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El embriagante gusto por el poder #LetrasAlMargen #GustavoLuisCarrera

Es una adicción derivada de las ventajas y de la vanidad enfermiza de la sensación de importancia social y política

Gustavo Luis Carrera

La frecuencia con que mandatarios pretenden permanecer en el poder para siempre, hace dudar de la efectividad de las elecciones. El sentido de la alternancia democrática es consolidar la base del estado de derecho.

De su parte, escritores y analistas hablan de la “embriaguez” todopoderosa que domina a gobernantes convertidos en déspotas.

LLEGAR PARA PERMANECER. En la práctica, el origen de la obtención del poder político no es determinante en la ambición de perpetuarse en el mando. Ocurre que mandatarios que provienen de un proceso electoral, dentro de ciertos principios democráticos, al hacerse del cargo, aspiran a modificar la Constitución y a convertirse en dueños vitalicios del gobierno, o a ser reelegidos sin término.

En un caso, o en el otro, se trata de una adicción derivada de las ventajas personales y grupales que surgen del ejercicio del poder y de la vanidad enfermiza de la sensación de importancia social y política.

Por eso, con frecuencia, detrás de un dictador hay un resentido y un acomplejado. Es una personalidad patológicamente caracterizada.

UNA OSCURA PASIÓN. En 1895, el historiador y escritor José Gil Fortoul publicó su novela “Pasiones”, donde, con particular agudeza agrega la pasión del poder público y político a la lista tradicional de las pasiones humanas: el amor, el dinero, la fama.

En efecto, no cabe duda de que se trata de un padecimiento pasional, con todo lo enfermizo y dañino que puede derivarse de una oscura pretensión de dominio y perpetuación. Porque, a fin de cuentas, tal es la aspiración: detentar el poder a plenitud y para siempre.

LA EMBRIAGUEZ PERPETUA. Llegado al tope de sus aspiraciones políticas, el mandamás se embriaga en el delirio de grandeza: nadie está por encima de él; y en la obsesión de permanecer al mando: nadie merece, como él, ser el todopoderoso indiscutido y eterno.

Es el proceso que vemos constantemente, tal como se percibe en la actualidad, con ejemplos ostensibles: un dictador perpetuado en Bielorrusia; presidentes reiterativos, con varios mandatos sucesivos, en Rusia, en Nicaragua, en Bolivia; mando eterno de un partido, como en China, en Cuba; intentos de reelección ad infinitum, como en Venezuela.

Todo coincide en el mismo propósito: adueñarse del poder político como de un objeto de su propiedad personal, sin discusión posible, sin aceptación de la posibilidad de compartir y de buscar alianzas; en suma, es la expresión total del espíritu absolutista, que se basta consigo mismo, considerando a toda una sociedad como su hacienda personal y a sus ciudadanos como sus súbditos. ¿A semejanza de un monarca? Claro.

Por eso resulta irónico que se les llame presidentes y que a sus países (o a sus dominios) se les denomine repúblicas. Y en efecto, si se examinan de cerca los casos, ha de verse que se trata de reyezuelos que exhiben, con descaro, su embriagante gusto por el eterno dominio público y político.

VÁLVULA: “Una vez en el poder, por cualquier vía que haya llegado, el mandatario se convierte en mandón, y pretende detentar el poder de por vida. Es la negación de la alternabilidad democrática. Es la embriagante pasión del autócrata, que aspira a mantenerse en el mando sin término, a despótica perpetuidad. Es una pasión demencial”.

glcarrera@yahoo.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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