nadie le va a creer; es decir, miento que digo la verdad, y solo son palabras para justificar la permanencia de un régimen, del cual es su más alto vocero; partiendo de la circunstancia, de que para esta gente el mundo está hecho de palabras, y así forja otra realidad, basada en la infamia.
El drama que vivimos, cuando nos toman por idiotas, mientras satanizan a un simple ciudadano, con una argumentación muy insidiosa, y que no se traduce sino en un terrorismo de Estado».
Precisamente, uno diría que todos los totalitarismos, como el que tenemos como régimen, repiten los mismos rasgos, que los tipifican. El psiquiatra Rodríguez lo lleva a pensar a uno en aquel famoso Goebbels, ministro de propaganda del régimen nazi; quien fue el primero en formular la mentira como una política de Estado; con aquello de que una mentira dicha mil veces, al final, se transforma en verdad, y que no va con la ética de su profesión de psiquiatra, como se ha hecho ver.
Puesto que uno de sus códigos consiste en velar por la salud mental de su sociedad; cuando en este caso su discurso, a propósito de ese desdén, que siente por la opinión pública, termina siendo un veneno de enajenación. A Chávez lo enojó mucho un día, en el que un alto prelado de la Iglesia venezolana, le citó al apóstol Santiago, cuando les recomendaba a sus discípulos que anduvieran siempre con la verdad por delante.
¿En qué cabeza cabe que el cronista social de El Nacional, un hombre del campo de la estética, que abriga en su alma sentimientos de nobleza, se va a prestar para actos de terrorismo; como le achaca Rodríguez con todo el desenfado del caso al colega Carreño? El drama que vivimos los venezolanos; cuando nos toman por unos idiotas en este caso; mientras satanizan a un simple ciudadano, con una argumentación muy insidiosa, y que no se traduce sino en un terrorismo de Estado. Lo que explica la situación de aprehensión, en que ha quedado el país político, y en donde priva ahora la autocensura; cuando ya estamos a nivel de la tirantez en cuanto al comportamiento del régimen.
Obsérvese que la fuga de Iván Simonovis, implicó la detención por un año de su vecina; que lo más probable es que no tuvo ni parte ni arte en ese hecho; que es donde se comprueba que tanto una privación de libertad en un caso, como en el otro, no constituye sino un acto de injusticia e impunidad por fraude procesal. Han sido detenidos por un exceso del régimen. Es lo mismo que sucede en un país como Corea del Norte; donde el que se arriesga a atravesar el muro, que divide su territorio de Corea del Sur, y lo logra, entonces toda su familia cae en la desgracia.
Se trata de un atropello a la ciudadanía, no sólo porque hemos sido testigos de la vejación de un compatriota, hasta en su propia dignidad, sino por el abuso de nuevo de la política de la mentira»
Porque aquí no está presente sino el rencor que le ha producido al régimen la fuga espectacular de Leopoldo López, y como en el caso de las serpientes venenosas, necesita descargar su veneno sobre alguien en particular. Lo más probable es que Carreño sabía lo del plan de fuga de López; tomando en cuenta su posición en la dirigencia de Voluntad Popular, y quién sabe si su cercanía con éste.
El hecho es que a la opinión pública, de inmediato, le pareció desconcertante ese prontuario, que le levantan a Carreño, para justificar su detención; de allí el carácter más bien de secuestro de su persona, y lo peor, es que, según resuena en la opinión pública, se le salió su prejuicio homofóbico al ministro Rodríguez; con independencia de la orientación sexual de Carreño, que no puede ser un asunto público, y es aquí donde lució desmedido; tanto más, que vuelve a violar otro de los códigos de la ética del psiquiatra, que consiste en no especular con el comportamiento psíquico de su prójimo.
Por supuesto, ha habido indignación en el medio venezolano, tanto así que se comentaban hasta algunas palabras, que utilizó Rodríguez, para dirigirse al colega Carreño, y que no son las más apropiadas para un funcionario de su alta investidura, y la parte trágica en este caso consiste en sentir que el espacio de tu opinión pública es ocupado salvajemente. Se trata de un atropello a la ciudadanía, no sólo porque hemos sido testigos de la vejación de un compatriota, hasta en su propia dignidad, sino por el abuso de nuevo de la política de la mentira.
melendezo.enrique@gmail.com