Los valores sociales son bienes públicos que determinan la validez de un país. Su respeto es fundamento de la civilidad y de la democracia. Cuando se abandonan los valores, la sociedad sucumbe.
Gustavo Luis Carrera
Los valores sociales representan la carta ética de un país. Significan los atributos fundamentales que rigen en una colectividad; y en la medida en que son respetados y protegidos contra agresiones, esa sociedad se dignifica en sus fundamentos ciudadanos y democráticos. Existe una escala de valores sociales y en su orden hay categorías básicas, de hecho irrenunciables a todo evento.
DETERIORO DE LOS VALORES. En sí, los valores son principios universales; aunque pueden añadirse otros de carácter nacional o regional. Pero, estos últimos están más cercanos de los símbolos: algún personaje histórico, un lugar, un objeto. No obstante, son los valores universales los que deben ser preservados de manera permanente, porque pueden ser desatendidos o completamente anulados. Se observa, lamentablemente, un marcado deterioro de los valores en la actualidad. Los derechos elementales a vivir decorosamente han sido eliminados por la inflación y la inseguridad; en consecuencia desaparece la vida como un valor primario: no se vive, se sobrevive, apenas.
ATENTADO CONTRA EL PAÍS. La pérdida de los valores sociales es una perspectiva catastrófica que significa la eliminación de la condición humana elemental. Y ese es el atentado contra el país que observamos con angustia. ¿Cómo puede mantenerse una colectividad fuera del principio indispensable de la solidaridad? ¿Cabe imaginar un grupo social coherente sin reglas transparentes en la aplicación de la justicia? ¿Es posible concebir un régimen administrativo nacional fuera de la verdad, basado en la demagogia? Estos valores: la solidaridad, la justicia, la verdad, son basamentos que no pueden desconocerse, a riesgo, si no, de sumir al país en la perturbación y la acracia.
SE PIERDE EL VALOR ESENCIAL. La lista de los valores es de gran amplitud. En ella entran la tradición, la convivencia, el apoyo social, el derecho ajeno, la propiedad privada; y la enumeración es extensa. La Revolución Francesapopularizó tres decisivos: Libertad. Igualdad y Fraternidad. Pero, en esta oportunidad queremos referirnos al valor que consideramos esencial: la dignidad, unida a la honestidad. Ser digno es ser honesto consigo mismo y con los demás. Y es el valor que se pierde, progresiva e irremisiblemente, en los tiempos que vivimos en nuestro país. La situación carencial, inclusive de hambre, que se padece, conduce a promover los delitos. Y justamente el abuso más frecuente, como vemos a diario, es la especulación comercial, la trampa profesional, el intento de aprovecharse de los demás; es decir: la pérdida del valor esencial: la dignidad, unida a la honestidad. Teniendo todos conciencia de que la anulación de esta norma personal y social es la más difícil de recuperar, una vez que las condiciones históricas lo permitan. La siembra, hoy, de la anulación de la dignidad y de la honestidad es un daño profundo; y su rescate es un ingente reto para el futuro.
VÁLVULA: «Los valores sociales son bienes públicos que determinan la validez de un país. Su respeto es fundamento de la civilidad y de la democracia. Cuando se abandonan los valores, la sociedad sucumbe. Al perder el valor esencial, la dignidad unida a la honestidad, el grupo social se deteriora hasta la consunción».
EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.