Jorge Rodríguez, que no da puntada sin hilo, ha optado por la omisión calculada. Sólo Diosdado ha aventurado algo parecido a una explicación
Humberto González Briceño
En una ciudad sitiada por alcabalas, patrullas y un sistema de delación afinado como orquesta, cuatro opositores salen indemnes de la embajada de Argentina. Como si Caracas fuera Zurich. La narrativa oficial de la oposición habla de una “operación de extracción”. Marco Rubio lo afirma con convicción. María Corina Machado lo repite con fe. El régimen calla. Y los beneficiarios del presunto rescate, mudos.
Los cuatro protagonistas —Pedro Urruchurtu, Humberto Villalobos, Omar González y Magalli Meda— se encontraban refugiados desde marzo. Una quinta, Claudia Macero, había salido de la sede diplomática en agosto de 2024. El edificio estaba rodeado por cuerpos de seguridad del Estado, al menos en el relato público. Sin embargo, una madrugada cualquiera, cruzaron Caracas sin ser vistos, llegaron a Maiquetía y, milagrosamente, abandonaron el país rumbo a Estados Unidos. Nadie supo cómo.
¿Se trató de una operación al estilo hollywoodense, con comandos invisibles burlando alcabalas y satélites? ¿O más bien fue el resultado de una negociación vergonzante entre el chavismo, Washington y una oposición que necesita un nuevo mito fundacional?
La narrativa de los militares patriotas —los mismos que presuntamente ayudaron a María Corina a obtener actas el 28 de julio y ahora colaboran con “extracciones”— es otra ficción recurrente. Esos militares no tienen rostro, ni voz, ni huella. En cambio, los que sí existen, los visibles, los condecorados, son los que sostienen al régimen. Porque no hay chavismo sin uniforme. Y si hay algún resquebrajamiento, aún no se ha visto en los cuarteles, sino en las redes.
El silencio del régimen alimenta la duda. Jorge Rodríguez, que no da puntada sin hilo, ha optado por la omisión calculada. Sólo Diosdado ha aventurado algo parecido a una explicación: pudo haber habido una negociación. Pero no explicó ni qué se negoció ni con quién. Y, como siempre, si habla Diosdado, es porque Rodríguez decidió no hacerlo. El verdadero dueño del circo no suele disfrazarse de payaso.
La hipótesis de la negociación, aunque menos épica, es más verosímil. ¿Qué otra cosa explicaría una salida tan limpia en un país donde detener a una enfermera requiere tres cuerpos de seguridad? Nadie se fuga así sin permiso. Nadie burla al SEBIN si el SEBIN no quiere ser burlado.
Así, la “extracción” funciona mejor como símbolo que como hecho. Sirve a María Corina para fortalecer su relato heroico; a Estados Unidos para decir que sigue en el juego; y al chavismo para probar, otra vez, que controla hasta lo que parece descontrolado. Todos ganan. Menos el país, que sigue siendo víctima de versiones adulteradas y silencios interesados.
¿Se trató de una extracción militar, una negociación diplomática, o simplemente una concesión disfrazada de gesta? Nadie lo conoce con certeza. Lo seguro es que seguimos atrapados en una historia donde la verdad se escamotea con la misma destreza con la que, presuntamente, se escaparon los cuatro opositores.
Y mientras Jorge Rodríguez calla y Diosdado divaga, los venezolanos seguimos preguntándonos quién dirige realmente esta ópera bufa. Porque una cosa es segura: en este circo, el dueño no es el que grita, sino el que escribe los libretos y desaparece tras el telón.