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Monopartidismo = absolutismo dictatorial I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Corea del Norte, desde 1948, figura en la lista de los países que imponen el yugo férreo de un solo partido, el gobernante, para siempre. También Cuba, desde 1959, China, desde 1949 y Vietnam, desde 1976.

Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN                   

 

            La existencia de los partidos políticos se da, prácticamente, desde la Revolución Francesa, en 1789. En efecto, la aparición del Tercer Estado -de los comerciantes, los artesanos y los campesinos: una especie de pre-burguesía-, así como de los bandos de los girondinos y los jacobinos, en la Asamblea, es el surgimiento, de hecho, si no de partidos políticos, sí de agrupaciones partidizadas. Como quiera que sea, los partidos políticos imponen su existencia histórica como un requisito del ejercicio elemental de la opción de agrupamiento ideológico en la sociedad civilizada.   

            PLURIPARTIDISMO. La diversidad partidista es el reflejo elemental de la libertad de asociación. Y esa perspectiva es el índice básico de un régimen liberal, en la preservación de los derechos civiles. La existencia de los partidos políticos es el reflejo del respeto a la diversidad de opiniones, de creencias y de culturas. Es, por igual, la aceptación de la figuración pública de los diversos grupos -minoritarios o particularizados- que conforman una colectividad humana. Así, el pluripartidismo es condición sine qua non de la democracia. No solamente la diversidad partidista es una muestra de tolerancia democrática, sino que, como decía, en el siglo XIX, el político norteamericano Henry Clay: «los partidos sirven para mantenerse mutuamente a raya, vigilándose el uno al otro». Y valga esta observación de práctica contundente.

        MONOPARTIDISMO. Lo contrario a la libertad implícita en el pluripartidismo es el sometimiento forzado y despótico al poder y a la voluntad caprichosa de una sola forma de pensar, la de un partido único, impuesto autocráticamente. La unicidad partidista es el reflejo del absolutismo tiránico. El análisis es muy sencillo: no es posible que en una sociedad plena, en un país, todos piensen de igual manera; a menos que conjuntamente sean ignaros y estúpidos, y esto no puede ser.  Nadie debe engañarse ante un sistema político que se basa en la imposición absolutista de la existencia de un partido único, el que gobierna dictatorialmente. No es posible que se hable de república con respecto a un país donde la Asamblea aprueba todas las proposiciones oficiales por unanimidad. ¿En qué cabeza cabe que en la pluralidad de un cuerpo deliberante -un congreso o una asamblea- no haya ni un solo voto en contra? Por favor, habría que ser en realidad un minusválido mental para no ver allí la existencia de un Estado absolutista. Y ahí están los países que imponen el yugo férreo de un solo partido, el gobernante para siempre: Corea del Norte, desde 1948; China, desde 1949; Cuba, desde 1959; Vietnam, desde 1976. En el siglo XX los antecedentes de este grupo monopartidista fueron la dictadura del socialismo (comunismo) impuesta en la URSS desde sus inicios, y oficializada por Stalin en 1936; la del fascismo, en Italia, desde 1926, la de Salazar, en Portugal, desde 1934; la del nazismo, en Alemania, desde 1934: la de Franco, en España, desde 1939. Ahora, en la actualidad, los herederos de estos vergonzantes precursores aplican despóticamente el monopartidismo, se hacen llamar «repúblicas» y se sientan junto a representantes de países democráticos en los organismos mundiales. ¿Hipocresía internacional? Si. Pero, ¿a quién engañan? A nadie. Sólo son seguidos y acatados por perversos y por pobres de espíritu. 

El pluripartidismo es aval del sistema democrático, mientras el monopartidismo equivale a un régimen autocrático y represor»

CLAVE DE LA DEMOCRACIA. La libertad y la igualdad se reivindican como fundamentos de la democracia, y allí se inscribe el derecho a la participación partidista. La opción de integrarse al partido político de su preferencia no puede ser conculcada al ciudadano común. Lo contrario no se aviene con los principios básicos de la civilización política. Imponer la hegemonía de un solo partido es contravenir la esencia libertaria de la democracia. Basta de simulaciones y de engaños. Sin libertad de partidos políticos, no hay democracia. Sin pluripartidismo no hay república. Lo demás es ironía, burla nacional e internacional. No es posible que se cierren los ojos ante el triste y humillante espectáculo de los países monopartidistas. ¡Basta de hipocresía! Se acepta que los sistemas de partido único permanezcan en tal situación anómala y denigrante, e inclusive formen parte de organismos internacionales destinados a salvaguardar derechos humanos. ¡Imposible mayor desafuero! De tanto aceptar como normal el disparate, se pierde la razón. Por más que priven los intereses económicos y las componendas políticas, no es posible ocultar la realidad de que el monopartidismo equivale a absolutismo dictatorial.

         VÁLVULA: «En la perspectiva histórica internacional resalta el hecho de que el pluripartidismo es aval del sistema democrático; mientras el monopartidismo equivale a un régimen autocrático y represor. Imponer un pensamiento político único es pretender imbecilizar a toda una población. Al tiempo de que es la forma más primitiva y aberrante de establecer una monarquía absolutista, intentando disfrazarla bajo la figura de una Asamblea obsecuente, sumisa y oportunista».  

   glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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