Los estudiantes resientan la decadencia institucional, y los profesores y el personal administrativo sufren los embates de la estrechez económica que caracteriza a toda la nación. Así, «la Casa que vence las sombras» es derrotada y destrozada por las sombras que la llevan a la ruina material y a la penuria intelectual».
Gustavo Luis Carrera
El desarrollo cultural recibe un decisivo impulso con el surgimiento de las Universidades. No solo significó la concentración de los saberes, sino su gigantesco avance a través de la investigación. La historia de la cultura se vincula poderosamente a la gestión civilizadora de las Universidades, desde el surgimiento de estas Casas del Conocimiento.
CONCEPTO FUNDAMENTAL. El principio generador fue resaltante: así como los conventos y los monasterios eran un ámbito propicio para la meditación y el culto de la fe, se impuso la necesidad de crear centros de acopio y evolución del pensamiento puro y de la praxis científica. Filósofos y médicos fueron los primeros productos universitarios, creando una nueva especie social y cultural: la clase universitaria.
De este comienzo reductor se pasó a la concepción abierta y universal: el saber es para todos, condicionado solo a dos requisitos: la inteligencia y la constancia. De hecho, las Universidades se convirtieron en lo que su vocación expansiva exigía: un símbolo del desarrollo de la cultura en un tiempo y en un territorio.
TRADICIÓN DEMOCRÁTICA. En este país nuestro las Universidades pasan prontamente a convertirse en sinónimo de apertura a todos los saberes y de opciones para el mayor número de mentes creadoras, tanto en el nivel profesoral como en el estudiantil. Es decir, en la época contemporánea mencionar la palabra Universidad es abrir camino al espíritu democrático.
Y así fue entendido, básicamente, después de 1958, por sucesivos gobiernos que mantuvieron, con altos y bajos, una política de respeto básico hacia la autonomía universitaria. Pero el ejercicio autonómico exige el manejo soberano de un presupuesto adecuado. Y aquí surge la traba funcional: sin los recursos económicos correspondientes, las Universidades fenecen de manera ineludible.
Condición que provee al sistema imperante de un dominio perverso: sumir a las Universidades y a los universitarios en los límites de la miseria, es una forma aviesa de ejercer un control, e inclusive de cercenar su autonomía, como vemos con profunda amargura.
LAS SOMBRAS ANULAN LA LUZ. Llegando a la actualidad, cabe afirmar que en este país sufrimos la peor y más inhuma crisis universitaria. De una parte, sin un presupuesto consistente con el desarrollo necesario y con la dignidad económica de sus integrantes, las Universidades resultan tristemente nulificadas.
Situación que agrede ferozmente a profesores que en el nivel máximo no pasan de un salario de 20 dólares mensuales (en la década del 80 era de 1.700 dólares); sumiéndolos en el umbral de la pobreza extrema. Hecho que debe ser denunciado por las Asociaciones de Profesores de cada Universidad y especialmente por sus máximas Autoridades: el silencio es la antesala de la indiferencia inexplicable.
Asimismo, situación que encuentra una dramática muestra en el mensaje que, de acuerdo a las redes sociales, el ciudadano Rector de la ULA se vio obligado a emitir, informando a los profesores de la posibilidad de obtener ropa y calzado de medio uso, así como medicinas, en una donación humanitaria.
Y esto no es exagerado: ya se ha dado la comprobación de profesores que no pueden adquirir un par de zapatos a causa de su mísero sueldo. ¿Pueden las Autoridades Universitarias permanecer en paz con su conciencia ante este exabrupto? La conclusión es evidente: en el Himno de la Universidad Central de Venezuela se califica esta institución como “la Casa que vence las sombras”. Contemplando el actual panorama minusválido de nuestras Universidades, fuerza es reconocer que han sido vencidas por las sombras dominantes.
VÁLVULA: «La Universidad es concebida como el centro privilegiado del saber científico y humanístico; constituyendo un emblema honorifico en cualquier país culto. Pero, cuando la Universidad, como ocurre en este país, es cercada, reprimida, aherrojada por oscuros designios políticos, la barbarie toma el lugar de la civilización. Los estudiantes resientan la decadencia institucional, y los profesores y el personal administrativo sufren los embates de la estrechez económica que caracteriza a toda la nación. Así, «la Casa que vence las sombras» es derrotada y destrozada por las sombras que la llevan a la ruina material y a la penuria intelectual».
EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.