Lo que queda atrás es un país desecho y desarraigado, sin población joven para sacarlo adelante
Humberto González Briceño
Al comparar cifras oficiales y extraoficiales de agencias pertenecientes a organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales se puede tener certeza al afirmar que alrededor de 7 millones de venezolanos han abandonado Venezuela en los últimos 20 años. Se trata de la cuarta parte de la población activa venezolana, lo cual no es poca cosa. El éxodo de venezolanos hacia otros países ha ocurrido en diferentes oleadas en estas dos décadas comenzando con quienes podían pagar sus boletos aéreos y entrar legalmente a otros países con visa de turista con planes de quedarse en forma definitiva, hasta las romerías de personas que hoy llegan literalmente caminando a la frontera de los Estados Unidos luego de atravesar la selva del Darién.
La crisis migratoria se ha agravado en los últimos dos años al estimarse un promedio de más de mil personas que diariamente abandonan el territorio venezolano sin intenciones de regresar. Estas últimas oleadas de migrantes se han enrumbado directamente hacia los Estados Unidos con la ilusión de hacer suyo el sueño americano de prosperidad y bienestar que les fue negado en su patria. Limitaciones para conseguir empleo, xenofobia y restricciones legales han forzado a muchos de quienes habían emigrado a otros países de Sudamérica a emprender un viaje de regreso pero no precisamente a Venezuela sino tomando la vía a los Estados Unidos.
Hace dos años se reportaba que con la cantidad de venezolanos abandonando el territorio se producía un desmembramiento de familias que dejaban atrás más de un millón de niños en manos de familiares cercanos o de amigos para su cuidado. Pero hoy eso ha cambiado. Las fotos muestran no solo ancianos y minusválidos luchando contra las inclemencias y las sorpresas del Darién, ahora se ven rostros de muchos niños y jóvenes enfrentando hostilidades que se pensaban eran solo para los adultos.
Podemos identificar tres dimensiones concretas de la crisis migratoria venezolana que ya adquiere características de grave crisis humanitaria, quizás la segunda más importante luego de los desplazados por la guerra entre Ucrania y Rusia. Primero el drama humano que implica llegar caminando hasta la frontera de los Estados Unidos. Luego la incertidumbre y limbo que aguarda a estos migrantes para los cuales el gobierno norteamericano de Joe Biden no tiene ninguna política. Y finalmente, quizás la peor crisis de todas juntas, un país que queda atrás desgajado perdiendo una cuarta parte de su población activa gobernado por el narco estado chavista.
Cientos de miles de venezolanos siguen cruzando diariamente la frontera con Colombia, en la vía a Panamá por la selva del Darién y con la firme esperanza de llegar con vida hasta los Estados Unidos. Se trata de familias enteras con niños, ancianos y minusválidos resueltos a desafiar todos los riesgos imaginables con tal de tener la oportunidad de lograr un trabajo digno y mejorar sus condiciones de vida. Una enfermera venezolana que emprendió la ruta mortal del Darién entrevistada por el New York Times aseguraba con firmeza “Si mil veces me toca venirme, mil veces lo voy a hacer”.
¿Qué podría ser tan inexplicablemente peor que el Darién para la enfermera Olga Ramos y otros cientos de miles de venezolanos prometan no querer regresar a Venezuela? No puede ser que tan solo la crisis y el desmantelamiento de la economía por parte del Estado chavista sea lo único que haya provocado esta estampida masiva de venezolanos hacia el exterior y ahora principalmente hacia los Estados Unidos. La mayoría de estos compatriotas llegaron al convencimiento de que Venezuela es un país inviable, sin garantías ni instituciones, que naufraga a la deriva en manos del chavismo y la falsa oposición. Sin esperanzas de un cambio político en el mediano plazo y conocedores en carne propia de la estafa del milagro económico chavista estos venezolanos prefieren apostar a una aventura cuyas penurias son preferibles a morir de tristeza e inanición en Venezuela.
Pero llegar a la frontera y cruzar a los Estados Unidos es tan solo el fin de una etapa del viaje y el comienzo de otra marcada por la inestabilidad y la incertidumbre. Una vez en territorio norteamericano los venezolanos migrantes son registrados en una base de datos como inmigrantes ilegales para iniciar el proceso de su deportación. Pero eso no es más que un tecnicismo de muchos que rodean al proceso migratorio. En la práctica al no tener relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro los Estados Unidos no puede deportar a estos venezolanos a su país de origen. La opción legal que le queda al gobierno norteamericano es reubicar a los venezolanos en un tercer país dispuesto a recibirlos lo cual no ha resultado fácil por la falta de recursos. De la cuota de 125,000 personas a reubicar en el año 2021 los Estados Unidos solo logró reubicar a 25,000 afganos.
Sin embargo hay otros escollos legales. En cualquier instancia del proceso de deportación los venezolanos pueden pedir asilo alegando fundado temor por sus vidas y la de sus familias si regresan a Venezuela. En esta situación estarían alrededor del 90% de los venezolanos inmigrantes a los Estados Unidos para los cuales la administración de Joe Biden no tiene la capacidad de procesar sus solicitudes. El resultado es que a los venezolanos que solicitan asilo les están dando un permiso temporal para que puedan trabajar y moverse (no el TPS) mientras sus casos son resueltos. Es un proceso que según especialistas al ritmo que lleva este gobierno podría tomar más de veinte años. Mientras tanto los venezolanos comienzan a ver la cara no tan amable y seductora del sueño americano, una más bien llena de incertidumbres y sorpresas.
Lo que queda atrás es un país desecho y desarraigado, sin población joven para sacarlo adelante. Lo que queda es una nación hecha pedazos y repartidos entre el chavismo y la falsa oposición. Cada año que esta situación se prolongue será mucho más difícil apostar por el regreso de los venezolanos que emigraron porque ellos y sus familias estarán en el proceso de arraigarse y establecerse en otra parte. Hoy se habla de 7 millones de venezolanos que han abandonado Venezuela para ir principalmente a los EEUU. En un par de años serán 8, 9 o 10 millones lo cual equivaldría a la mitad de la población activa o más.
¿Cómo se puede salvar Venezuela si se sigue tratando los síntomas y no la causa de la enfermedad? Mientras los EEUU siga enfocado en tratar la crisis migratoria venezolana como un problema desconectado de sus orígenes políticos será imposible detener las olas de migrantes y muy difícil revertir un proceso que promete empeorar con el paso del tiempo.