Ramón Díaz Sánchez, autor de “Mene”, la primera novela venezolana centrada totalmente en el tema petrolero.
Gustavo Luis Carrera
Exponemos el resultado de una investigación más que necesaria en un país petrolero como Venezuela. (Aunque algunos empecinados, por ignorancia, o por intereses políticos, se niegan a aceptar esta condición caracterizadora generada por la naturaleza). La pregunta básica fue: ¿cómo y por quiénes se comenzó a novelar el tema de la explotación petrolera en la tierra venezolana? Y la pregunta subsecuente: ¿hubo desde el comienzo conciencia de la riqueza económica en juego y de cómo fue a parar a manos extranjeras? Veamos los resultados de esta primera parte de la investigación cumplida.
ANTECEDENTES. La sorpresa inicial al abordar el tema fue la de que el «mene», que los indígenas usaban para impermeabilizar embarcaciones, y con el que los piratas, que entraban a la fuerza al Lago de Maracaibo, se aprovisionaban de asfalto -o «betún»- para calafatear sus navíos, no comenzó a ser explotado en los sitios que luego les fueron característicos. La explotación petrolera comenzó en Venezuela en los dos extremos del territorio: en 1878, en el distrito Rubio del Estado Táchira, con la Compañía Petrolia del Táchira, integrada por empresarios nacionales; y en 1883, con la explotación del lago de asfalto más grande del mundo, en Guanoco, en el municipio Benítez, en el sureste del Estado Sucre (que se llamaba Estado Bermúdez), a través de una concesión dada a particulares, que de inmediato la vendieron a la compañía norteamericana New York and Bermúdez Company. Así, de hecho, la explotación petrolera comenzó en dos Estados no petroleros. En el Táchira, el proceso se detuvo en ese primer intento; y el asfalto a flor de tierra de Guanoco sería sustituido por el asfalto producido por las refinerías como un derivado del petróleo, a menor precio. Esto ocurría, mientras la compañía inglesa Val de Travers Company obtenía, poco después, la concesión correspondiente en el Estado Monagas. Eran los antecedentes que se manejaban en las pláticas y en la prensa nacional, y que, lógicamente, asimilaban los escritores.
LA PRIMERA MENCIÓN NOVELÍSTICA. En 1909 Ramón Ayala A. publica, en Caracas, su novela Lilia (Editorial Americana, 126 p.). Han pasado más de treinta años desde los inicios del Táchira y del lago de Guanoco; pero aún faltan cinco años para que con el primer pozo exploratorio (Zumaque No. 1, en el Estado Zulia) comience la intensa explotación petrolera. De hecho, Ayala no percibe todavía, lógicamente, la problemática que habría de desarrollarse después en la dilemática industria del petróleo; y su señalamiento va en el sentido de hacer resaltar la existencia de una gran riqueza potencial en el país: «sus minas de oro, de cobre, de hierro, de asfalto, estas últimas las más gigantescas de la tierra, están clamando por la mano de la civilización». (No debe extrañar que todavía se hable más de «asfalto» que de «petróleo», porque, en efecto, lo más visible eran los lagos y las minas de asfalto natural). Advierte Ayala, en términos radicales, el riesgo ante la voracidad del «águila del Norte», que «nos asecha con más avidez y aun más de cerca, que los buitres siempre hambrientos de la Europa conquistadora». Ayala había vivido en Estados Unidos, exilado por el gobierno de Castro, y sabía a qué se refería.
SEGUNDA DÉCADA DEL XX. Daniel Rojas publica en 1912 su novela Elvia (Caracas, 179 p.), donde la trama sentimental no impide la presencia de alusiones directas a la explotación petrolera, utilizando, ahora sí, el término específico de «petróleo» (aparentemente por primera vez en el ámbito novelístico). Uno de los personajes centrales enfatiza que en Venezuela «debemos doblar la actividad para obtener la explotación de sus selvas, la apertura de canales, concesiones fluviales, propiedades de asfalto y petróleo y la navegación del Orinoco». En la hacienda, en Los Llanos, del personaje central, Enrique Bustamante, descubren una «mina de asfalto», «una vasta extensión bituminosa», y se hace referencia a esta riqueza como «oro negro»; circunstancia que el joven ve como su gran perspectiva económica y el camino abierto a su matrimonio con su amada Elvia. Se destaca, entonces, la urgencia de registrar la propiedad, «no sea cosa de que algún musiú o algún personaje del gobierno se entere y nos la quite con cualquier pretexto». Estos temores ocupan buena parte de la novela, pues Enrique entra en tratos con un comprador norteamericano que lo estafa; de donde procede todo un juicio legal que, al final, se decide a favor del propietario; aunque la acción termina cuando todavía los compradores extranjeros intentan un nuevo recurso legal. Circunstancia que Rojas aprovecha para denunciar la «voracidad» de estos invasores y el peligro cierto que representan como aves de rapiña ante las riquezas naturales del país. Dos años después, en 1914, como se ha señalado, se inicia la gran explotación comercial petrolera en el país, centrada en el Estado Zulia; y será en 1918 cuando aparezca la novela Tierra del sol amada (Caracas. Editorial Atena, 303 p.), de José Rafael Pocaterra. Una obra -la tercera del autor- dedicada a la presentación de las interioridades y los excesos de la sociedad marabina de la época. Pero, en medio de este propósito central costumbrista, Pocaterra no sólo muestra el alma visible del Maracaibo de entonces, sino que encuentra oportunidad de hacer resaltar su visión de los «nuevos conquistadores», que irán por allí, «abriendo caminos, removiendo piedras, perforando la tierra desde lo alto de torres fantásticas, extrayendo el chorro fétido, rico de grasas, el oro líquido convertido en petróleo». En sus breves alusiones al tema, el novelista no escatima sus críticas alusiones a estos conquistadores de nuevo cuño. «más duros, más crueles, más invasores -más «blancos» también» que los anteriores. Y todo continuará en el mismo sentido: «la incursión sajona seguirá, metódica, implacable, con oro, con máquinas, con fúsiles, río arriba». Pocaterra advierte, así, el proceso de apropiación del petróleo nacional por las garras insaciables de las compañías extranjeras. Y esto es cuando todavía faltaban tres años para que se produjese, el 14 de diciembre de 1922, el reventón del pozo Los Barrosos, en el Estado Zulia, que produjo un chorro de petróleo de unos cuarenta metros de altura, durante nueve días, hasta que fue contenido; hecho que ocupó la primera plana de los más importantes periódicos del mundo, difundiendo la noticia de la inmensa riqueza petrolera de Venezuela. Todo para excitar las apetencias de las compañías internacionales; y para instituir, hasta la actualidad, el mal manejo nacional de esta fabulosa riqueza, dilapidada, cuando no sometida a la rapiña.
VÁLVULA: «La investigación realizada permite precisar que las tres novelas destacadas son las obras precursoras en la alusión a la explotación petrolera en Venezuela, antes del asombroso «chorro» de petróleo del reventón de Los Barrosos, en 1922. Será en 1936 cuando aparecerá Mene, de Ramón Díaz Sánchez, la primera novela venezolana centrada totalmente en el tema petrolero. Es un trascendente proceso histórico-literario».