Una vez borrada la falsa oposición del mapa político la confrontación de unos sectores chavistas contra otros podría acelerar un abrupto e insospechado reacomodo dentro del régimen.
Humberto González Briceño
La bancarrota de la falsa oposición venezolana, hoy reducida al vergonzoso papel de mandaderos del régimen, abre nuevamente la posibilidad de ventilar los graves conflictos internos que atormentan al chavismo. Al no existir ninguna amenaza internacional y ante la desaparición de una oposición real los grupos que integran el ecosistema chavista pueden dedicar ahora sus energías en ajustar cuentas internamente y resolver quién será el principal repartidor del botín. Por ahora ese es un papel reservado e indiscutible para Nicolás Maduro, pero también es una posición apetecida por el Teniente Diosdado Cabello.
En la medida en que la falsa oposición se ha ido debilitando hasta casi desaparecer las confrontaciones internas en los sectores civiles y militares del régimen chavista se han ido profundizando. Estamos frente a un proceso que se ha ido gestando simultáneamente con las negociaciones adelantadas por el régimen con la MUD.
Las contradicciones que se observan no son únicamente entre los factores civiles y militares que se disputan el poder. Hay otra ruptura que se viene manifestando desde hace dos años entre las llamadas bases chavistas y sus cúpulas dirigentes.
Hablar de bases chavistas es en realidad un eufemismo. En realidad el chavismo cuenta con ejércitos de clientelas que son pagados para parasitar el tesoro nacional. Sin embargo, las prebendas que reciben estas clientelas para pagar su fidelidad al régimen es en la forma de bolívares ultra devaluados que estos chavistas tienen que ir a gastar como el resto de los venezolanos.
El desmantelamiento de la economía, la total destrucción del parque industrial y la desaparición de la industria petrolera son los logros de la revolución chavista bolivariana que han dejado a Venezuela como uno de los países más pobres del planeta. El descalabro económico expresado en la desaparición del bolívar y la dolarización de facto de la economía han llevado a muchas de estas clientelas chavistas a un estado de súbita toma de conciencia que comienza a cuestionar la viabilidad y estabilidad de este modelo fallido.
Las protestas ocurridas el año pasado contra el manual de la ONAPRE y el intento de robo del bono prometido por Nicolás Maduro a sus propios empleados públicos chavistas llevó a muchos de estos militantes a hacer causa común con trabajadores no chavistas en jornadas de huelgas y manifestaciones. Al final el régimen no tuvo otra opción que retroceder ante una protesta que curiosamente unió a sus seguidores con quienes no lo son.
El 2023 se inicia con protestas en todo el país que por su ritmo e intensidad prometen duplicar las del 2022. Maestros, trabajadores metalúrgicos y muchos otros segmentos de empleados públicos ya están en situación de protesta exigiendo la dolarización formal como una vía para sobrevivir el descalabro económico provocado por el chavismo. No hay que perder de vista la relevancia de estas protestas que tampoco pueden ser ecualizadas como protestas populares o de un pueblo que durante el chavismo se le ha negado sus derechos sociales solo por su filiación política.
En los últimos 20 años la única credencial válida para entrar a trabajar en cualquier nivel de la administración pública era la fidelidad e incondicionalidad con el chavismo. La gran mayoría de quienes protestan en su calidad de empleados públicos son o fueron chavistas en el pasado aunque hoy por razones prácticas y comprensibles de supervivencia levanten su voz contra el régimen para exigir mejores salarios.
Esta distinción por supuesto no le quita la fuerza y el potencial a una protesta que en un contexto mucho más amplio nos confirma una vez más que el chavismo como modelo político es absolutamente inviable hasta para sus propios seguidores. Algo parecido debe estar ocurriendo en el seno de las Fuerzas Armadas chavistas cuyos efectivos también están afectados por la crisis económica pero cuyos oficiales ven su carrera militar represada por décadas ante la desconfianza de sus superiores en promover ascensos.
Una vez borrada la falsa oposición del mapa político la confrontación de unos sectores chavistas contra otros podría acelerar un abrupto e insospechado reacomodo dentro del régimen. Si estas contradicciones y enfrentamientos llevan o no a la caída definitiva del régimen dependerá de la capacidad de articular una verdadera oposición con la claridad de asumir un cambio radical de régimen político y no un mero cambio de gobierno.