Simón Bolívar: «Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerlo, y él a mandarlo; es ahí donde se originan la usurpación y la tiranía».
Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN
El proceso del establecimiento de la democracia moderna ha sido oscilante, con sus aciertos y sus claudicaciones. Ningún sistema político es perfecto. La democracia tampoco. Pero, su esencia inspiradora es la defensa de los derechos de una colectividad, privilegiando los de los niveles de la clase media, y muy particularmente los propios de los sectores marginados, de necesaria atención urgente. ¿El gobierno del pueblo y para el pueblo? Sí. Justamente es el preanuncio de su denominación: democracia; es decir, el gobierno del pueblo. Veamos algunos factores básicos de una auténtica democracia.
DERECHOS CIVILES. La organización social justa y equitativa impone el acatamiento de derechos individuales y derechos colectivos. Los individuales son referidos a la libertad personal de movimiento, de expresión y de agrupamiento. La libertad de movimiento garantiza la opción de trasladarse, cambiar de domicilio, ir al exterior. La libertad de expresión permite opinar, difundir y defender públicamente las ideas de cada uno. Los derechos colectivos se refieren a la libertad de agrupación, que es la opción de formar y mantener sociedades, cofradías, grupos religiosos, culturales y de opinión, y muy especialmente sindicatos y partidos políticos. Los derechos ciudadanos, de toda una colectividad, son para ejercerlos, no para que sean sólo enunciados en una Constitución que no se cumple, o en declaraciones demagógicas de los grupos en ejercicio del poder público. Los derechos civiles son libertades que deben ser respetadas sin interferencias y sobre todo sin intervenciones restrictivas y anuladoras. Estos derechos civiles son condiciones fundamentales que identifican una democracia que juega limpio, que realmente merece el título de sistema democrático.
Hay una auténtica democracia garantizando la alternabilidad de gobiernos»
AUTONOMÍA DE LOS PODERES. La verdadera y respetuosa independencia de los Poderes Públicos es condición sine que non de una real democracia. En el siglo XVIII el barón Charles de Montesquieu lo enfatiza, destacando que esta separación es la única garantía de que se ejerza un control mutuo entre las instancias de gobierno. Pero, ya de antes se venía planteando el imperioso requisito de un sistema de limitación del poder del monarca, en el camino de la monarquía parlamentaria. El hecho cierto, elemental y necesario, es que un Poder Ejecutivo no puede abusar de la ventaja que le da el manejo de los dineros públicos; que el Poder Legislativo no debe extralimitarse aprobando leyes al gusto y beneficio del partido gobernante; y que al Poder Judicial le corresponde supervisar, sin convertirse en el instrumento ejecutor de la política del sistema de gobierno de turno. La idea elemental, el principio básico, es perfectamente lógico: el Poder Legislativo aprueba las leyes; el Poder Ejecutivo las aplica y administra; el Poder Judicial vigila y garantiza el cumplimiento de todo el proceso, Como quiera que sea, ideal o real, es factor básico del sistema democrático. Sencillamente, donde no hay autonomía de los Poderes Públicos, no hay democracia.
La verdadera y respetuosa independencia de los Poderes Públicos es condición sine que non de una real democracia”
ALTERNABILIDAD ELECTORAL. La elección universal, directa y secreta es fundamento inexcusable de la democracia. Se trata de una piedra de toque en la definición de un estatus democrático. El principio es básico, elemental: si el ejercicio de un gobierno está señalado por un período que debe ser respetado, es natural y lógico entender que tal limitación aspira a salvaguardar una saludable alternabilidad en las funciones gubernamentales. La razón es obvia: es el propósito de vacunar el sistema político contra el virus de la permanencia sin límites. Se trata de evitar el continuismo, la perpetuidad de un mandatario (que ya no «gobierna», sino «manda»); hecho que coincide con las características de un rey soberano o de un dictador vitalicio. El riesgo es destructivo de todo orden razonable y equitativo. Aparte, además, del daño que causa en el ánimo de una colectividad sometida al capricho de un jerarca continuista. No en vano ya Simón Bolívar lo advertía de manera radical: «Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerlo, y él a mandarlo; es ahí donde se originan la usurpación y la tiranía». Es común ver que presidentes y jefes de gobierno que llegan por el voto, luego no quieren aceptar la alternabilidad, y recurren a justificaciones hipócritas y a rábulas más hipócritas todavía, para poder llevar a la práctica su asalto al poder vitalicio (que a veces es también hereditario o nepotista, con la incorporación de familiares), haciéndose reelegir una y otra vez de manera amañada. Así, la alternabilidad por la vía electoral, sin continuismo irracional, es principio ineludible e irrenunciable del estatus democrático. Es más, es el único sistema político que respeta la alternabilidad en el poder. Es el súmmum del juego limpio de la real democracia.
VÁLVULA: «Hay una auténtica democracia: la que es fiel a sus principios fundamentales, respetando los derechos ciudadanos de libertad individual y colectiva; preservando la autonomía de los Poderes Públicos; y garantizando la alternabilidad de gobiernos y jerarcas a través del voto universal, directo, libre y secreto. Lo demás es democracia a medias o despotismo».
glcarrerad@gmail.com
EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Ganador del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971); Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995. Nació en Cumaná, en 1933.