No se puede desestimar el efecto potenciador que tendrá la clientela chavista descontenta y frustrada al no poder satisfacer sus expectativas materiales.
Humberto González Briceño
Analistas nacionales e internacionales se preguntan cómo es posible que ante la dramática situación económica y social que se vive en Venezuela el descontento y las protestas no hayan alcanzado masa crítica para sacar del poder al régimen chavista. Hay factores que han operado en contra de la inmensa voluntad nacional para expulsar al chavismo del gobierno. Por una parte, las protestas casi siempre han sido organizadas por operadores al servicio de partidos y gremios controlados por la falsa oposición. Estas protestas generalmente terminan en frustración y represión porque el objetivo de sus organizadores no es acumular fuerzas sociales en contra del régimen sino, como ellos mismos dicen, calentar la calle para usar ese ambiente como ficha en las negociaciones de ese momento con el régimen.
Pero además está el hecho incontrovertido de que el régimen chavista ha sido el más brutal y sanguinario para aplastar las protestas populares. No somos apologistas del régimen del Estado de partidos que imperaba antes del chavismo. Pero solo basta con revisar los periódicos de la época y comparar con el presente para concluir que la represión y violencia política del régimen chavista supera con creces al de la democracia de partidos. En el régimen anterior al menos existían garantías y eran efectivamente ejercitadas para establecer la responsabilidad penal de funcionarios implicados en tortura y asesinato por motivos políticos. Con el estado chavista solo hay complicidad e impunidad.
La represión es real y logra infundir miedo y terror suficiente para inhibir a cientos de miles de venezolanos que tienen la certeza de ser sujetos de pena de muerte si se exponen en una protesta pública. Balas perdidas y linchamientos selectivos están a la orden del día para amedrentar e intimidar.
Este modelo de represión ha podido operar con efectividad porque el régimen usa a las Fuerzas Armadas como su brazo armado para someter por la fuerza a los venezolanos. También el régimen usa a sus activistas asalariados como una milicia paramilitar dotada de recursos y armas para enfrentar a todo aquel que no sea considerado como uno de los suyos. En ambos casos el régimen nunca ha escatimado el dinero que fuera necesario para mantener contentos a sus esbirros civiles y militares. Por vía de transferencias directas de dinero, bonos y otros incentivos a través del sistema “Carnet de la Patria” el régimen les paga a sus clientelas para que hagan su trabajo.
El problema con este modelo represivo y clientelar es que lamentablemente para el chavismo no puede ser separado y aislado en una burbuja sin contacto con la realidad. En otras palabras, el ser esbirro chavista tiene innegables beneficios e inmunidades, pero aun así estos elementos tienen que participar dentro del mismo drama económico y social que afecta al resto de los venezolanos. Así por ejemplo cuando el bolívar se devalúa frente al dólar esto afecta por igual a chavistas y no chavistas. El fracaso del modelo económico del régimen chavista ha logrado que hoy los venezolanos puedan comprar menos, incluidos los chavistas.
No se puede desestimar el efecto potenciador que tendrá la clientela chavista descontenta y frustrada al no poder satisfacer sus expectativas materiales. Sobre todo porque cualquiera que haya parasitado del Estado chavista en los últimos veinte años no es más que un ser excepcionalmente corrupto además convencido que se lo merece todo por haberle servido a la patria. La cultura chavista lleva implícito un desprecio por las leyes y las normas lo cual ha llevado tanto a altos jerarcas del régimen como a los más modestos operadores a saltarse infinidad de veces su propia Constitución. Es una tradición que ya se mostraba en estado embrionario en 1989 y 1992 con narrativas que justificaban operaciones concretas para derrocar por las armas y la violencia a un gobierno constitucional.
A lo que el régimen chavista debe temer no es a la falsa oposición negociadora sino a sus propias bases y estructuras clientelares, civiles y militares, cuyo descontento podría salirse de control en cualquier momento. A diferencia del resto de la población que solo dispone de palos, piedras y escudos de cartón, el chavismo clientelar descontento tiene las armas y la disposición de ajustar cuentas a su manera.
No podemos llamarnos a engaño. En buena medida el éxito de la protesta nacional contra el intento de robarles a los trabajadores el bono vacacional fue debido a la participación de las clientelas chavistas que, sabedoras de las inmunidades que gozan, protestaron con más furor y combatividad que nadie. Por primera vez en muchos años el régimen chavista dio un paso atrás y rapidito ordenó el pago de lo adeudado.
Pero el problema de fondo continúa. El chavismo destruyó el aparato productivo e industrial de Venezuela y no dispone de los recursos para mantener felices a sus operadores civiles y militares hasta el 2024, año del nuevo fraude electoral. Tampoco el Estado chavista tiene reservas suficientes para seguir quemando 200 millones de dólares semanales y mantener un valor artificial de dólar. Eventualmente el Estado chavista se quedará literalmente sin dinero. Eventualmente el régimen chavista tendrá que enfrentar la furia de sus propias clientelas enardecidas. Eventualmente el chavismo también tendrá su “Caracazo”.