El triunfo del ultraliberal Javier Milei en Argentina, ha hecho entrar en pánico a ladictadura chavomadurista, que ha corrido presurosa a «poner sus barbas en remojo»
Oscar Battaglini
Latinoamérica no sólo es la región del mundo donde se registran los mayores niveles de pobreza endémica y desigualdad social, sino también la de una marcada inestabilidad política.
Se trata, sin duda, de una realidad que tiene su causalidad fundamental en la adopción por parte de las clases sociales que asumen el poder en nuestros países después de lograda su independencia formal, tanto del modelo económico colonial (productor de materias primas para las metrópolis), como de la formación politico-militar-caudillesca y populista que han permanecido tejidos a la estructura y a la dinámica del conjunto de nuestras sociedades en su devenir histórico.
Eso es lo que explica, en definitiva, que en América Latina no haya habido desarrollo económico, ni societal (de todas sus estructuras sociales de manera cabal y armónica), razón por la que en nuestros países todo tiene el signo de lo inacabado, de lo efímero, de lo improvisado, de lo portátil, de lo copiado de manera burda y postiza, de lo artificial, de lo decadente y mediocre, en fin, del subdesarrollo estructural como sistema.
Eso explica igualmente, que la democracia en nuestra región tenga un carácter más formal que real, que los derechos constitucionales sean por lo general «letra muerta»; que la democracia no haya logrado estabilizarse como forma de gobierno y constituirse efectivamente en un medio para la transformación y desarrollo social de nuestras sociedades; que las insuficiencias y el malestar social generalizado que estos exhiben se hayan convertido en la justificación perfecta para que aventureros y traficantes de la peor especie (del tipo Chávez) hagan su aparición en la vida política de la sociedad y logren hacerse con el poder aprovechándose del vacío político y de la manipulación efectista (demagógica) del enorme descontento social existente en su seno, el riesgo que se corre de perder los pocos resquicio de democracia efectiva que todavía queda en nuestros países y terminen de alguna manera retornando a la fase de las dictaduras militares que plagaron a Suramérica en el pasado remoto y reciente.
Los reseñado hasta aquí deja muy claramente establecida la responsabilidad que les cabe a las clases sociales y/o grupos partidistas, económicos, militares, etc., por el resultado que arroja su gestión al frente de la dirección política de nuestras sociedades a lo largo de sus respectivos procesos históricos.
En nuestro caso, eso es de una evidencia incontrastable, sobre todo, si se tiene en cuenta la gran oportunidad que tuvo nuestro país de aprovechar los ingentes recursos financieros aportados durante más de 100 años por la renta petrolera para construir un país moderno acorde con los requerimientos de los procesos civilizatorios de nuestro tiempo; es decir, desarrollado económica, científica y tecnológicamente, con su población escolarizada y con altos niveles culturales, con instituciones confiables y con un sistema democrático estable y legitimado política e ideológicamente.
Para desgracia de nuestro país y de todos los venezolanos, nada de eso ha sido posible en medio de la descomunal e incalculable riqueza proporcionada por la renta petrolera bajo los regímenes militares (dictatoriales) de Gómez y Pérez Jiménez, los populistas del período 1958-1998 y del régimen chavista (populista-militarista 1999-2023).
Bajo el gomecismo y el perezjimenismo, esa riqueza de propiedad estatal fue transferida delictivamente a manos privadas; en primer lugar, a través del impulso fundamentalmente de actividades económicas no productivas (banca usuraria y comercio de importación) y en segundo lugar, mediante el peculado que bajo estos dos regímenes dictatoriales alcanzó dimensiones siderales.
Durante el período del «Pacto de Punto Fijo» se le dio continuidad a la actividad bancaria, al comercio de importación y al peculado como los medios más efectivos para la apropiación delictiva de la renta petrolera por parte de las clases propietarias (léase Fedecámaras) y la burocracia oficial puntofijista. Ahora a la importación de bienes terminados para el consumo directo de la población se sumó la importación de todo tipo de efectos tecnológicos, materias primas, bienes intermedios, etc., requeridos para el «normal» funcionamiento de la política de «sustitución de importaciones» adelantada por el gobierno de Betancourt al inicio de este período.
Con el chavismo en el poder tampoco ha ocurrido nada que tenga que ver con el ideal de sociedad que los venezolanos hemos podido construir con los cuantiosos proventos que el país ha percibido por concepto tanto de la comercialización de sus hidrocarburos en los mercados internacionales, como de los recursos extraordinarios derivados de la renta petrolera que son todavía mayores como sabemos.
De manera contraria, con el chavismo en el poder, al tiempo que no se ha dado un solo paso en esa dirección puede afirmarse, sin reparo alguno, que nos hemos alejado todavía más del logro de ese objetivo estratégico. La crisis catastrófica por la que atraviesa la sociedad venezolana en todos los órdenes, es la mejor y más nítida demostración de tal afirmación. La imagen que hoy presenta el país, da cuenta de que de éste se ha colocado de nuevo -pero ahora en términos mucho más graves y dramáticos- en una situación muy parecida: 1) a la que en 1998 provocó la quiebra definitiva del modelo político puntofijista y el ascenso de Chávez al poder; y 2) la que acaba de producirse en Argentina con el desplazamiento del poder central de todas las variantes de peronismo y la entronización del ultraliberal Javier Milei en la presidencia de la República de ese país.
En ambos casos, la determinación básica de esos hechos fue, sin duda, el estado extremo del deterioro de las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población y la incapacidad de los gobiernos de turno para responder adecuada y oportunamente ante sus demandas, así como el enorme malestar y descontento generado por toda esa situación.
Cuando Maduro y su círculo del poder «se miran en ese espejo», entran en pánico y corren presurosos a «poner sus barbas en remojo», ante el temor de lo que aquí va a pasar también en el proceso electoral presidencial de 2024, en el caso de que esas elecciones se lleven a cabo finalmente.