Hablar hasta por los codos, fue una moda que impuso Fidel Castro y siguió Chávez al pie de letra, pero que al parecer “el perfectísimo” Maduro no puede imitar.
Aunque entre la publicación del “Manual del perfecto idiota latinoamericano” y “El regreso del idiota” (Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa) median 10 años (1996-2006), yo creo que los autores se restringen a analizar el fenómeno como amenaza, y no como una realidad que, ya en el poder, ha dado cuenta del pasado, presente y futuro de un grupo de países.
En otras palabras: que pasan por encima de la destrucción que Chávez en Venezuela, Ortega en Nicaragua, Correa en Ecuador, y Evo Morales en Bolivia cumplían cabal y esforzadamente, sin contar los destrozos que los que llaman “idiotas vegetarianos” (Bachelet, los esposos Kirchner, José Mujica, Lula Da Silva y Dilma Rousseff) perpetraron “a su manera” en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil.
Un caso aparte es el de los veteranos del grupo, los dictadores Fidel y Raúl Castro de Cuba, quienes, ya sin nada que destruir porque lo habían destruido todo, -y con 172 años a cuestas-, literalmente se jubilaron y pasaron a disfrutar de una jugosa pensión de retiro, pero claro, manteniendo férreamente el poder, y arrimándose a quien, o quienes, pudieran sustituir a la Unión Soviética en el subsidio a su añosa e improductiva revolución, que resultó ser el locuaz y dispendioso teniente coronel venezolano, Hugo Chávez.
No fue, de todas maneras, gratis, porque los Castro diseñaron una exótica prestación de servicios que incluían el envío de miles de médicos, entrenadores deportivos, asesores en conquista del espacio, especialistas en tecnología digital, físicos teóricos, constructores de drones, militares que se instalaron en los cuarteles, agentes del G-2 y otros cuerpos de seguridad, y fuerzas represivas para lo que hubiera menester.
Fue un gasto colosal que algunas especialistas han calculado, conservadoramente, en 80 mil millones de dólares, que engulló buena parte del billón y medio de dólares que recibió Venezuela por el ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008) y aún pesa más que la cordillera de Los Andes en la ruina casi absoluta en que, de conjunto, han hundido el país, cuando ya sin alimentos, medicinas, industrias, servicios, ni petrodólares para importar, han empezado a implementar una libreta de racionamiento a la cubana, pero ahora con un dispositico electrónico que llaman “captahuellas”.
Otro negocio para Fidel, Raúl, y sus socios venezolanos, Maduro, Ramírez y Cabello, que utilizarán a los isleños como intermedios para que los chinos envién 5.000 “maquinitas” por 15.000 millones de dólares.
Pero la interdependencia de las dos últimas utopías marxistas del mundo occidental, también acarreó un fenómeno que no percibieron los autores del “Manual del perfecto idiota” y del “Regreso del idiota”: fue el nacimiento del “idiota perfectísimo”, de aquel “cuyas sandalias no eran dignos de atar los anteriores”, porque en materia de anacronismos, lugares comunes, confusión incluso con las enseñanzas más rupestres del marxismo, imbecilidades políticas, y sumisión a sus superiores, los hermanos Castro, no tiene parangón.
Es conocido como Nicolás Maduro y debe el poder, la presidencia de Venezuela, a la circunstancia de haber llamado la atención de sus “electores” por su incapacidad para articular palabras, ideas o pensamientos, hacer algo o nada, y extremar la fidelidad a sus superiores a un grado que cuesta creer que sea humano.
Chávez había muerto a finales del 2012, o comienzos del 2013, lo sobrevivieron más muertos que vivos Fidel y Raúl, y quizá por esa inseguridad que da la vejez y las enfermedades que le son habituales, colocaron en el tablero esta ficha que lo único que esperaba era que la movieran.
No los defraudó, porque con Maduro nació el “idiota perfectísimo” para servir a los “otros idiotas”, y antes que a ninguno, a estas momias caribeñas, gerentocráticas, y valetudinarias que lo usan para que siga esquilmando a Venezuela y procure los recursos para que el apellido se perpetúe en una dinastía.
Darle un vistazo a la actual situación económica, política y social de Venezuela, con un 100 por ciento de inflación diagnosticada para el año en curso, una carestía en alimentos y medicinas que alcanza el 60 por ciento, y una inseguridad que el año pasado cobró 25 víctimas al año, es decir mucho, pero no es decirlo todo.
Sin exagerar, ya se pueden escribir libros, tratados, sobre cómo esta situación de horror, despellejamiento de un país, se sostiene con un pacto o alianza entre el sector civil que encabeza Maduro, y una facción de militares gorilas que, a cambio de ventajas económicas y delictivas, han llevado a cabo, en lo que va de año, una ola represiva contra opositores que ya cuenta 50 manifestantes asesinados, cárceles que hasta poco tuvieron 300 demócratas en los calabobos, y mil entre lesionados y desaparecidos.
El “perfectísimo” también ha barrido con los últimos vestigios de libertad de expresión que dejó el “perfecto idiota Chávez”, y ya solo quedan dos o tres medios impresos independientes de cientos que existían, las emisoras deradios y canales de televisión que sobreviven casi todas siguen los diktad del gobierno y una ofensiva es diseñada para asfixiar la internet y las redes sociales.
En cuanto a los poderes públicos (Legislativo, Judicial, Electoral) cada día son más apéndices de la élite-cívico militar o militar-cívico, siendo público y notorio que en el país no se produce una sola sentencia sin que devenga de una autoridad superior.
En otras palabras: que un detalle se hace notar en el “perfectísimo” y es en hacer realidad las órdenes castristas para que el subsidio siga fluyendo, pero no ya por influjo “del poder” de la ideología, sino de una dictadura militar en la peor tradición latinoamericana.
Entre tanto, Maduro, bien porque es incapaz de ejecutar dos tareas al mismo tiempo, o porque le es imposible concebir otra Venezuela que no sea la heredada de Chávez y los hermanos Castro, ve impasible cómo el hambre es ya una realidad en el día a día de los venezolanos, los enfermos se mueren por falta de medicinas, equipos y material médico-quirúrgico en hospitales públicos y clínicas privadas, y el hampa se pasea por el país dejando un reguero de sangre y crímenes inenarrables.
¿Y Maduro? Bueno, anunciando planes y medidas que nunca llegan a aplicarse, o de vez en cuando emitiendo discursos intragables, donde no se sabe muy bien que es lo que habla, salvo de que viene una nueva escalada represiva.
La peor versión del perfecto idiota, que es el perfectísimo, quizá como nunca se conoció en otro sistema totalitario, que ya fuera para instrumentar regímenes populistas o socialistas, siempre echaron manos a caudillos ignorantes, pero gárrulos.
Hablar hasta por los codos, fue una moda que impuso Fidel Castro y siguió Chávez al pie de letra, pero que al parecer “el perfectísimo” Maduro no puede imitar porque la perfección del modelo impone el silencio, el no hacer nada.
Es una pieza en el tablero para que la muevan, y no otra cosa.