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¿Vivimos en una monocracia? #LetrasAlMargen #GustavoLuisCarrera

Los signos de monocracia se incrementan por la complicidad de los poderes públicos, con el aval automático de la Asamblea, así como una horda de colaboradores y beneficiarios del gobierno, tanto a nivel público como privado.

Gustavo Luis Carrera                                                        

            Los sistemas de gobierno han evolucionado desde la tiranía personal hasta la democracia; pero, en el camino han pervivido repudiables asociaciones híbridas. De hecho, el gobierno personalista no sólo no desaparece, sino que se incrementa abiertamente, o a escondidas. Es, en verdad, una realidad tan innegable como inquietante; a veces pasa inadvertida ante la opinión general, ocultada por las apariencias. 

         MONARQUÍA. Rey, Soberano, Señor, Monarca: todos apelativos del mandatario unipersonal que, por tradición milenaria ha ejercido el mando de naciones y de pueblos.  Inclusive había un grado superior, reservado para los reyes que conquistaban territorios y sometían poblaciones, anexionándoselas; algo así como Rey de Reyes: Emperador. Así el reinado -el territorio tradicional del rey- se convertía en el imperio.  Y todovenía a lo mismo: una persona ejercía la soberanía, que su propia persona encarnaba: el rey, por la vía de la fuerza bruta, se convertía en el soberano eterno. Y de pronto observamos que estamos hablando en pasado. Pero, ¿no hay monarquías en Europa hoy en día? Además, de otra parte, si la monarquía es el gobierno de una sola persona, con carácter vitalicio y hereditario, ¿no es lo que ocurre, por ejemplo, en la actual Corea del Norte? Parecería, entonces, que el pasado se convierte en presente. O más bien lo contrario: sutilmente el presente se convierte en pasado.

         MONOCRACIA-AUTOCRACIA. Toda la historia previa al advenimiento de la República -así con mayúscula- está regida por la sucesión de las monarquías y de las autocracias. Inclusive en la Grecia clásica hubo autócratas, que se auto designaban ellos mismos de esta manera, inclusive con el calificativo de tiranos. El gobierno personal -personalista- era la regla normalizada; y todo lo que no convenía al mandatario era contrario a la lógica y a la ley, y por tanto merecía repudio, y para el responsable, el castigo o la muerte. Así, se impone, históricamente, la monocracia; término que viene del griego «monokratía», o sea: el poder de uno. Y las formas tradicionales de la monocracia son la monarquía, la tiranía, la autocracia, la dictadura, el despotismo, el absolutismo. Es decir toda una caterva de sistemas de gobierno unipersonal y despótico. En otro tiempo el uso del término monocracia estaba más extendido. Simón Bolívar lo utiliza, en la «Carta de Jamaica», en 1815, como sinónimo de autocracia.      

            PRESIDENCIALISMO-MONOCRACIA. Sin embargo, en contra de los supuestos lógicos, el surgimiento de la república no ha significado la desaparición del personalismo imperativo en los regímenes gobernantes. Parecería que los sustratos sicológicos de los presidentes, impuestos de facultades todopoderosas, se conectan con el pasado más remoto, y añoran a Gengis Kan, a Nerón, a Luis XIV o a Napoleón Bonaparte, pretendiendo mandar, y no gobernar, a todo un pueblo; o sea volver a procedimientos monocráticos. Y es que de hecho en el presidencialismo que nos gobierna, donde se concentran en el presidente el poder ejecutivo, el máximo mando militar, el dominio del partido oficial y todo un sistema de influencias y protecciones dirigidas a la Asamblea, a los poderes públicos y a todo el personal del aparato administrativo, se cumple el supuesto esencial de la monocracia: la concentración del poder en una persona. Más aún cuando vemos presidentes electos que pretender eternizarse en el poder, como ha sucedido en Bolivia, en Ecuador, en Nicaragua, en Venezuela; o que lo delegan en sucesores escogidos y manejados por ellos mismos, que es otra forma de continuismo. Y peor aún en nuestro país donde los signos de monocracia se incrementan con el gobierno por decretos, por la complicidad de los poderes públicos, con el aval automático de la Asamblea; así como una horda de colaboradores y beneficiarios del gobierno, tanto a nivel público como privado, que adulan obsecuentemente al mandatario, citando su nombre a todo evento. De hecho, el presidencialismo latinoamericano peca de monocrático, abriendo las aspiraciones de los gobernantes de hacerse vitalicios y absolutistas. ¿Es la negación de la esencia republicana: gobierno democrático, participativo y alternativo? Sí, Lamentablemente. Es una realidad tan absurda como detestable. Sólo el establecimiento de la verdadera y fiel democracia significa la negación de la artera monocracia.             

         VÁLVULA: «Después del prolongado dominio de la monarquía, la aparición de la República significó la apertura de los tiempos modernos, liberando el sistema de gobierno de la figura unipersonal de un rey. Pero, el espíritu recalcitrante de la monocracia se ha infiltrado en el presidencialismo personalista de nuestros días; tal como lo padecemos en nuestro país. Únicamente la real democracia es capaz de deslastrar el sistema de gobierno de las pretensiones personalistas y vitalicias de gobernantes distorsionados y anacrónicos».

                                                                                                         glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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