¿Cuál puede ser el alcance de no invitar a Venezuela si al mismo tiempo el gobierno norteamericano trabaja aceleradamente para levantar las sanciones al régimen chavista?
Humberto González Briceño
La novena edición de la llamada Cumbre de las Américas se desarrolla en medio del cuestionamiento del rol de los Estados Unidos de Norteamérica como la principal potencia en un mundo unipolar inexistente y el resquebrajamiento de la confianza de los pueblos suramericanos hacia el otrora coloso del norte. Estos encuentros concebidos como una invitación al diálogo y la cooperación entre países americanos partiendo de su filiación en la OEA no han logrado ningún resultado significativo desde 1994. No ha sido por falta de voluntad de los países hispanoamericanos, incluida Brasil, sino por el histórico desinterés de los EEUU en atender a la periferia de su imperio y reproducir relaciones y alianzas comerciales entre los países de su entorno.
Aquí hay que despojar a la expresión imperio de contenidos ideológicos y darle todo su contenido y carga de carácter geopolítico. La realidad es que los Estados Unidos de Norteamérica es el eje de un imperio político, cultural y financiero establecido territorialmente a lo largo y ancho de América, de norte a sur. Hay Estados que ejercen una soberanía en su territorio codeterminada por la existencia de otros Estados y por la hegemonía militar y económica de los EEUU. Eso es lo realmente existente más allá de la retórica populista que desde la izquierda habla de pueblos y Estados soberanos
En la geopolítica norteamericana, Hispanoamérica no tiene otra relevancia que la de ser el patio trasero en el sentido literal de la expresión»
Curiosamente la relación de los Estados Unidos con los países que están en su periferia se desarrolla en una dialéctica de acercamiento-confrontación o de amor-odio donde los EEUU no se asumen a si mismos con el rol de potencia imperial y los demás países aunque renieguen del imperio terminan por aceptar una realidad que hasta el día de hoy se mantiene inalterable.
Sin embargo, a pesar de tener la posibilidad de usar su influencia para ejercer un imperialismo generador de riquezas y posibilidades para sí mismo y para los países de su periferia en el resto de América los Estados Unidos y en especial su clase política siempre parecen estar más interesados en su hegemonía en Europa, Eurasia y el medio oriente. En la geopolítica norteamericana Hispanoamérica no tiene otra relevancia que la de ser el patio trasero en el sentido literal de la expresión. En los últimos 50 años los EEUU han gastado billones de dólares para reafirmar su presencia en el medio oriente y en Europa a través de costosas operaciones como el pacto militar de la OTAN. Tampoco se entiende que en ese mismo periodo de tiempo el liderazgo norteamericano haya decidido desmantelar su propia industria para depender de factorías en China en lugar de forjar una vigorosa alianza industrial con su vecino México.
El fracaso de la presente edición de la llamada Cumbre de las Américas, y de todas las anteriores, no es más que el resultado de la falta de una política definida por parte de los Estados Unidos hacia los países que operan en su periferia. Sin políticas y sin un horizonte cierto estos encuentros no pasan de ser un ejercicio de palabrería y una oportunidad para una foto sin mayor trascendencia. Esta vez los EEUU hicieron bastante ruido con la no invitación a la cumbre a los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Como si al no hacerlos partícipes del evento se pudiese alterar el resultado final.
El caso de Venezuela resulta particularmente patético porque trata de enmascarar la impotencia de la administración de Joe Biden para lidiar con el régimen chavista, debilidad derivada en buena medida por la gran cantidad de operadores y lobistas chavistas que influyen en las políticas del gobierno demócrata. ¿Cuál puede ser el alcance de no invitar a Venezuela a la Cumbre de las Américas si al mismo tiempo el gobierno norteamericano trabaja aceleradamente para levantar las sanciones al régimen chavista? Ejercitando la dialéctica de Cantinflas los EEUU no acepta la participación del estado chavista en la cumbre pero tampoco invitan al gobierno de papel de Juan Guaidó a quien tan solo le dispensan una llamada telefónica privada. La política norteamericana hacia el régimen chavista de Venezuela está atrapada en un limbo de indefiniciones e incertidumbres mejor caracterizada por el ingenioso comediante mexicano al apuntar “Que no es ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario».
En los últimos 50 años los EEUU han gastado billones de dólares para reafirmar su presencia en el medio oriente y en Europa»
Es irrelevante que los Estados Unidos no hayan invitado a Venezuela, Cuba y Nicaragua a participar en la novena Cumbre de las Américas porque tampoco están haciendo nada para cambiar la situación política en esos países, sobre todo si se compara con las grandes sumas de dinero y recursos que los EEUU ha comprometido para ayudar a Ucrania en su confrontación con Rusia. A riesgo de ser etiquetados como ingenuos tenemos que preguntarnos ¿Por qué Ucrania? ¿Por qué no Venezuela, Cuba o Nicaragua? El Congreso norteamericano no ha podido ponerse de acuerdo en los últimos meses para aprobar un paquete de $4.000 millones en ayuda a Centroamérica, pero en cuestión de días le aprobó $40.000 millones a Ucrania.
El desinterés de los Estados Unidos por asumir su papel como un verdadero imperialismo generador de riquezas en la región, su pérdida de credibilidad y el desgano mismo en la elaboración de la agenda para este encuentro aunado a la ausencia de logros concretos bien podrían constituir la antesala de la última Cumbre de las Américas tal como se le ha conocido hasta ahora.