El pensar al chavismo como un mal gobierno que podía ser corregido o reemplazado por medios democráticos arrastró a otros errores no menos graves.
Humberto González Briceño
Aunque el discurso optimista se ancla en la premisa metafísica de “la esperanza es lo último que se pierde” la realidad cruda, y generalmente nauseabunda, siempre termina imponiéndose. El enfoque metafísico y esperanzador del discurso político y bélico pareciera perseguir el propósito de “mantener la moral en alto” o quizás mejor de animar a los hombres a continuar en la lucha a pesar de las dificultades o de cuan quijotesca la empresa parezca.
El problema de este discurso que trata de inyectar optimismo y certezas en los momentos más difíciles surge cuando para poderlo sustentar hay que acudir al inevitable artificio de hipostasiar la realidad. Esto es cuando se ignoran o se tergiversan los elementos que nos presenta la realidad material para poder darle vida a una fantasía o una idea aureolar.
Este ha sido el drama y la búsqueda laberíntica de los venezolanos desde 1999 para tratar de salir de las garras de la tiranía chavista. Desde un principio la elite política autodefinida como de oposición fracasó en la tarea de caracterizar correctamente al chavismo como adversario político. El no apreciar temprano la esencia tiránica, despótica y corrupta del régimen que recién se instalaba derivó en simplemente tratarlo como un mal gobierno dentro de lo que aún se pensaba operaba como régimen democrático. Actitud mental que aún hoy ejercitan los representantes de la falsa oposición.
El pensar al chavismo como un mal gobierno que podía ser corregido o reemplazado por medios democráticos arrastró a otros errores no menos graves. Uno fue asumir el cortoplacismo como política que busca vías fáciles y expeditas para enfrentar un fenómeno que ya se presentaba como sistémico al progresivamente tomar el control de todos los poderes del Estado (ejecutivo, legislativo, judicial, electoral y militar).
El otro error de consecuencias catastróficas fue subestimar al chavismo y sus jerarcas en su propósito de apropiarse por la fuerza de Venezuela. Este tipo de posturas conducen irreversiblemente a conductas tales como insistir en negociar con el chavismo aunque es evidente que el chavismo no quiere negociar ni está dispuesto a ceder en nada. O seguir aupando la salida electoral aunque el propio chavismo ha dicho y ha demostrado que no entregara el poder aunque pierda las elecciones.
Al tiempo que los políticos de la falsa oposición siguen hablando de negociaciones y elecciones como vías para salir del chavismo los venezolanos ya suman más de dos décadas de experiencia acumulada donde un desengaño electoral lleva al otro y este al siguiente. Este parece ser un ciclo que se seguirá repitiendo mientras el chavismo siga en el poder y sea quien organice las elecciones, cuente los votos y adjudique los resultados, aunque sea la propia María Corina Machado quien se nos presente como la última mágica, encantadora y milagrosa esperanza de esta temporada.
La realidad nos muestra a una Venezuela colapsada en sus instituciones e infraestructura. Con una economía destrozada y más del 95% de su población sin acceso sostenible a agua, electricidad, comida, gasolina o algún tipo de servicio público. Aproximadamente 8 millones de venezolanos han abandonado Venezuela lo cual bien podría representar el 25% de su población activa. La retórica metafísica banaliza el impacto de este desmembramiento asegurando que esos venezolanos más temprano que tarde regresaran a su país. Pero una vez que esos venezolanos y sus descendientes echen raíces en otros territorios ¿querrán regresar a un país inviable y en vías de disolución?
Aunque nos llamen pesimistas o aves de mal agüero, ningún análisis o propuesta política para recuperar a Venezuela puede partir de ignorar o maquillar la realidad. Y la Venezuela realmente existente ha llegado a dramáticos niveles de deterioro y colapso que hacen inviable cualquier salida dentro del marco de la institucionalidad del Estado chavista. Se requiere de una ruptura profunda y definitiva con ese régimen político, no de unas elecciones que solo tratan de maquillar y ocultar su verdadera esencia.
Todos los candidatos que participan en la primaria de la falsa oposición, sin excepciones, y todos quienes de una u otra forma justifican las elecciones como vía para salir del chavismo ejercitan una estafa continuada que comenzó en 1999 y aún hoy sigue en pleno vigor. Decir, como lo hacen todos ellos, que es posible derrotar al chavismo en unas elecciones que este diseña y controla es un acto vulgar de engaño y cinismo deliberado. También podría tratarse de ignorancia o ingenuidad, pero es muy difícil porque a estas alturas ya no quedan vestales en Venezuela.