Nuevas drogas sintéticas de moda, el fentanilo y el captagón, generadas de manera central en China y en Siria, respectivamente, se comercian de manera descarada atravesando Arabia Saudita.
Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN
Sería sencillamente ilusorio desconocer la significación patente de lo económico en nuestra vida diaria. Así como el hecho del peso específico que tiene en las relaciones entre personas, países y bloques internacionales. Pero, sí hemos de repudiar que los intereses mercantiles, de la compra-venta, decidan el destino de la humanidad. No es posible que el fin último de nuestra existencia sea lo crematístico, lo rentable. Es más, hay que poner en evidencia que tal supuesto no es otra cosa que el hundimiento definitivo de los valores esenciales referidos a la ética y al orden espiritual.
EL ESPÍRITU MERCANTIL. La tendencia a medir el desarrollo a través de un rasero económico es evidente. El avance de un país se hace patente en el producto interno bruto, en su balanza de pagos, y en otros criterios mensurables en la matemática del adelanto material. Es asombroso saber que, por el mercantilismo, hay gobiernos que reciben el beneficio (oculto) del tráfico de drogas, que al mismo tiempo combaten. Como sucede en Colombia, en Bolivia, en México y en nuestro país; sin contar territorios asiáticos y africanos. De hecho, el afán de lucro a cualquier precio va penetrando a sociedades enteras, incluyendo todos los estamentos sociales y los órdenes públicos y privados. Por una parte, como sucede entre nosotros: las carencias y las limitaciones salariales, es decir: el empobrecimiento colectivo, conducen a poner en primer lugar la necesidad económica; y ello, con las perniciosas consecuencias conductuales: se desarrolla el plano del todos contra todos, el de aprovecharse uno del otro. Y esto desemboca en la pérdida de valores esenciales: la sinceridad, la honestidad, la fidelidad; con repudiables efectos nocivos que no se sabe cuánto durarán. Y por otra parte, se patentiza la tendencia general, mundial, a un juego pernicioso de intereses y engaños mercantilistas.
El afán de riqueza, por encima de todos los valores humanos encomiables, termina por degradar a las personas”
EJEMPLOS COMPROMETEDORES. Es necesario ir más allá de las apariencias y profundizar en las razones de ciertos estados de cosas. Cuando se habla de intercambios y de proyectos internacionales, con frecuencia de lo que se trata, realmente, es de la compra que un Estado hace a otro. Es una situación común en los «tratados» que nuestro país dice firmar con simples proveedores: se califica de «convenio» lo que no pasa de ser una venta. Y es que en el fondo, como venimos diciendo, el poder decisivo está en lo económico, en el espíritu mercantil. Los ejemplos actuales, a nivel mundial son múltiples y de una poderosa significación. Tal es el caso del escandaloso proyecto de compra de Europa del gas producido por Rusia, donde se invirtieron miles de millones de euros, con particular participación de Alemania; todo sin advertir que se estaban entregando al capricho de un proveedor no confiable. Pero, ¿por qué sucede esto? Porque consideraron que era la vía económicamente más adecuada; dejando abierta la duda de a qué país convenía más el acuerdo. Tal como acontece con el hecho evidente de la elaboración en China de productos de empresas norteamericanas. ¿Y por qué sucede esto? Por razones económicas (mercantilistas): a esas empresas les resulta más rentable aprovechar la mano de obra china, más barata y con menos exigencias en derechos laborales. Inclusive, actualmente se plantea la problemática de la producción y mercadeo de las nuevas drogas sintéticas de moda, el fentanilo y el captagón, generadas de manera central en China y en Siria, respectivamente; y que se comercian de manera descarada atravesando Arabia Saudita. ¿Y por qué sucede esto? Porque sólo prevalece el interés económico, el beneficio rentable de esos países; dejando a un lado el aspecto humano, el valor ético. Y así podrían seguir los ejemplos incuestionables que ilustran nuestro planteamiento.
IMPERIALISMO Y GLOBALIZACIÓN. Se habla de integración económica; pero lo que se impone es el predomino de lo económico sobre lo moral. Impera un imperialismo mercantilista. Que llega hasta la seudo literatura, como acontece con los libros de Harry Potter. En todas partes se impone el espíritu mercantil. China se dice aliada de Venezuela, y extrae petróleo en el Esequibo. Iguales intereses crematísticos dominan la explotación de los llamados «minerales raros». Hay productos duraderos que no se desarrollan por razones económicas: bombillos permanentes, medicamentos de avanzada, cauchos que no se desinflan. En vez de globalización algunos prefieren hablar de mundialización; pero para el caso es lo mismo: se trata de una generalización dominante, una especie de imperialismo universal. Pero, de hecho, la globalización cultural, política, étnica, religiosa, social, lingüística, de tradiciones y costumbres, no existe. Sólo hay una estructura globalizante (parcial, en constante desarrollo y cabildeo) en lo económico. Y más concretamente en lo que se relaciona con la agudización sin freno de una tendencia humana: la atracción pecuniaria, la pasión por el dinero. Las condiciones de estrechez económica, de incremento de la pobreza, de desigualdad social -entre supermillonarios y supermiserables-, como se ve en muchos países, y se padece particularmente en el nuestro, son el sustrato de la globalización de la pobreza, bajo la potestad absoluta de quienes detentan el poder y cuyas ansias de enriquecimiento personal no tienen límites. Y si esto se desarrolla todavía más, como lo vemos en la actualidad, se establecerá definitiva y radicalmente, el imperio del mercantilismo, ése sí en permanente proceso de expansión globalizante.
VÁLVULA: «El afán de riqueza, de beneficio económico, por encima de todos los valores humanos encomiables, termina por obseder y degradar a las personas. Pero, también a los países. Y es, lamentablemente, lo que rige en las relaciones de los gobiernos hacia adentro, negando los derechos a asalariados y a jubilados; y hacia afuera, tratando un Estado de aprovecharse de otro. Este mercantilismo mundial es el verdadero, destructivo y vergonzante imperialismo globalizante, siempre ávido de lucro y deshumanizado».
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