Cuando un supuesto diálogo, en busca de un acuerdo, se anuncia entre un gobierno que advierte que no cederá en los aspectos más importantes y una oposición que anuncia que no alterará su aspiración de lograr lo que el contrincante no aceptará, todo puede reducirse a dos monólogos aislados
Gustavo Luis Carrera
En el lenguaje del teatro la diferenciación es palmaria: una pieza con más de un participante es un diálogo; en cambio, cuando se trata de un solo personaje, que en solitario actúa y habla ante el público, es el caso de un monólogo. O sea que para que se produzca el nivel dialogante debe darse la conjunción de al menos otro actuante; y ellos van a intercambiar parlamentos, para construir, propiamente, una idea, un mensaje. Sin contraparte, no hay resultado colectivo.
SOLEDAD DEL MONÓLOGO. De hecho, el monólogo es un recurso técnico para reflejar el pensamiento o el sentir de un personaje en la narrativa, o para imponer un punto de vista, ya sea con ánimo de convencer, de sembrar dudas o de hacer disfrutar de la ironía o del humor, en el teatro. Así, su sentido es realizarse en soledad, obviando la necesidad de una contraparte, de un partenaire; y su validez se encuentra en satisfacer su propósito de decir sin esperar respuesta. Es ese el resultado final de un aparente diálogo, donde hay dos participantes, pero cada uno habla para sí mismo ¿Nos encontramos, nuevamente ante la perspectiva de un falso diálogo, que esconde dos monólogos?
PARTICIPACIÓN DEL DIÁLOGO. Resalta como condición esencial el sentido participativo del diálogo: hablar, diciendo y oyendo, para concluir en algo concreto.Una de las acepciones de la palabra «diálogo» es, según el diccionario: «Debate entre personas, grupos o ideologías de opiniones distintas y aparentemente irreconciliables, en busca de llegar a un acuerdo». Y ese el quid de la cuestión: si no hay el propósito de buscar llegar a un acuerdo, el diálogo no tiene sentido, y por lo tanto carece de justificación. Y no sería un diálogo sino una ficción, una mascarada. Ya tenemos experiencia de falsos diálogos en la Venezuela de los últimos años. Una posición oficial tozuda, recalcitrante, que no cede en nada; y una posición determinada, acartonada, de una oposición que no cede en su predeterminación. ¿De qué sirve un supuesto diálogo en estas condiciones? Es un engaño que ofende la inteligencia de un pueblo.
¿AUSENCIA DE LA VOZ TRIPARTITA? Ahora bien, hasta el momento nadie ha hablado de una ausente en este supuesto diálogo: la voz tripartita del pueblo. Así, el diálogo legítimo no sería entre dos, sino entre tres, añadiendo a la voz oficiosa del gobierno y a la voz oficiosa de la oposición, la voz de un tercer actuante, de presencia imprescindible: el pueblo, representado por las universidades, los gremios y sindicatos, el clero, las organizaciones civiles, las academias, las agrupaciones estudiantiles y ciudadanas. Pareciera que se olvida un participante clave, sine qua non, que es el afectado directo por lo que se haga o se deje de hacer en un diálogo que puede ser trascendental para todo el país. No tiene sentido pretender dialogar sobre un pueblo sin darle el derecho de palabra, como si fuera un minusválido o un incapacitado. Hace algún tiempo decíamos en esta columna que dos monólogos no pueden hacer un diálogo. Ahora lo ratificamos, señalando que, en cualquier caso, más allá de la inmediatez de un gobierno solitario y de una oposición concretada por la vía de los hechos, convive con la carencia alimentaria y el riesgo de una feroz pandemia, toda una sociedad múltiple, activa y esperanzada. Desconocerla es decretar, de una vez, el fracaso de un supuesto diálogo, que puede terminar siendo, lamentablemente, demagógicamente, dos monólogos ignorantes de la voz tripartita de toda una colectividad. En suma, sin la presencia, o al menos la resonancia, de esa voz tripartita del colectivo social, el hipotético diálogo, en consideración de experiencias anteriores, puede resultar, utilizando una frase lapidaria que se ha hecho común: más de lo mismo.
VÁLVULA: «Cuando un supuesto diálogo, en busca de un acuerdo, se anuncia entre un gobierno que advierte que no cederá en los aspectos más importantes y una oposición que anuncia que no alterará su aspiración de lograr lo que el contrincante no aceptará, todo puede reducirse a dos monólogos aislados. Y si se agrega la ausencia de la voz tripartita del conjunto de un pueblo expectante y sobreviviente, no cabe duda de que el hecho se reduciría a una nueva y frustrante repetición de los mismos falsos y demagógicos «diálogos» anteriores, sólo realizados como recursos oficiales para ganar tiempo y oxígeno autocrático».
EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.